El golpe de timón dado por David Jou en Cartagena fue una maniobra segura tanto para la empresa como para él, que hizo valer sus cuatro años y medio rompiendo mares en la naviera Fierro. Y acertó cuando aún le quedaban ocho años de navegación, un tercio de su historial de marino, embarcando seis meses en el MEQUINENZA de primer oficial con perspectivas de ascender pronto a capitán. Era un petrolero nuevo de trinca que él estrenó cuando aún estaba en la Naval de Cádiz haciendo las pruebas de mar; como auspiciando la nueva singladura de la marina mercante española, la de los años dorados (digamos). La que va desde el final de la eternizada posguerra civil a la crisis de 1973 que empezaría desarbolando poco a poco a las navieras españolas hasta acabar, antes de 1990, echando a pique al 80% de su flota.
Quien vivió “los felices años 20” no era consciente de ello. Sólo a posteriori se les consideraron felices en comparación con las miserias desencadenadas por el crack de 1929. Pasó igual con los marinos de los años sesenta y principio de los setenta del siglo pasado. No les parecería que fueran muy favorables, ni para tanto, si nunca sufrieron el resacón de aquellos relativamente buenos tiempos. Seguían trabajando duro, con sueldos bajos y sólo un mes de vacaciones. Sin embargo, como pudo comprobar David Jou, contaban con barcos más y más modernos en cuanto a seguridad y habitabilidad (espaciosos, aire acondicionado, camarotes aceptables), con crecientes oportunidades para embarcar y ascender… Nunca más otearon mejores expectativas y más estabilidad en el empleo.

Él fue un fiel exponente de ello. Lo refleja al narrar el siguiente embarque, ya de capitán, en el petrolero de su vida: el ESCOMBRERAS, donde se mantuvo al mando seis años largos e hizo casi la mitad de las millas navegadas de su currículum. Aunque este buque, de 1957, era de remaches y aspecto antiguo por ser de dos islas (puente y parte de la acomodación en el medio), pertenecía a la serie “T” de la empresa Elcano que, con buen resultado, los astilleros españoles entregaron trece unidades a diversas navieras entre 1955 y 1961.
David Jou no se cansa de alabar al ESCOMBRERAS por su comodidad, propicia también para que su esposa e hijos le visitasen en el puerto base de descarga, Escombreras, cuando se presentaba la ocasión tras los continuos viajes cortos al Líbano y largos al Pérsico. Tan satisfecho quedó de este barco que en su autobiografía lo estampa con quince fotos. El único gran contratiempo que tuvo, aunque gravísimo, trágico, fue la muerte de cuatro de sus tripulantes de máquinas al explotar el cárter del motor principal a unas 80 millas de Cartagena (02.10.1963). Muertes y desdichas que inexorablemente se cobra el mar… incluyendo las específicas pesadumbres de quienes están al mando de las naves cuando vienen muy mal dadas.

Más suerte tuvo David Jou en los siguientes buques (1967-1968), con sus consecutivas y últimas campañas, en el CALATRAVA y el ALCÁNTARA, ambos de la misma serie que el malogrado ELCANO, que naufragó con cuatro víctimas mortales al explotar/incendiarse los tanques de carga cuando los estaban limpiando sin gas inerte, a la vieja usanza (1971). Eran petroleros nuevos, de doble a triple tonelaje que los anteriores y mejor equipados para las operaciones de carga, aunque enseguida quedarían desfasados en capacidad y tecnología tras la guerra árabe-israelí de los Seis Días (1967) que cerró el canal de Suez durante años. Tanto daba. Para el capitán Jou marcaron los años dorados subidos de tono.
Su numerosa tripulación, todos españoles, unido a la automatización creciente de mecanismos e instalaciones, permitía sobrellevar el trabajo, y a su vez interrelacionarse mejor con los compañeros, por entonces con más tiempo libre y medios que nunca para el esparcimiento (ej. piscina, cine). Y si inauditamente sosegados estaban los subalternos en esos petroleros con rutas largas, tanto más el capitán, conocido a bordo por el Viejo en la inveterada jerga de la marina mercante española que todavía perdura, aunque por diversas razones hoy suelen ocupar ese cargo gente joven.
¡Qué foto tan bonita!
David Jou deja constancia con dos fotos de cómo era el Viejo en los años dorados. Una, la que posa con su mujer tomando el café en su despacho del CALATRAVA (verano de 1967). Expone la felicidad de un capitán en plenitud profesional y personal. Lolita le mira embelesada, mientras él encara radiante la cámara. ¡Qué foto tan bonita! Por si faltaba algo, la bandeja perfectamente dispuesta con el servicio del café da el toque definitivo a esa época pausada, diría que plácida, que la marina mercante justo estrenaba y duraría tan poco que muchos marinos se quedaron con la miel en los labios.

Se intuye en esa foto la mano del camarero proclive a la elegante complacencia porque, seguramente, él mismo trabajaba a gusto. Nada que ver con lo que vino después: tripulaciones mínimas… con capitanes sobrecargados de tareas, además de responsabilidades, de los que ya no mandan tanto con el “dile, hazme, tráeme…” seguido del formalismo “por favor”; sino que él mismo “hace, trae, dice…” incluso para favorecer a otros, y de los que si quiere un café para él y su mujer no suele tener otra que ir al pantry para prepararlo y servirlo por su cuenta.
En la otra fotografía, la de la mesa de su despacho, no aparece nadie. Sin embargo, retrata a la perfección al Viejo en los años dorados. Si la hizo David Jou, vendría a ser un autorretrato, un selfie, diríamos hoy, porque todo está, parece, dispuesto a propósito. Quería él salir así y no de cualquier modo, plasmando sin saberlo la escasa faena que tenían entonces los capitanes. Predominan el orden y la limpieza, los espacios libres, los objetos personales sobre los profesionales, la falta de asuntos pendientes puestos a mano en ese característico caos de carpetas o folios apilados que denota gran actividad.

El despacho está casi pelado, pasivo a modo de decorado. Apenas lo llenan algo la Enciclopedia del Mar, la caja de cerillas y el bote metálico de picadura de tabaco aromático Half & Half, por entonces un signo de distinción al igual que fumar en pipa, en la foto, posada en el cenicero. ¡Qué distinto a la actual oficina del Viejo!, con su ordenador en una mesa abarrotada por el papeleo sin límites, con el inseparable móvil pendiente de cualquier requerimiento, con el panel repetidor, en el mamparo, de las alarmas del puente y del VHF… Todo un navegar sin vivir, de marino oficinista, de lo que David Jou nunca supo siendo capitán, pues para algo contaba con el radiotelegrafista, el alumno y otro oficial para hacerle los papeles de puerto y demás a los que solo tenía que firmar. Apenas si conoció uno de esos indicios, prolegómenos del cambio radical a bordo que a toda máquina se acercaba de vuelta encontrada. En este caso, anunciando reducciones de personal y, a la larga, las tripulaciones mínimas que desbordarían de trabajo y de malestar a quienes siguieran navegando, también o más al capitán.
Fue el conflicto planteado en el CALATRAVA cuando David Jou suprimió de día al timonel de guardia para que trabajase en cubierta, dada la incipiente reducción de tripulación, porque no tenía sentido que, en mar abierta y con tiempo claro, estuviese en el puente habiendo timón automático y un radar encendido. Los tripulantes se quejaron del capitán a la naviera, teniendo la reglamentación IMO de su parte. El caso se resolvió reculando los descontentos, como así lo viví yo este mismo conflicto en el VALTIERRA (ex SANTIAGO, gemelo del CALATRAVA). Vino a bordo el jefe de personal de la flota de Repesa, habló con todos y apoyó la decisión del capitán. Nada que hacer. Solo había sindicatos verticales y la Ley Penal y Disciplinaria de la Marina Mercante (de 1955, derogada en noviembre de 1992) otorgaba amplios poderes al mando, algo propio en los regímenes autoritarios. Razón de más para que el Viejo, sin que le pudieran chistar a bordo, tuviese en aquellos años los mejores días de su vida.
Nota del editor. La foto de portada, en la que se ve al capitán David Jou en el puente de gobierno del MONTEMAR apoyado sobre la pantalla de radar y con el uniforme de capitán, está tomada, como otras de la serie, del libro «Memoria de navegacions».
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