En algunos artículos publicados en NAUCHERglobal he reiterado la idea de que en el mundo del transporte marítimo el elemento esencial, el más importante, es el buque. Sin embargo, de forma harto gravosa para la sociedad, son los puertos los que nadan en la abundancia y mantienen un buen número de empleos innecesarios, pagados con generosidad a veces desmedida. Son los barcos con su trabajo los que abonan la factura. El buque constituye el pilar del sistema, el factor determinante de la riqueza que genera el comercio por vía marítima.
Abundaba en la misma idea quien durante casi seis años fue director general de Marina Mercante, la autoridad marítima nacional, Rafael Rodríguez Valero. En su caso, por conocimiento directo del sistema portuario español, añadía una crítica justa y prudente al deplorable funcionamiento de la mayoría de las autoridades portuarias y del ominoso papel que ejerce, con frecuencia, el ente Puertos del Estado.
Recuerdo que en febrero de 2016 el puerto de Barcelona apadrinó en el Museo Marítimo una exposición de pinturas de Lluis Almazán, a la que tituló “I ara el port” (Y ahora, el puerto), cuando en realidad los cuadros, sin excepción, mostraban los buques y embarcaciones que vivifican el enclave. Sin embargo, a los directivos de la APB se les ocurrió bautizar la exposición con la mención del puerto, como si éste fuera lo primordial.
Podríamos preguntarnos, emulando a Mario Vargas Llosa, en qué momento se torció la historia, cómo y por qué los puertos, elementos auxiliares de los buques, se convirtieron en el centro director del transporte marítimo. Que conste, la anómala situación viene de lejos. Hace casi 100 años, el capitán de la marina mercante y práctico del puerto de Barcelona, Ernesto Anastasio dejó escritas en la Memoria de la Compañía Trasmediterránea correspondiente al año 1922,, las siguientes, duras palabras:
Arbitrios de Obras de Puerto, impuestos sobre el transporte de mercancías y de pasajeros, derechos y exacciones de Aduanas, tributos de Sanidad marítima como tales exigidos a nombre de medidas impuestas por las necesidades de la salud pública, remolques y practicajes, pólizas y recargos en determinados servicios para el sostenimiento de los Pósitos de pescadores forman el cuadro incompleto de las gabelas con que la Administración saluda al buque que realiza la temeridad de acercarse a nuestros puertos, preparando el asalto que ha de recibir después en los servicios de desestiba y estiba, descarga y carga, guardería y custodia de las mercancías sobre muelle, todo ello sistemáticamente organizado y minuciosamente previsto para que todos los pequeños y subalternos intereses que pululan alrededor del tráfico marítimo hallen debido acomodo y sosegada permanencia, siquiera sea en detrimento y a costa del interés del buque que, siendo anterior y superior a todos, no tiene otros contactos con la Administración que los de la hostilidad y el rigor en exigir sucesivas y mayores exacciones, y con las organizaciones para los servicios de puertos, los de la lucha para defenderse el buque de las tarificaciones absurdas, del sabotaje de las horas extra y de la general anarquía en los métodos de trabajo que para nada cuentan con la autoridad de los Capitanes, porque se imponen por la propia fuerza de los que lo realizan y por la tolerancia del comercio que los consiente.
Desde entonces, diría que la situación de los puertos españoles se ha agravado. Siempre en detrimento del interés del buque que siendo anterior y superior a todos, se ve indefenso ante la fuerza impuesta por los pequeños y subalternos intereses que pululan alrededor del tráfico marítimo. Siempre a costa del naviero, del buque y de su dotación, asaltados cuando de forma temeraria se acercan a nuestros puertos.