“La verdadera vida de Antonio López y López” (1885) es un libro que falsifica la vida del protagonista porque su autor Francisco Bru le espeta infamias, le atribuye falsos delitos y tergiversa todo lo que puede contra él. Si goza todavía de alguna credibilidad es porque nadie se ha molestado en hacerle una lectura crítica y, sobre todo, porque convino darle crédito para contar en Barcelona con un negrero, el más propicio, a quien echar abajo su imagen y sacarla del nomenclátor. Es un libro de mentiras que tuvo el éxito póstumo de contribuir a la retirada de la estatua del marqués de Comillas (04.03.2018), objetivo expreso del autor para vengarse de su cuñado:
No he podido impedir que se levantara la estatua de Antonio López y López. ¡Quién sabe, si la Providencia obró sabiamente (…) ¿No es mayor castigo el derribo de lo edificado que impedir la edificación? Yo no dudo que el tiempo os reserva ese terrible y afrentoso castigo, ¡Marqueses de Comillas!… Mientras aquel llega, que no ha de tardar, sufrid el que os impone la publicación de este libro, pálido resumen de las virtudes de vuestro título y de vuestra fortuna.
Se aprovechó un mal libro para cometer una pérfida acción. Queda el recurso de rebatirlo a fondo desvelando sus maliciosos móviles y coadyuvantes mentiras, amén de los errores de bulto que Francisco Bru comete porque ni quiso ni se molestó en documentarse mejor. Faltan fechas, nombres, cifras, testigos… y los pocos datos que ofrece suelen ser incorrectos. ¡Qué necesidad tenía él de ser preciso!, cuando no pretendía darnos a conocer la verdadera vida de Antonio López, sino una perversa versión de ella. Y si el título del libro es una mentira, no se puede esperar que el texto sea objetivo y riguroso. Empezando por el embeleco con que pretende despistar al lector justo iniciar el prólogo.
Este libro no es una venganza ni una especulación, como puedan tal vez suponer almas viles que juzgan a los demás por sus propios sentimientos. Este libro es principalmente un castigo y después una vindicación.
Francisco Bru se pone en guardia con estas primeras frases porque teme que el lector considere su libro por lo que es: una venganza basada en la envidia y el odio y en hechos inventados. Por eso, a modo de “excusatio non petita, accusatio manifesta”, justifica por anticipado la imparcialidad de su libro a sabiendas de que le acusarán de ser vengativo. Pretende autoexculparse y legitimar su obra admitiendo que solo le mueve a publicarla el castigo y la vindicación, actos volitivos, no pasionales, más acordes con la justicia y con el derecho a resarcirse. A ello dedica todo el primer capítulo, cargándose de motivos justos para castigar a su cuñado: “Cumplo con mi deber (…) convencido de la justicia de mi causa”. No lo logra. A la menor oportunidad aflora el odio y la envidia porque son tan fuertes que le es imposible reprimirlos y ni apenas disimularlos.
Uno puede vindicarse con la venganza o con el castigo, y por tanto la credibilidad de este libro depende de si el autor actúa para devolver el daño recibido con un ojo por ojo, con un ajuste de cuentas (venganza) o, por el contrario, quiere perjudicar a quien cometió un delito independientemente de si él es o no la víctima (castigo). Estas disquisiciones son vanas porque es evidente que el libro es una venganza en toda regla. Si Pancho Bru pedía castigo no tendría que haber ido a una imprenta sino al juzgado de guardia. No recurrió a la Justicia, apeló a la opinión pública. En vez de presentar pruebas a un juez instructor, publicó la versión de los hechos que más le convenía para vengarse de Antonio López. De ahí que el libro sea un albañal, una sentina de rencor y mentiras.
Apelando al lector, lo hace repetidas veces, Francisco Bru se presenta proclive a los buenos sentimientos… a perdonar; incluso a una vez muerto Antonio López a reconciliarse con su sobrino Claudio y con su hermana Luisa Bru Lassús, por lo cual desea, según él, “hallar un castigo digno” como quien “cumple un deber.” Palabras, meras palabras, pues en su libro subyace la venganza toda vez que su odio estaba arraigado y robusto después de cultivarlo durante décadas. Lo afirma él mismo:
He aquí las causas de esta publicación: Desde hace más de treinta años existía entre Antonio López (…) y el autor de estas líneas, una guerra terrible y sin cuartel, unas veces sorda, otras manifiesta, pero siempre implacable. Los orígenes de esta lucha y de este odio mutuo son complejos (…); ni un solo minuto sentí modificar mis sentimientos en su contra; nuestro odio recrudecía solo al cruzarnos por casualidad en la calle, o al oír accidentalmente pronunciar nuestros nombres.
Un rencor así no se aplaca ni con la muerte de la persona odiada. Pancho Bru achaca su vigencia a que la familia Comillas heredó la inquina contra él. La realidad es que dichas pasiones persisten y esperan sine die la venganza hasta que se presente la ocasión. Odio visceral y justo castigo son incompatibles o, a lo más, la línea que lo deslinda de la venganza es imperceptible, sin zonas grises, que diría Primo Levi. No es creíble que Pancho Bru expusiera la vida de Antonio López con la ecuanimidad, imparcialidad y objetividad que requieren un castigo, por duro que sea. El propio texto desmiente continuamente a su autor. Por ejemplo, exagera sin inhibiciones las escenas de violencia (López negrero), resta al máximo las innegables cualidades de su exitoso cuñado o exagera los beneficios comerciales y herencia del marqués de Comillas.

El autor se deja llevar por el afán de venganza y recurre a todo el arsenal de hechos vividos o conocidos por referencias al extremo de que lo explicita sin tapujos: “No me detenía la idea de hundirme al hundirlos [a los Comillas]”, tanto más cuando, según Pancho Bru, el heredero Claudio López, su sobrino, le seguía persiguiendo y perjudicando.
En ese contexto de odio extremado es incomprensible que él fuese capaz de ser objetivo para aplicar un castigo legítimo. Tampoco se sostiene la rocambolesca propuesta que le hizo a Claudio López, al tiempo que le entregaba un ejemplar del libro contra su padre, de no publicarlo si aceptaba estas tres condiciones inasumibles: no levantar el monumento a Antonio López, desmentir en un acto público los rumores y calumnias contra él; y devolver por mitad con su hermano Ramón lo que les había sido despojado. Este chantaje es un acto ventajista de medro personal, no un castigo justo e independiente de la propia víctima.
Pancho Bru no es convincente y, por más que lo intente, él es un revanchista dispuesto a hacer todo el mal posible a la imagen de Antonio López y de los Comillas. Lo confirma página a página con el lenguaje faltón, difamatorio y violento que emplea. No contento con ello, insulta a su tío Claudio y a Eusebio Güell, haciendo responsable a este último de que la inauguración del monumento al marqués de Comillas (14.09.1885) se adelantase una semana a la fecha prevista para que no diese tiempo a la publicación del libro escrito contra Antonio López.
Más bien la epidemia de cólera aconsejó a las autoridades inaugurar el monumento con poca gente y antes de lo previsto. No hubo curiosos porque el anunciado acto fue suspendido por mal tiempo y la gente no se enteró que se haría al día siguiente. Así que fue un acto breve y popularmente deslucido, pero no por miedo que apareciera el libro escrito por Francisco Bru. Tiempo tuvo éste para introducirlo en España si, según dice, lo tenía acabado en verano y que por quedar obsoleto tuvo que destruir los ejemplares e iniciar el libro que conocemos. Esta es una de las muchas incoherencias en que incurre. Comete otra al decir que no quiere castigar al marqués de Comillas, sino a su familia:
No concebí el proyecto de este libro con el bajo propósito de obtener venganza de un muerto; lo formulé con la intención deliberada de castigar a los vivos, a lo individuos de la poderosa y omnipotente casa López y al propio tiempo, con la de vindicarme contestando a los rumores y calumnias que tanto me han perjudicado.
No es cierto. Pancho Bru escribe para vengarse de los Comillas, pero muy en especial de su cuñado fallecido. Y siendo más preciso, asegura que lo publicó para rebatir “una obra publicada en Barcelona por la familia López con el título `Homenaje de la ciudad de Barcelona, al Excmo. Sr. D. Antonio López y López, después de la muerte de éste.” Niega la legitimidad de dicho reconocimiento público por parte del Ayuntamiento porque, según él, lo pagaba la Casa Comillas y él veía “la injustificada apoteosis que la ciudad Condal dedicaba a aquel que ningún beneficio le había hecho”. Hay que ser mentiroso para negar incluso que el marqués de Comillas benefició a Barcelona. Por lo mismo, lamenta “la suerte que lleva con frecuencia por leve delito a un infeliz a los presidios [en referencia a él] mientras sube a un gran criminal a la cumbre de los honores, del poder y de la fortuna [a Antonio López]”.
Y para contrarrestar dicho homenaje, él dice que publica su libro desvelando que el origen de la enorme herencia de A. López radica en el saqueo de los Bru-Lassús, en la trata de negros y en el favoritismo de los poderes públicos. ¡Qué casualidad que quienes hoy desprestigian o minusvaloran al marqués de Comillas recurran a estos mismos argumentos! Hacen pleno seguidismo a las acusaciones del cuñado, sin antes considerar que apestan a infamias fruto de una personalidad corroída por la odio y la envidia, tanto que Francisco Bru pretende ensuciar la imagen del marqués de Comillas removiendo todo lo que pueda incriminarle en el enriquecimiento ilícito:

Empecemos, pues, a remover el cieno que contiene el fondo de la vida de mi cuñado. No es mía la culpa, una vez más lo repito, si de ese fondo se levantan nauseabundos vapores.
Francisco Bru asume la tarea de demostrar que Antonio fue un delincuente y sin embargo no se documenta. Nada, como si se hubiese encerrado a escribir su libro sin más recursos que sus recuerdos, su mala baba y sus obsesiones, sin salir a la calle siquiera para contrastar lo que solo conocía de oídas. A modo de un relato novelado, da rienda suelta al odio con las patrañas y falacias que se le ocurren. La verdad le es subsidiaria al impacto social que pretende con sus acusaciones, por lo que apela más al juicio, una vez maquinado, de los lectores que a las pruebas de los hechos denunciados.
El autor perdió este caso ante la Justicia después de ser encausado por difamación y amenazas de muerte. Sus acusaciones publicadas no probaban nada. Mucha hojarasca, algunos golpes de ingenio y continuos golpes bajos. Este es el libro de 1885 que ha contribuido en Barcelona a echar abajo la imagen de Antonio López. No se sostiene, es un absurdo. Lo que no probó nada en su momento, cuando contaban con referencias de primera mano, hete aquí que se ha dado por sentado en el siglo XXI.
Diez años después, Pancho Bru publicará el tercer libro “El Marqués de Comillas, su Limosnero y su Tío” sin mentar para nada las graves acusaciones que había vertido años antes contra A. López y su hijo Claudio. Este silencio clamoroso lo obvian quienes creen que López fue negrero basándose en lo que publicó su cuñado en 1885. Sucede igual con el líbelo de 1857. De sus tres obras, sólo en una acusa a Antonio López de negrero, sólo con tres páginas sesgadas y encima sin pruebas.
NOTA DEL EDITOR. Este artículo es el cuarto de la serie de diecisiete escritos por el marino y periodista Eugenio Ruiz Martínez sobre la leyenda negra atribuida al naviero Antonio López, a quien sin pruebas, sólo con el testimonio de un texto plagado de errores y falsedades, e insinuaciones propias del cotilleo y del fango, se acusa de “negrero”. La foto de portada es de un busto en mármol de Antonio López y López, fundador de la Compañía Trasatlántica Española.
Esta serie es la continuación de los artículos publicados en NAUCHERglobal sobre el naviero Antonio López que el lector puede leer o releer mediante el buscador y, por ejemplo, el item “Antonio López”