De eso se habló en la “Tertulia Marinera” del pasado mes de febrero, que el Museo Marítimo de Barcelona (MMB) organiza cada primer jueves de mes. Se trata de reuniones en las que el MMB trata de obtener testimonios de primera mano sobre la marina mercante del pasado siglo, en la voz de los que quedamos para poder contarlo. Las horas de la convocatoria, las 11 de la mañana, y lo temas propuestos, limitan la asistencia a un grupo de marinos mercantes, la mayoría jubilados, y algún que otro tertuliano relacionado con la mar, por afición o por profesión.
Sobre “La informática en los buques”, título de la convocatoria de febrero, las vivencias de los asistentes eran escasas, obviamente, de modo que la tertulia fue derivando hacia la implantación de los automatismos y su influencia en el trabajo y la vida a bordo.
La automatización y en concreto la proliferación de alarmas a bordo ha ido en detrimento de la facultad que el marino desarrolla durante su vida profesional para ser capaz de detectar anomalías como, por ejemplo, un ruido distinto al habitual, una imperceptible y nueva vibración o el desplazamiento improvisto de la superficie libre en un vaso de agua.
Dice Joseph Conrad en “El Espejo del Mar”: …Tal era el grado de intimidad en que un marino tenía que vivir antaño con su barco que sus sentidos venían a ser los del navío, y la tensión a que su cuerpo se viera sometido le servía para juzgar el esfuerzo que los mástiles del barco estaban realizando.
Imposible encontrar una mejor descripción de lo que, al respecto se dijo en esa tertulia.