El cambio de nombre se enmarca en el Programa de Memoria de Barcelona y forma parte de esas propuestas cosméticas que caracterizan a los Ayuntamientos controlados por los partidos y movimientos de nuevo cuño nacidos al socaire de la crisis económica que se inició en 2007. Perezosos o incapaces de afrontar los grandes problemas ciudadanos de su competencia (urbanismo, tráfico, seguridad, fiscalidad local…), se afanan en crear problemas donde no los hay. Han encontrado un filón en la llamada memoria histórica, a la que alancean a gusto del mandón de turno.
La razón de incluir al fundador de Trasatlántica entre los nombres “detestables” reside, según el comisionado del Programa de Memoria de Barcelona, Ricard Vinyes, en que Antonio López no tuvo “en el contexto actual una conducta ejemplar”, pues “hizo una gran fortuna con el tráfico de esclavos y armas a Cuba” (declaraciones de Vinyes en El Periódico del 12 de febrero pasado).
Ricard Vinyes es un historiador académico especializado en la represión y crímenes cometidos durante el régimen de Franco. Tengo muchas dudas sobre su competencia en la Historia marítima o en la Historia del siglo XIX.
López y López fundó su naviera en Cuba, en 1850, y no consta que tuviera barcos dedicados al tráfico negrero, desde África, o al tráfico ilegal de armas. Sus buques, entre ellos el GENERAL ARMERO, primer barco español propulsado por hélice, se dedicaban al transporte entre puertos cubanos y entre éstos y los puertos de los Estados Unidos, sobre todo los del Sur, más próximos a las costas cubanas; esos buques seguramente transportaron esclavos cubanos a los Estados Unidos en una época en que la esclavitud era legal, pero no lo era el tráfico, una situación paradójica e insostenible.
Calificar de negrero o traficante de armas al fundador de Trasatlántica no sólo es injusto; es sencillamente falso.
El criterio hecho público del comisionado Vinyes, aplicado con coherencia y un mínimo rigor, debería suponer la desaparición del callejero de todos los reyes, nobles, generales, almirantes y guerreros en general, pues todos ellos, mirados en el contexto actual, fueron crueles y sanguinarios con centenares de víctimas inocentes a sus espaldas. Pongamos que hablo de Roger de Llúria, Jaime I o el marqués de Sentmenat, simples muestras de una larguísima lista. Y si se trata de aplicar la lupa sobre una conducta ejemplar, habremos de borrar del mapa a la inmensa mayoría de empresarios, a multitud de artistas y a la práctica totalidad de los políticos del pasado, pues todos ellos tuvieron niños en sus fábricas trabajando doce horas diarias, o maltrataron a su mujeres, o eran alcohólicos y brutales y abusaban de criadas y sirvientes, o eran mezquinos, falaces y corruptos. Para qué seguir.
La vinculación del cántabro Antonio López con Barcelona no deja lugar a dudas. Aquí puso la sede de Trasatlántica y aquí pergeñó otras muchas sociedades y estableció alianzas de todo tipo con quienes entonces eran próceres de la ciudad. Es probable que alguna vez se viera obligado a engañar, o a estafar; y seguramente, con ojos de hoy, explotara con horarios sin límite y sueldos de miseria a sus trabajadores. Pero es seguro que con su trabajo y talento supo levantar una de las mayores navieras de su tiempo. Dejemosle en paz en su pequeña placita y en su anónima estatua.
Si los Ayuntamientos quieren reconocer a otro tipo de personajes, más ligados a la lucha por las libertades sociales y políticas, tienen tiempo y espacio por delante. No necesitan hacerlo a costa de uno de los escasos vestigios de Historia marítima que ofrece Barcelona.