A David Jou no le pasó como al marino protagonista de la novela del japonés Yukio Mishima (1963). Él no perdió la gracia del mar tras desembarcar por última vez. Siguió teniéndola desde los puertos, tripulando los barcos de Repesa, viviendo del comercio marítimo, gestionando la carga de los barcos… hasta que se jubiló en 1985. El mar fue su vida, navegara o no, porque en tierra nunca perdió las ventajas que le reportó haber sido marino. Colgó el título de capitán después de 3.900 días de navegación, con más de 50 viajes redondos de Europa al Golfo Pérsico. Ya tocaba.
La fatiga y la rutina habían erosionado su juvenil entusiasmo por navegar y la familia le reclamaba cuando no tenía ninguna excusa económica para seguir embarcado. La casa estaba más que pagada… y en tierra seguiría ganando lo suficiente para no reducir apenas el tren de vida. A modo de epílogo de este perfil sobre el marino David Jou, bastará con resumir sus años en tierra. Aunque habría que anotar que él ya lo hace al abordar ese periodo de 17 años en solo 36 páginas de las 400 que tiene su libro de memorias; y con solo 3 fotos del devenir profesional en tierra de las 110 publicadas.

Ser jefe de personal de la flota de Repesa era una de las mejores salidas profesionales para un capitán de la marina mercante. La aceptó al vuelo en cuanto se la ofrecieron. Sin experiencia previa, era un reto hacerse cargo de 600 marinos para tripular diez petroleros, pero tampoco la tendría en los siguientes destinos en tierra. Le bastaba con el bagaje de haber sido marino durante 25 años, con mando durante buena parte de ellos: versatilidad, gestión, iniciativa, aplomo para decidir, autoridad para ejercerla, saber inglés, afrontar emergencias, ejercer de relaciones públicas de tanto tratar todo tipo de personas en cualquier situación y puerto…, es decir, sabiendo de muchas cosas porque los barcos eran autosuficientes; y afrontando la vida y el trabajo por sus propios medios, cualidades de la gente de mar.

La gestión del personal de flota de Repesa pintaba bien en 1968. La naviera iba viento en popa, si bien admite que “la feina, per a mi, era una mica per a perdre els nervis”. No había nubarrones por la proa y uno de sus problemas era contratar maquinistas porque cobraban mucho más en los barcos extranjeros. Él mismo sabía de ello por ser, en 1955, de los primeros en embarcarse bajo el pabellón que más le convenía (de Campsa a la Naviera Fierro). David Jou tuvo que presentarse incluso en alguna escuela de Náutica para contratar oficiales bisoños, siquiera cazándolos a lazo. Y ya puestos, como jefe de personal de la naviera Repesa, ocupó cometidos en el sindicato vertical de la marina mercante y en organismos del puerto de Escombreras. ¡Por qué, no! Él siempre fue un hombre integrado en su tiempo, nunca un contestatario.
La crisis de 1973 dio un vuelco a esta llevadera situación y al año siguiente Repesa vendió siete de sus mejores petroleros a Enpetrol. David Jou se libró de esta debacle. Lo de siempre, suerte. Dos años antes había sido nombrado capitán de puerto de la terminal de Escombreras, donde vivía desde 1968. Le valieron sus 22 años en petroleros y el haber sido Escombreras durante años el puerto base de sus rutas, además de sus muchos contactos personales allí. Y, es de suponer que le echó un cable el jefe de la refinería, Lluís Ruscadella Ribas, paisano y, sobre todo, amigo hereditario desde la infancia por la amistad que se profesaban sus respectivas familias, dado que sus madres eran muy amigas desde niñas.

El nuevo cargo era exigente. Había que modernizar la terminal que databa de 1950, gestionar el creciente tonelaje de los petroleros y cumplir con la normativa internacional contra la contaminación por hidrocarburos y la gestión portuaria de los residuos. Tuvo que hacer una gira por Europa, visitando cuatro terminales, para ser un experto en lo que todavía era una novedad. Con todo lo cual, experiencia y formación, acabó en 1974 ejerciendo el mismo cargo en la petroquímica de Tarragona. Por si no fuera suficiente, David Jou amplió conocimientos fuera de España sobre la gestión ecológica de las terminales y el sistema de monoboyas para las operaciones de carga/descarga en mar abierta.

Se jubiló en 1985, con 61 años aprovechando el coeficiente reductor por los años navegados. Y no paró. Mantuvo una fuerte arrancada para investigar y escribir, para implicarse en algunas asociaciones de Sitges y para viajar a modo de cuando zarpaba descubría. El espíritu de aventura, huérfano al dejar el mar, lo retomó “navegando” en coche con Lolita tantos o más kilómetros que millas hizo con los petroleros, para conocer bien España y cruzar Europa con cientos de singladuras, desde la Isla de Rodas a Cabo Norte, desde Cabo San Vicente a Berlín… cuando ni los coches, ni las carreteras ni las fronteras eran lo que ahora. El entusiasmo juvenil de conocer mundo, por algo nació en una casa y en una ciudad de indianos, no le flaqueó nunca, viajando con Lolita en avión a cuatro continentes.
A exponer su vertiente intelectual dedica 40 páginas de su autobiografía, algunas más que a sus 17 años en que trabajó en tierra. Se explica. No solo porque a investigar y escribir dedicó, a tiempo parcial, cuatro décadas (1974-2014), sino porque se lo tomó como si fuese su segunda vocación. No bastante con hacer en “Memòria de navegacions” de relator del Sitges desde su niñez hasta que salió a navegar, una vez jubilado se embarcó en dar a conocer la historia de su ciudad, en especial la de sus paisanos que desde finales del siglo XVIII emigraron para hacer las Américas (“Sitgetans a Amèrica i Diccionari d´americanos” -1994) o simplemente para ganarse la vida en Isla Cristina, Huelva (“Sitgetans a Isla Cristina”- 1982). Más otras contribuciones, como “La Biblioteca Popular a Sitges. 50 anys de la Biblioteca Santiago Rusiñol 1936-1986”.

El trasfondo de esta vocación tardía por la escritura habría que buscarlo en su inseparable gusto por la lectura, en el ambiente cultural de Sitges y, en concreto, en su familia relacionada con gente creativa, sin olvidar el estímulo que le supuso ganar el diploma/certamen de Gramàtica Catalana de 1936, del que alardea en su autobiografía. Ser un escritor tardío fue como retomar una vocación de juventud. ¡Eh aquí la gracia del mar! que da también una segunda oportunidad a quienes tienen que dejarla, sea por motivos familiares, despidos, jubilación… o, como en el caso del bíblico Jonás, porque la mar le ha expulsado para que se dedique a lo que debería haber hecho de antemano.
Nota del editor. La foto de portada, en la que se ve al capitán David Jou en el puente de gobierno del MONTEMAR apoyado sobre la pantalla de radar y con el uniforme de capitán, está tomada, como otras de la serie, del libro «Memoria de navegacions».
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