Las miserias del libro “La verdadera vida de Antonio López y López”, de Francisco Bru, se deben sobre todo a las injurias contra él, pero también a la nula documentación que aporta, también a la que calla, a modo de demagógico trabajo de opinión. En sus dos primeros capítulos delimita con mentiras el marco de sus acusaciones: el libro no es una venganza; Antonio López era un incapaz; se embolsó 40 millones de duros; y su éxito se lo debe mucho a Patricio Satrústegui. Con estas premisas, a partir del capítulo tres, Pancho Bru empieza a desvelar el origen de la fortuna de Antonio López mintiendo sobre la vida y el patrimonio que éste tenía antes de conocer a la familia Bru-Lassús.
Admite que desconoce quién fue el padre de su cuñado y está seguro “que en el hogar de López reinaba a su nacimiento y durante sus mocedades, una escasez que rayaba en la miseria”. Hoy sabemos que su padre Santiago López Ruiz murió con 24 años el dos de octubre de 1819, en Cádiz, a causa (¿?) de la fiebre amarilla que por esas fechas asoló la ciudad y diezmó las tropas que estaban acantonadas en la Isla de León para ir a combatir las insurrecciones en el imperio español. Es posible que su padre saliera de Comillas para trabajar en Cádiz, pues cuesta creer que le alistasen de soldado teniendo tres hijos pequeños. No hay certezas. Sí consta que su viuda María Antonia (1794-1870) pasó penurias para sacar adelante su familia, siendo Genara, de seis años, la mayor de los hermanos.
F. Bru queda en evidencia porque miente acerca de los primeros años de Antonio López. Afirma que éste se dedicó a corretear por calles y playas de Comillas hasta “los 20 años sin haber aprendido profesión alguna y sin otros conocimientos que los rudimentarios de la primera enseñanza.” Obvia lo que en 1885 todos sabían, que siendo un chaval se colocó en la tienda que una pariente que tenía en Lebrija (Sevilla) y que antes de marchar a Cuba, hacia 1831, tal vez con 14 años cumplidos, también trabajó en Jerez y en Cádiz.

Y encima, F. Bru denota malicia al elucubrar con la idea de que “López se había embarcado para escapar a su alistamiento como soldado”, todo un desdoro para quien al final de su vida era considerado un patriota. El caso era dañar su imagen. Quizás Pancho Bru posterga a 1837 la salida de Antonio López hacia Cuba porque ese año se aprobó la decisiva ley que fijaba el reclutamiento forzoso (Ley para el Reemplazo del Ejército, 02.11.1837), de modo que hacía verosímil que el joven López se embarcase para América sin los permisos burocráticos, de modo irregular, pues “No le veo en los Expedientes sobre licencias de embarque a la Isla de Cuba”.
Francisco Bru sigue arrojando sombras también sobre los primeros años de López en Cuba:
Nadie, absolutamente nadie sabe, ni siquiera ha podido presumir [él] en que misteriosos negocios empleó el tiempo (…) de qué modo adquirió sus primeros mezquinos ahorros, el caso es que después de ese tenebroso período, pareció en Santiago de Cuba en equipaje más que modesto, estableciendo en dicha ciudad un insignificante baratillo (…) una tienda de toda clase de géneros de inferior calidad.
El autor asegura que desconoce todo de su cuñado Antonio hasta que apareció en Santiago de Cuba, según él, hacia 1844. Miente. Pancho Bru tenía 14 años cuando en 1846 salió de Cuba con su familia para residir en Barcelona, una edad en la que algo habría escuchado de sus padres sobre quién era el empresario a quien habían alquilado un local de la casa familiar. Durante dos años, Pancho Bru tuvo el negocio de López justo debajo de sus pies. ¡Cómo para no saber nada de él!, máxime cuando su padre había entablado amistad y trato diario con el joven comerciante cántabro al extremo de conversar con plena confianza sobre negocios, planes y beneficios:
Quiso una horrible y funesta casualidad que para establecerlo [el baratillo] alquilase una tienda de una de las casas que mi padre poseía en la ciudad referida; en ella vivía éste con toda su familia. (…) No solo conoció a mi padre y estuvo en relaciones con él, sino que lo vio diariamente, y para colmo de desgracias, en los momentos de recreo y expansión. (…) Consultábale [López] sus negocios, pedíale consejo para sus planes … le daba cuenta de sus ganancias y progresos.”
Más mentiras. Andrés Bru Puñet y su familia, incluido Francisco Bru, conocían de sobra a su futuro yerno. No se alquila un local al primero que pasa por la acera y no se está todos los días hablando de negocios al caer la tarde, confraternizando en amena tertulia, sin saber con quién se está tratando. Y muy bien debían conocer a López cuando el padre le casó con su hija mayor, le dio una dote de 10.000 euros, colocó otros 20.000 euros como socio comanditario en su empresa, dejó dos hijos bajo su tutela en Santiago de Cuba y le nombró consultor testamentario de la herencia familiar.
¿QUIEN DA CRÉDITO A LAS MENTIRAS DE FRANCISCO BRU?
El farsante Pancho Bru publicó lo imposible de creer. Y sin embargo, sus mentiras, sus insinuaciones fangosas y sus clamorosos errores, todas monedas falsas, han circulado como valor de ley entre catedráticos, profesores de Historia, periodistas, políticos… que tragan y utilizan aquello que encaja con su sectarismo ideológico y sus prejuicios sociales. Como si los estudios de Humanidades fuesen también un insignificante baratillo, con buhoneros que venden crecepelos y duros a cuatro pesetas.
Es posible que Antonio López fuera conocido por los padres de Francisco Bru desde 1836, mucho antes de formar parte de la familia. ¿Acaso sus padres y hermanos nunca se enteraron de su infancia en Comillas, luego de su niñez en Andalucía y de su primera juventud en La Habana? Es imposible que con el tiempo Francisco Bru y Antonio López no conversaran sobre sus vidas y pasadas vivencias si solo se llevaban 15 años. Y doy por seguro que Luisa Bru le contó a su hermano Francisco aspectos presentes y pretéritos de su esposo.
Pancho Bru miente porque quiere ocultar, lo cual es otra manera de no decir la verdad, y oculta para poder volver a mentir. Lo de Luis Aragonés, el sabio de Hortaleza: “Ganar y ganar y volver a ganar…”, pero con el verbo mentir. Esa es la estrategia de Francisco Bru para ganarse la credulidad del lector, preparando la jugada que marcó la mentira definitiva: que su cuñado López pasó en Cuba de “baratillero a capitalista” gracias al saqueo de la familia Bru-Lassús -primera versión- y a la trata de esclavos -segunda versión.

La expresión “insignificante baratillo” es revelador. Lo dan por cierto quienes, por maldad o carencia intelectual, tildan a Antonio López de trepador impenitente. Se la creen por igual motivo por el que se publicó: sirve para explicar que el enriquecimiento rápido, de buhonero a poderoso, sólo fue posible por vías ilegales: saqueos y trata de esclavos.
El término “baratillo” deja rastro de ingenuidad o de mala fe en los trabajos dedicados al marqués de Comillas. Un investigador, por poco prudente que fuera, se cuestionaría que más de diez años después de llegar a la Isla, Antonio López se presentase en Santiago de Cuba casi de pobretón, se pusiese a vender “toda clase de género de inferior calidad”, y que quien le odiase subraye: “Es el baratillero un buhonero con puesto fijo.” Entiéndase por buhonero un ambulante de poca monta, un chamarilero, un charlatán…
Francisco Bru oculta casi todo y si fila algo evita ser conciso. Da a entender que López abrió la tienda cuando su padre Andrés Bru le alquiló el local comercial, en 1844. Atando cabos. Antonio López, quien había regresado a la Isla en 1843 tras un largo viaje de negocios por la Península, se inscribió en marzo de 1844 de comerciante en Santiago de Cuba al tiempo que alquiló el local a su futuro suegro. Por tanto, no cuadra el “insignificante baratillo” que apunta Pancho con el empresario que hacía compras y tratos en Europa y su casa comercial contaba con miles de duros de capital social gracias al inversionista asturiano Domingo Antonio Valdés. Y por si faltaba algo, tenía de socio a su hermano Claudio y agentes en otras ciudades de Cuba. No importa, Francisco Bru no se atiene a los hechos, sino a su afán de desacreditar a López haciéndonos creer que pasó delictivamente de buhonero a empresario opulento. Es el mismo afán de desacreditar de quienes han dado pábulo a las asechanzas y echaron abajo el monumento al marqués de Comillas en Barcelona.