La comparación a grandes rasgos de los mapas de terremotos y de los volcanes, hace pensar, inicialmente, que ambos fenómenos son inseparables. Sin embargo, estudios posteriores establece que existen áreas de mucha actividad sísmica, donde jamás se ha visto erupción volcánica alguna. Pero, la corteza terrestre por la liberación de energía del magma y nife podría originar dos fenómenos: volcanes y/o erupciones volcánicas, así como movimientos sísmicos y/o terremotos.
Sabemos, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS por sus siglas en inglés), que la corteza terrestre vibra casi, únicamente, a lo largo de dos zonas estrechas, por dos círculos.
1) El anillo alpino-caucásico-himalayense o cinturón alpino, el cual corre por la cuenca mediterránea, el Cáucaso, Asia menor, India y Malasia, donde ocurren, según estadística, un 54 % de los temblores.
2) El anillo circumpacífico, sobre la línea andino-japonesa-malaya o cinturón de fuego del Pacifico, donde ocurre un 46 % de éstos.
Ambos anillos coinciden en las cordilleras más recientes del globo. De ahí, la conclusión a la cual llegan los geólogos aseverando que “los temblores son el producto de dislocaciones recientes ocurridas durante la Era Terciaria del período oligoceno, hace unos 60 millones de años, por la erección de cadenas montañosas” (cordillera de los Andes, montañas Rocosas, montañas transantárticas, gran cordillera Divisoria –Oceanía-, Kunlun, Tien Shan, cordillera Ártica, macizo de Altái. Y, sus placas tectónicas o litosféricas, fragmentadas sobre otro conjunto de placas, que se desplazan sobre la astenosfera.
Tales círculos se cortan en dos puntos: Centroamérica –placa del Caribe- y archipiélago de la Sonda –placa de Filipinas-. Ahí están, en efecto, las zonas más telúricas del planeta. Convergen en la placa Sudamericana, que abarca todo ese continente y la parte del océano Atlántico Sur, comprendida entre ella, sus costas y la cordillera dorsal mesoatlántica, orogénesis de la cordillera de los Andes y de la fosa oceánica peruano-chilena o fosa de Atacama, de unos 7,8 km de profundidad.
Isaías A. Márquez Díaz