David Jou dio un golpe de timón profesional en 1955 cuando llevaba de piloto en Campsa seis años, repartidos en seis buques, con solo algún periodo mínimo de primer oficial. No tenía más opción. Considerándose preparado para ascender, en su naviera no podía porque ésta era toda una institución donde los méritos contaban menos que la antigüedad. Le bastaba dar un vistazo a la libreta del escalafoncillo, que en las compañías de postín solía estar en algún estante o cajón de la cámara de oficiales, para constatar que llegar a ser capitán en una flota, tan codiciada como la suya, no figuraba en el horizonte de un joven piloto por muy eficiente y trabajador que fuese él. Los fijos se apalancaban en sus cargos y no había otra forma de llegar a mandar un barco en Campsa que esperar y desesperarse todo lo que hiciese falta.
Así debió valorarlo también su jefe de personal, Leandro Picabea, quien había sido su capitán cuando hizo las prácticas en el JOSÉ CALVO SOTELO. Aprovechando que estaba en la entrega de títulos de capitán a la promoción de David Jou, le propuso a éste que aceptara la oferta de embarcar de primer oficial en la naviera Fierro, garantizándole una excedencia de varios años por si necesitaba volver a la Campsa. Era una de esas connivencias entre jefes de distintas navieras por las que un armador se hacía con tripulantes en el caladero vecino. Pero a sus 30 años ya le iba bien esa componenda a sus espaldas. Aceptó sin dudarlo, asumiendo la aventura de ser jefe de cubierta del petrolero MONTE REAL (exVICKLAND) que desconocía y cuyo resto de la tripulación, 42 españoles, embarcaba también por primera vez en ese barco atracado en un gélido fiordo noruego. Le sobraba arrojo. Emociones fuertes a costa de grandes expectativas.

Le valió la pena. Dio un salto de gigante al asentarse como primer oficial efectivo, y el sueldo era tan halagüeño que pasó de ganar 1.900 pesetas al mes en Campsa a 12.000 pesetas por 45 días de embarque, sin duda irresistible para quien acababa de comprar un solar para hacerse la casa. A cambio, aceptó mermas en protección sociolaboral y Seguridad Social por navegar bajo pabellón panameño, siendo David Jou un adelantado de los marinos españoles que por decenas de miles acabarían enrolándose bajo banderas de conveniencia (piratas, decíamos), en masa desde 1960 a 1990. Su caso era algo especial porque la naviera pertenecía a Alfonso Fierro, un amigo personal del general Franco, por lo cual se tomaba la licencia de escamotear su empresa bajo una dominación inglesa, un paraíso fiscal, para así comprar/abanderar/tripular sus barcos de segunda mano al margen de la legislación española.
Cambalaches aparte, el MONTE REALmarcó un antes y un después para David Jou. Por primera vez navegó en un petrolero botado en 1950 con radar, giroscópica, timón automático… ¡Lo nunca visto! para quien tres meses antes había desembarcado del carcamal CAMPANA, construido en 1928. Y tanto se aferró a tan propicio embarque que no lo dejó hasta 22 meses después. ¡Casi dos años!, una barbaridad desde el punto de vista personal y familiar, agravada por los recurrentes viajes de cuarenta y tantos días, aunque compensado al final con cuatro meses de vacaciones, dos de ellos cubiertos a su costa. De los pilotos intrépidos de su tiempo, uno fue David Jou al dejar la zona de confort de Campsa para aventurarse en un destino ignoto, de esos en que la ilusión del marino por mejorar su suerte se entrevera con el desasosiego cuando, maleta en mano, sale de casa para embarcar. Gracias que tuvo recompensa.

Una suerte irrepetible
Lo más positivo fue que este petrolero le dio el definitivo espaldarazo profesional por la larguísima campaña de jefe de cubierta, por el porte del buque, casi 20.000 toneladas de carga, por la navegación tramp, aleatoria e imprevisible, que le familiarizó con otro surtido de puertos/rutas y por la aplicación de adelantos que desconocía (ej. el sistema butterworth para la limpieza de tanques). Como que al siguiente embarque, en el MONTEMAR, se estrenó de capitán con sólo 32 años y, a partir de entonces, apenas se descabalgó del mando hasta dejar definitivamente el mar para colocarse en tierra.
El MONTEMAR, (ex TORSHOV), también de la naviera Fierro, era un vetusto buque, botado en Alemania en 1935, que había sido pasado por la quilla de la II Guerra Mundial. Dos años y medio después de coger su mando, a David Jou le tocó afrontar el penoso final de este petrolero marcado por serias averías, desembarcando en el golfo Pérsico cuando el buque estaba condenado al desguace. Antes de zarpar para este viaje al Pérsico ya sabía que su naviera iba a plegar velas y que tampoco a él le interesaba seguir en ella porque tenía planes, luego frustrados, de ser práctico en Barcelona o Escombreras. Acabó haciendo una ciaboga para volver a Campsa aprovechando que estaba en excedencia y que el jefe de personal, Leandro Picabea, era el mismo que le había impelido a ser primer oficial en el MONTE REAL.

Dada su experiencia, le nombraron primer oficial de relevos, con algún breve periodo de capitán, aunque destinándole al CAMPOAMOR, una vieja gloria de 1931. Ni tan mal. Era a lo más que podía aspirar quien se saltaba de sopetón el escalafón tras haber desertado de Campsa cinco años antes. Aunque tampoco esto aplacaba sus aspiraciones al no ver claro ni pronto su ascenso a capitán en dicha naviera. Así que dos semanas después de embarcarse de primer oficial en el CAMPOLLANO volvió a dar otro golpe de timón estando atracado en Escombreras.
David Jou cuenta que fue de modo casual. ¡Vamos a ver! Estando con un amigo sentado en una céntrica cafetería de Cartagena coincidió que justo en la mesa contigua estaba el jefe en Cartagena de Repesa (Refinería de Petróleos de Escombreras S. A.), quien se entrometió en la conversación para ofrecerle allí mismo, como si tal cosa, ser capitán o primer oficial en la flota de dicha terminal. En su autobiografía, él se barrunta, por no decir otra cosa, que dicha propuesta fue un apaño entre inspectores. Con razón. Campsa y Repesa compartían allí la empresa Camesa de servicios portuarios, de aquí la sospechosa connivencia entre su amigo y el otro, más el probable compincheo del propio David Jou. Más evidente es el resto.
Un buen profesional, especializado en petroleros y con experiencia de capitán, era una presa codiciada en 1960 porque el franquismo llevaba ocho años apostando fuerte por los sectores naval y energético de modo que de los astilleros salían petroleros como churros y faltaban mandos con probado historial para tripularlos. Estaba cantado. David Jou perteneció a una generación de marinos españoles que durante tres lustros tuvo la suerte irrepetible, gracias al desarrollismo impulsado en España tras el plan de estabilización económica (1959) y a los treinta años gloriosos de la economía Occidental (1945-75), de ascender con más facilidad que nunca. Si encima él estaba de capitán al pairo en Campsa, es lógico que fuese reclamo fácil de Repesa, y más porque desde hacía años él era conocido en Escombreras por ser el puerto de descarga de sus numerosos viajes.
Nota del editor. La foto de portada, en la que se ve al capitán David Jou en el puente de gobierno del MONTEMAR apoyado sobre la pantalla de radar y con el uniforme de capitán, está tomada, como otras de la serie, del libro «Memoria de navegacions».
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