Cuando navegó David Jou, el barco todavía tendía a ser un centro de trabajo autosuficiente porque se las apañaba con sus propios medios. Ya no. Las tripulaciones mínimas cubren la operatividad básica y el mero mantenimiento, el resto queda para los talleres y técnicos que abordan el buque al atracar. Tiempo atrás, su cuarentena de tripulantes, la mayoría cualificados, solventaban las necesidades del barco con pañoles de respeto de todo tipo. Con los marinos ha pasado otro tanto. David Jou pertenece a una época en que todavía se las arreglaban en lo personal para navegar por sus propios medios, gracias al pañol íntimo que les procuraba a cada cual sus fortalezas (resiliencias, dicen hoy), motivaciones y recursos sentimentales. De ello dependía su éxito profesional y personal cuando, al contrario que ahora, no gozaban de reiteradas vacaciones, ni del móvil para estar permanentemente amarrados a casa; tampoco de la panoplia de medios digitales para entretenerse sin contar con los compañeros e incluso para llevar a bordo una terrícola vida entre paralela y solapada a la de marino gracias a las redes sociales.

David Jou representa, pues, un último prototipo del marino ancestral, de los que sobrevivían capeando por su cuenta, sin dispositivos tecnológicos ni campañas cortas, tanto las eternidades alejadas de los seres queridos como la particular cultura a bordo marcada por la contención emocional en un colectivo cuyos miembros desembarcaban sin haber intimado después de muchos meses y, por lo general, sin intentarlo siquiera porque ni procuraban/permitían conocerse bien. Ese aspecto personal de los últimos tripulantes a la antigua la refleja en su obra “Memòria de navegacions”.
A su modo, él explicita el dicho “un marino no tiene amigos”, resuelto en la tripulación gracias al compañerismo y a las gratas relaciones de media distancia; y que en caso de amistad accidental ésta terminase en la escala: “Mai més n´he sabut res (de Mateu, un radiotelegrafista). Coses dels barcos: quan hi ets embarcat tens una relació ben estreta amb la gent qui congenies una mica però aixi que desembarques els perds de vista”.
También relata los atípicos lazos familiares que tenían los marinos, tan expuestos a las largas ausencias, al dejar constancia del desconcertante panorama que encontró tras desembarcar por vacaciones del MONTE REAL: “L´arribada a Sitges i a casa no és fácil d´explicar, després de prop de dos anys fora. En David ya havia fet les tres anys i parlava molt bé, lo preguntava tot. S´estranyava que digués Lola a la seva mare, que diguès pare al seu avi. En Lluís tenia una mica més d´un any i caminava, cridava i corria sense parar. Al dia següent amb la Lolita vam anar a veure la casa nova” (construida toda mientras él estuvo fuera). Había que ser un marino de otra pasta y con otros medios para navegar en esas tesituras.

El tratamiento de don. La deferencia por delante
Un recurso para sobrevivir a tamañas carencias emocionales era el peculiar compañerismo que surge al compartimentar los aspectos más personales delimitando en la vida cotidiana el trato con los demás. Este es un aspecto que David Jou obvia en su autobiografía. Detalla con esmero algunas interioridades de su primer barco: el ANTEQUERA; de los siguientes, cada vez menos. Por eso parece incompleto el libro “Memòria de navegacions” a pesar de ser muy bueno. Es que tal carencia constata una realidad, pues implícitamente denota cómo David Jou se iba aislando a bordo conforme ascendía. ¡Cosas del mando! Él describe con certeros detalles los puertos que descubre al atracar y, cual derrotero, las costas que se deslizan perezosamente por el costado del barco… También, a los “pasajeros” ocasionalmente embarcados por la naviera para que hiciesen un viaje de cortesía o de inspector. Pero, en general, es parco al referirse a los tripulantes que compartieron sus embarques, y más todavía a la convivencia diaria, a las rutinas del trabajo y a sus salidas a tierra con compañeros. Y no es por aquello de que lo que pasa a bordo no debe trascender fuera, que también. Hay más.
Él fue un marino de su tiempo, de las navieras que le contrataron y de los cargos que ocupó. Navegó durante el franquismo, que impregnaba autoritarismo, casi siempre en compañías (Campsa, Repesa) jerarquizadas, hasta diría clasistas y, ¡por supuesto!, con el “don” y la deferencia por delante. Además, fue capitán cuando la marina mercante seguía siendo la hermana menor de la Armada por tener similitudes en escalafones, uniformes, legislación penal, usos y costumbres anclados en un siglo incierto. De modo que David Jou parecería navegar en otra época, lejana, no por ello menos taxativa. Como era el depender de las comandancias de marina (Armada) para los asuntos relevantes y asumir a bordo un régimen jerárquico, no exento del ordeno y mando. Con su correlato de estratificar la lista de tripulantes por cargos, rangos y departamentos hasta cuartearla más de lo que está hoy. Y no bastante con ello, se aconsejaba, por ejemplo, a los agregados y jóvenes oficiales de puente evitar la relación estrecha con los subalternos y estar prevenidos frente al personal de máquinas.

De aquí la segregación, en gran parte tácita, que predeterminaba a la baja la franca convivencia con toda la tripulación a cambio de ahorrarse rencillas personales y conflictos de intereses profesionales. Consistía en preservar la operatividad del barco, tan ligada entonces a las relaciones de poder, al capitán. Y esto provocaba contrariedades, entre otras muchas que cada tripulante debía mitigarlas recurriendo en su pañol íntimo al gratificante compañerismo con quienes congeniaba por afinidades y cargos o por el trato diario (timonel, camarero…). Otros recursos eran el camarote como reducto, las creencias, las aficiones para gozar del tiempo libre… y, sobre todo, el incondicional respaldo en tierra de los seres queridos.
Así era para todos, con la particularidad del capitán, caso de David Jou en su última etapa de marino. Su cargo le encapsulaba más que a nadie porque su autoridad iba ligada al distanciamiento y al trato reverencial, aspectos que se refrendaban cada día en los actos de mayor carga social, a las horas de la comida en las que los oficiales debían de esperarle para sentarse a la mesa, la cual él presidía, también las conversaciones, y era el primero y mejor servido de todos.
Nota del editor. La foto de portada, en la que se ve al capitán David Jou en el puente de gobierno del MONTEMAR apoyado sobre la pantalla de radar y con el uniforme de capitán, está tomada, como otras de la serie, del libro «Memoria de navegacions».
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