Anduve a la pesca en los bancos de Terranova, Noruega, Sudáfrica y en el Pacífico Norte, en el banco conocido como “Oregón Bank”. Las campañas eran largas: entre cinco y ocho meses, por lo menos en mi caso. En la pesca del bacalao, los bous salíamos después del día de Reyes, generalmente sobre el 10 de enero, de Pasajes, Coruña o Ferrol dependiendo de la compañía en la que navegaras, claro. Cuando el destino era Terranova, tardábamos unos ocho días en cruzar el Atlántico y el primer lance se hacía en el banco Flemish Cap, Se probaba que todo funcionara correctamente; al inicio de campaña se incorporaban nuevas redes y puertas. Un aparejo de pesca es algo que debe funcionar en perfecto equilibrio para obtener el máximo rendimiento. Si la pesca se daba bien podíamos permanecer algunos días en la zona, aunque lo normal era pasar rápidamente de Flemish Cap al Gran Banco de Terranova.
La práctica común, era formar grupos de pesca; lo hacían los capitanes por afinidad, por conveniencia o por amistad. Era algo personal, al margen de la compañía y de la nacionalidad del barco, así que nuestros grupos estaban mayormente formados por barcos portugueses, franceses, españoles y, de vez en cuando, se agregaba algún alma solitaria que anduviera penando por esos mares. Uno de los que recuerdo, era un pesquero inglés de nombre Lord Parker.
Entre ese entramado multinacional, había que sumar otro grupo que funcionaba por su cuenta y que venía a complicar más la situación: la flota rusa, con sus trawlers, grandes, medianos y pequeños, barcos taller, cisternas, etc. En esos días que coincidíamos todos la pantalla del radar recordaba el desembarco de Normandía. A este tráfico intenso había que añadir a los alemanes orientales, algún polaco y los pequeños feroanos con sus altas proas, muy marineros. Estos últimos siempre norteaban más que nosotros, nunca los vi pescando en nuestras inmediaciones. Si faenábamos muy al sur del Gran Banco podíamos coincidir con los doris portugueses, pesca a liña desde un bote, incluso con alguno de sus veleros.
En este mundo cada grupo tenía su código clave. Habían distintos sistemas, aunque el más generalizado era una cuadricula con frases hechas, números, multiplicadores, nombres de barcos, tipos de peces, estado del tiempo, hielos,…etc. Diariamente, se cambiaba la combinación de las tiras alfabéticas laterales verticales y horizontales. Esto permitía que todas las comunicaciones entre barcos del mismo grupo, se hicieran con mensajes cifrados.

Bastante antes de llegar comunicábamos por radio con nuestro grupo y comenzábamos a recibir las notas de pesca. Se hacía una rueda de contactos cuatro veces al día, coincidiendo con los lances, salvo averías, o que el capitán decidiera virar antes. El tiempo de arrastre estaba sobre las cuatro horas. Esas notas de pesca le ayudaban a decidir hacia donde poner rumbo, sobre todo cuando una zona se había agotado, navegando en busca de un mejor caladero: Belle Isle, Gran Norte, el Camión, el Avión, Canal del Eglefino, Scattari, Golfo de San Lorenzo… Normalmente teníamos información de todo lo que ocurría en el Gran Banco, Golfo de San Lorenzo, y si algunos barcos habían decidido hacer esa campaña en Noruega, también teníamos contacto con ellos.
En cuanto al tráfico comercial, después de cenar, coincidía con la hora en que Aranjuez Radio/EAD/EDZ (Estación Costera de Servicio Marítimo Español) orientaba sus antenas hacia Terranova y era el momento de enviar y recibir noticias frescas de casa y del armador. Los 8 Mhz. llegaban como una bomba. Si había aurora boreal era mejor bajar a 6 Mhz e incluso a 4.
La onda corta cambió nuestro mundo
En uno de los barcos que navegué, con muy poca obra muerta, casi parecía un submarino, la estación de radio estaba en la cubierta inferior del puente y las antenas salían casi por el costado. En invierno, el primer paso para la comunicación era coger una barra de hierro y aporrearlas unos minutos antes de la Lista de Tráfico, para que cayera todo el hielo acumulado.
Cuando los barcos empezaron a incorporar radiotelefonía en Onda Corta cambió nuestro mundo, humanizó un poco nuestra vida. Aunque tocaba despertar a la familia en la madrugada, podíamos oír la voz de nuestros seres queridos, podíamos palpar los sentimientos, algo que no siempre se lograba expresar en el frío telegrama o en las cartas que recibíamos muy de tarde en tarde.
Por lo demás, la rutina era la normal de cualquier estación radioeléctrica de barco: escucha en 500 Khz., meteos, avisos de hielos, y algún SOS de vez en cuando.
Un aspecto importante en pesca, es el mantenimiento de los equipos de radiocomunicación tanto por seguridad de la vida humana en la mar como para mantener la comunicación con tierra en las largas campañas. Pero, además, en un pesquero son vitales los equipos de pesca y navegación: las sondas de pesca, que son los ojos del barco en el fondo del mar. Hoy en día hay sistemas con pantallas digitales que dan un sin fin de información, pero en los años 60/70`s tan solo era un estilete eléctrico que, sobre papel, dejaba un registro que el patrón o capitán interpretaba y que, en función de lo observado, procedía. Debían de funcionar de forma óptima sí o sí.
Otro aparato importante era el radar: niebla, barcos de pesca, mercantes, hielos… Los barcos antiguos llevaban el Decca 12, que era un martirio, una autentica fuente de averías, en especial su unidad de potencia en el exterior, debajo de la antena, con los inconvenientes que su reparación conllevaba con temperaturas muy por debajo de los 0º. Con radares más modernos las averías externas quedaban reducidas a cuatro cosillas accidentales y las internas a la rutina del uso. En navegaciones largas, nos valíamos del sistema LORAN, pero para la pesca, utilizábamos el sistema DECCA. Una vez detectado un banco de peces, de bacalao en este caso, se seguía de punta a punta y se viraba para hacer nuevo lance con rumbo inverso, siguiendo una sonda determinada. Sonda, radar y DECCA funcionaban las 24 horas del día, con el consiguiente desgaste y obligado mantenimiento.

Otro equipo no menos apreciado en aquellos años era el VHF, imprescindible para ponerse de acuerdo en las maniobras entre semejante maraña de barcos, niebla y hielo.
Noruega y Sudáfrica
Hasta ahora me he referido por completo a la pesca en Terranova. En Noruega, no había tanta densidad de barcos, la rutina era la misma, pero el ambiente completamente distinto, tal y como era el sol de medianoche, pasear a las dos de la madrugada por medio de un pueblo como si fueran las diez de la mañana, navegar por los fiordos hasta llegar a puerto y la simpatía de la gente. Por cierto, hasta en el círculo polar Ártico conocían a Manolo Escobar y al ver que éramos españoles siempre salía algún espontaneo que nos cantaba “Que viva la España”.
¿Y qué decir de Sudáfrica?, ¿qué novedades trajo? Los equipos de radio, navegación y pesca, venían a ser los mismos de siempre, aunque con alguna novedad. En los que a los de pesca se refería, como eran las sondas con el sensor en la boca de la red, el sistema alemán de la compañía ELAC, largaban un kilómetro de cable por la popa, que, al mínimo poro en su recubrimiento, entraba agua y generaba una avería, con lo que había que palmear el cable hasta encontrarla, cortar, sanear, empalmar, aislar, y hacer una empaquetadura que aguantara los 300 o 400 metros de profundidad. Otro sistema era el japonés FURUNO, en el que el emisor iba en la boca de la red, y el sensor, con forma de avión, colgando de un pescante por el costado a un par de metros de profundidad, y que, salvo alguna dentellada de tiburón, o las interferencias que producían los leones marinos jugando con el aparato, funcionaba muy bien. Otra novedad que aportó la pesca de la merluza, era que llevábamos médico a bordo y hacíamos consultas radiomédicas, así que, además de la documentación oficial de cualquier estación radioeléctrica, sumaba un vademécum médico.
En cuanto a mi experiencia en el Pacífico, donde solo realicé una campaña, aunque larga, nuestro puerto base era Balboa, Ciudad de Panamá. De aquella zona de pesca, mis recuerdos no son muy gratos: especies nuevas de peces para los que no teníamos mercado, problemas con las redes, con la máquina, fuertes temporales, y mayores dificultades para comunicar con España. De aquella campaña lo único gratificante que conservo es el recuerdo de Ciudad de Panamá. ¿Qué les voy a contar que ustedes no sepan o se imaginen después de meses en la mar?
No puedo dejar de comentar el aspecto humano que se desarrolla a bordo de un pesquero, actitudes que por otra parte apenas difieren de las de cualquier otro tipo de barco. A bordo, la mayoría opta por la convivencia pacífica, aunque siempre habrá quien se salte la norma. Hay un acuerdo tácito, no escrito, que prescribe no hablar nunca de política ni de religión. ¿Problemas? Los habituales de la convivencia, agravados por el aislamiento: algún que otro chisme tonto, alguna crítica al viejo, (siempre hay quien lo hace mejor); la comida, que por buena que sea, tampoco se libra de la crítica; e incluso alguno que no soporta el encierro y pierde el control. Aquellos pesqueros (ignoro su presente, aunque supongo que no diferirá mucho) eran una sociedad dinámica, que trabajaba, sufría y trataba de llegar viva para iniciar la siguiente marea.

El día a día, salvo incidencias en las que había que salir zumbando hacia el puerto más cercano por accidente o enfermedad de un tripulante, era pura rutina: siempre en arrastre, con pequeñas rutas en busca de nuevos caladeros. El almuerzo y la cena se hacían en dos turnos, generalmente con poca gente a la mesa. La conversación, fuera sobre lo que fuera, siempre se terminaba hablando de barcos y pesca.
En puerto, cuando entrabamos a repostar combustible y hacer la provisión, todo era muy distinto. En Terranova, por ejemplo, si se estaba dando bien la pesca, entrabamos a las ocho de la mañana, y listos de combustible y víveres, partíamos de inmediato para otros dos meses en la mar. Si la pesca era normal, tirando a floja, la estancia se prolongaba hasta una hora después de que cerrara el último lugar de ocio de la zona. Sobre las dos de la madrugada, se enfilaba entonces la bocana del muelle.
¡Qué buenos ratos con viejos conocidos de otros barcos!, ¡qué ocasión para pasar por el “Stella Maris” donde conocí personas inolvidables que dedicaron su vida al mundo de la mar, como el Dr. Alarcos en St. Pierre, los sacerdotes Joseba, en Saint Johns NFLD; Carlos y Urbano en Walvis Bay. Había muchos más, pero estos son los que yo conocí.
Y, ¿porque no nombrar los lugares que nos permitían relajarnos, tomarnos una cerveza, sentados en una silla que no se movía, oyendo música? Me vienen a la memoria multitud de lugares, entre ellos Tudor`s Inn, Bell`s, Newfoundland Hotel, Yatch Club, el Rancho, Mermaid Hotel, Atlantic Hotel, el Parque Santa Catalina, el Saxo Club, lugares donde te encontrabas con otras tripulaciones y que, como era natural, siempre se terminaba hablando de barcos.
Y por último, la emoción de llegar a puerto español, a tu casa, después de muchos meses sin ver a tus seres queridos.
Quien ha probado navegar, aunque lo haya hecho por poco tiempo, no lo olvida, será marino para siempre. Y los que además han sentido el bichillo de las ondas de radio, las comunicaciones de todo el mundo resonar en sus tímpanos, serán para siempre el tele, el radio, el sparks. o el marconi.