Andrés Bru Puñet (Torredembarra 27.10.1788; Barcelona 29.09.1856) emigró a Cuba hacia 1803 y se casó el 16.01.1825 con Luisa Lassús Ganné (Santiago de Cuba 09.07.1801; Barcelona ¿?), viuda de Josep Camps Baradat, con quien había contraído matrimonio en 1819. Andrés Bru había desembarcado en Cuba como emigrante de fortuna. Sería de familia modesta porque también se buscaron la vida en América sus hermanas María, Teresa y José, la primera en Cuba y los últimos en Uruguay.
Como otros jóvenes catalanes arrumbados a la Isla, se supone que Andrés Bru empezaría trabajando en algún comercio y tras acumular algo de dinero se pondría por su cuenta. Era regidor del ayuntamiento de Santiago de Cuba en 1836, pues así figura en el “Manifiesto a los españoles” (1837) que publicó en Cádiz el general Lorenzo, gobernador de la región oriental de la Isla, al darse por vencido por el general Tacón, capitán general de Cuba, cuando quiso aplicar en Santiago de Cuba el Estatuto Real, de 1834-36, promulgado por la reina regente María Cristina de Borbón como remedo de la Constitución de 1812.
Gracias también a las Crónicas de Emilio Bacardí, sabemos que en 1839 era comandante del cuerpo de Honrados Bomberos de Santiago de Cuba, aunque su fortuna no se amasó con este cargo. Dicho cuerpo contaba con dos bombas manuales de contraincendios y se creó en 1831, cuatro años después de que se declarase un incendio en la ciudad que reveló que apenas se contaba con 50 baldes de cuero, por lo cual se obligó a partir de entonces a que cada establecimiento tuviese al menos dos. Poco negocio para un jefe de bomberos, poco cargo para ostentar, más propio de un comerciante con proyección pública en su ciudad. No más, que haya transcendido.
Andrés Bru Puñet completó en 1840 su familia de cinco hijos: Luisa (nacida el 13.11.1825), Andrés (1828), Francisco (1832), Ramón (1835) y Caridad (1840). Ya se había enriquecido en Cuba -se ignora cómo hizo la fortuna- cuando en 1846 se afincó en Barcelona con toda su familia. Para entonces, su vida se había cruzado, e incluso trenzado, con la de Antonio López. Da que pensar incluso si se conocían desde una década antes, porque también un jovencísimo Antonio López aparece en el Manifiesto del general Lorenzo.
Está probado que en 1844 Andrés Bru le alquiló al joven cántabro un local comercial en la calle Santo Tomas y que al dejar Santiago de Cuba le otorgó poderes para gestionar los bienes e intereses que dejaba atrás. Una vez en Barcelona, compró o alquiló un piso en la notable calle Llauner y una casa de descanso en el barrio de Sarria. Lo normal o un poquito menos para quien hizo las Américas sin llegar a ser un potentado indiano. Su futuro consuegro Rafael Masó Pascual, también enriquecido en Santiago de Cuba por la misma época, cuando se instaló en Barcelona en 1846, compró, remozó y amplió todo un edificio en la plaza Teatro, zona cotizada por su cercanía a las Ramblas. Ostentó más que Andrés Bru, aparte de ser armador y empresario de mayor proyección.
El punto de inflexión de la familia Bru-Lassús tuvo lugar en mayo de 1848 cuando el joven Antonio López desembarcó en Barcelona. Desde que emigró a Cuba hacia 1831, el comillano había regresado al menos dos veces a la Península por cuestiones de negocios, pero esta vez fue distinto. Se casó. Volvió a la Isla en mayo de 1849 con su mujer Luisa, hija mayor (la pubilla) de los Bru-Lassús. También traía consigo la dote de su esposa y el sólido respaldo de su suegro, quien además de poner en sus manos parte de su capital, le confió a sus hijos Andrés y Ramón para que los formase en el negocio, el primero como socio industrial y el otro, se supone, de ayudante mientras también iba a la escuela. Su otro hijo varón, Francisco, se quedó en Barcelona estudiando; y Caridad, como su hermana Luisa, se casó con el buen partido que suponía Rafael Masó Ruiz de Espejo, hijo mayor del comerciante/naviero Rafael Masó Pascual, el indiano de Santiago de Cuba a quien me referí en el párrafo anterior.
Andrés Bru Puñet siguió en Barcelona siendo empresario. Aunque no presidió una casa comercial propia, participó en varios negocios e invirtió en otros, sea en comandita o como socio, también en la casa comercial de “Antonio López y Hermano”, radicada en Santiago de Cuba. Sin embargo, no participó en la naviera propietaria del vapor GENERAL ARMERO, ni en la casa de comercio que, en Barcelona, llevaba su otro yerno, Rafael Masó Ruiz de Espejo, con su hermano Gaudencio y presidía el padre de ambos, Rafael Masó Pascual. Esta mayor confianza de Andrés Bru con Antonio López radicaría en los viejos lazos de amistad que ya mantuvieron ambos en Santiago de Cuba, sin descartar que allí compartieran intereses económicos, y en haberle nombrado allí su agente cuando dejó Cuba. La preferencia de Andrés Bru por su yerno Antonio fue decisiva cuando el suegro cayó enfermo grave a mediados de 1856.
Para entonces, la familia López-Bru hacía tres años que había regresado de Santiago de Cuba para instalarse en Barcelona, pues su cuarto hijo, Claudio, nació el 14 de mayo de 1853 en alguno de los pisos de las casas de Vidal-Quadras, bloques de viviendas colindantes con los de Xifré, en el Pla de Palau. Se ignora la fecha exacta en que Antonio López fijó su residencia personal en Barcelona. Se supone que los terremotos y la epidemia de cólera que asolaron Santiago de Cuba durante cinco meses, a partir del gran terremoto del 21 de agosto de 1852, fueron decisivos para el traslado de la familia a Barcelona.
La familia López-Bru debió salir de Cuba tras formalizarse, el 7 de enero de 1853, el cierre provisional de la casa comercial Antonio López y Hermano. Primera señal de que iba plegando velas. El 29 de junio de ese mismo año Antonio López cerró dicha sociedad, dejando pendiente un 10%, el que correspondía a unas fincas en litigio; y seis meses después naufragó su vapor GENERAL ARMERO.
Antonio López acompañó a su familia para afincarse en Barcelona, pero regresó tiempo después a Santiago de Cuba porque allí tenía pleitos pendientes, varias fincas productivas y el vapor GENERAL ARMERO. Juan Antonio Ribera pintó en Madrid su retrató en 1853, pero eso no garantiza que él estuviese ese año en la Península ya que el cuadro pudo inspirarse en un daguerrotipo.
Se ignora si López regresó pronto o no a Cuba. Cabe la posibilidad que, entre 1853 y 1858, hiciera varios viajes a la Isla. Hay constancia de que estuvo durante unos meses en Santiago de Cuba, en 1857, para hacerse cargo de la herencia de Andrés Bru. Lo decisivo fue que estaba en Barcelona en septiembre de 1856 cuando su suegro hizo el testamento al sentirse muy enfermo, al tiempo que también testaban su mujer Luisa Lassús, los esposos López-Bru y, ya puesto, también la adinerada hermana de Andrés Bru, María Bru, viuda, quien murió medio año después que Andrés Bru. Dos fallecimientos, un notario (bajo sospecha, según Pancho Bru) y sobrado dinero para tensar las relaciones familiares si éstas sufrían por sus costuras. Como así fue.
Andrés Bru designó consultor testamentario a Antonio López de tal modo que para gestionar y disponer de la herencia se precisaba de su autorización. Él personalmente no heredaba nada. La viuda era usufructuaria, también albacea, junto a su yerno López. Pero ella y el resto de los herederos dependían de Antonio López, pues él tenía la última palabra. Una fuente de líos a nada que surgiesen suspicacias o simple mala fe entre ellos.

Andrés Bru Puñet debió sopesar que su yerno Antonio López, además de gozar de su confianza personal, era un magnífico gestor y, por tanto, sabría sacar el máximo provecho de su herencia en beneficio de todos. Era de esperar. Las innatas cualidades que éste tenía para los negocios siempre favorecieron a quienes confiaron en él, lo cual explica su núcleo fiel y creciente de socios, colaboradores y accionistas, base a su vez de su espectacular fortuna.
Los herederos de Andrés Bru no pensaban igual que él. Desconfiaron. La suegra y los cuñados se enfrentaron a Antonio López e incluso le llevaron a los tribunales. Resultado: fueron los únicos que salieron malparados de cuantos familiares y personas cercanas tuvo el marqués de Comillas durante sus cuatro décadas de empresario.
Esta excepción se explicaría porque Antonio López se granjeó la enemiga de al menos uno de los parientes por haber desvalijado, según creía éste, la fortuna familiar; o porque algunos miembros mantenían viejas desavenencias con López que estallaron al repartirse la herencia. Poco importó que la Justicia negase, entre 1858 y 1863, que Antonio López se hubiese aprovechado de la herencia de Andrés Bru. El mal estaba hecho. El conflicto familiar se enconó tanto que las sentencias sólo resolvieron las cuestiones económicas. Se repartieron tarde y mal que bien las herencias, pero la familia quedó rota, irremediablemente rota.
Francisco Bru adoptó de entrada la postura más irreconciliable y de por vida desarrolló un odio incontrolable contra Antonio López, arrastrando en su alocado enfrentamiento a su madre, a sus hermanos Andrés y Ramón, incluso a su otro cuñado Rafael Masó. También a su hermana Caridad, aunque con los años ésta llegó a términos con los López-Bru, quienes le pasaron una pensión y contribuyeron a que el hijo varón, Amaro, estudiase medicina, cuando su marido Rafael Masó Ruiz de Espejo la dejó desasistida.
El librillo “Fortunas improvisadas” (1857) abrió las hostilidades contra Antonio López, porque Francisco Bru acusó a su cuñado de haber ido saqueando a su familia desde que apareció en la casa paterna. No hubo vuelta atrás, y su ataque frontal y público contra su cuñado López le improvisó miserias para el resto de su vida.
En su principal obra (1885), Pancho Bru vuelve a la carga con sus denuncias, a calzón quitado, dado su irrefrenable afán de venganza. Y su libro de 1895 resulta incluso patético. Deja patente que nunca superó el trauma de juventud, se reconoce a sí mismo un caso perdido, admite sus carencias e intenta de nuevo vengarse de la Casa Comillas, esta vez comedidamente, aprovechándose del conflicto entre Jacinto Verdaguer y Claudio López Bru que había estallado dos años antes.
“Fortunas improvisadas” es un libelo de 16 páginas publicado por Francisco Bru para acusar de ladrón y embaucador a su cuñado sin nombrarle en todo el texto. Y es el primer testimonio que pone en cuestión el origen legítimo de la fortuna de Antonio López a pesar de que en 1857 no era todavía ni opulenta ni ostentosa y justo empezaba, que se sepa, su pujante labor empresarial en la Península.
Pancho Bru no aporta datos, ni fechas ni tampoco cantidades para explicar la fortuna amasada por el indiano cántabro a costa, según él, de los Bru-Lassús. En el libelo, él contrapone el enriquecimiento rápido de las naciones, cuyas causas acaban sabiéndose, a la opacidad o complejidad de circunstancias que se dan al enriquecerse alguien ilícitamente en el ámbito privado dando pie a “la repentina decadencia de una familia, ¡contrastando con el auge improvisado [repentino] de otra!”
El autor lo atribuye a que su cuñado aprovechó la falta de previsión y la noble confianza de los Bru-Lassús para introducirse en su familia y enriquecerse con malicia gracias a que “la hipocresía y el abuso de confianza conspiran contra la buena fe y la generosidad”. En concreto, imputa el enriquecimiento de Antonio López al “egoísmo activo, tan hipócrita como insaciable, que da ocasión a repentinos cambios en las fortunas privadas (…), ese monstruo social, tan seductor por su aspecto, como abominable por su esencia”.
Y después de bosquejar los rasgos, incluso fisionómicos, de estos ventajistas, explica por qué su familia Bru-Lassús fue una víctima propiciatoria:
Donde hay un rico confiado, una viuda abrumada bajo el peso de negocios de importancia, o menores cuya suerte futura depende de la buena administración de sus bienes, asoma una, dos, tres veces la siniestra figura de nuestro personaje [Antonio López], hablando de probidad, de virtud, de desinterés, de caridad cristiana.
Así que primero: “Aparece como el más hábil de los agentes, como el más probo de los administradores para después elevarse a la posición de amigo íntimo en vez de administrador, hacerse miembro de la familia… hasta lograr una posición de predominio desde donde esforzarse en gestionar la fortuna de sus víctimas porque al fin de cuentas acabará siendo suya cuando gestione a su conveniencia el testamento (cláusulas insidiosas), la herencia (tejemanejes) y hasta los pleitos porque él dispondrá de mucho más dinero que los perjudicados para hacer frente a los largos litigios”.

Y, sigue Francisco Bru: “Muchas veces se pasan ocho, diez años sin que nadie se aperciba del trueque de fortuna, hasta que la partición de una herencia, la muerte de una persona… hace indispensable el balance”. El libelo termina apelando a la moralidad pública y a la precaución privada para evitar a “esas serpientes vestidas de paloma (…) que, como si fuese castigo providencial, dan muerte a quien pretenden darle la vida”.
Este librillo achaca a Antonio López un plan maquiavélico lo suficientemente coherente para quien desconozca las circunstancias y fortuna de la familia Bru-Lassús e ignore al acusado, al cual ni le nombra. Es un guión novelado, bien trabado, de remarcable introspección, que, como sus otros libros, de 1885 y 1895, revela que Francisco Bru era una persona culta no exenta de talento e incluso con algunas dotes de escritor.
No merece la pena rebatir ahora este libero porque, ya con nombres, mentiras y algún detalle, calca en el libro de 1885 las acusaciones contra Antonio López de haber saqueado a la familia Bru-Lassús. Pancho se repite también al destacar en ambas obras el mismo verso, que él atribuye erróneamente a José Zorrilla, cuando solo se lo habían dedicado.
Porque aquí corre el hombre disfrazado // para hacer su ventura más completa, // y blasona virtudes el malvado // cubierto con la pérfida carea. (poema “El momento”, José María de Andueza, 1841).
“Fortunas improvisadas” se limita a denunciar un conflicto familiar/hereditario y a explicar el enriquecimiento repentino de López gracias exclusivamente al saqueo de la familia Bru mediante ocho o diez años de zapa. No contiene ninguna referencia a la trata ni siquiera a la esclavitud. Pudo haber denunciado en 1857 que su cuñado amasó su fortuna también con el tráfico de esclavos, y no lo hizo a pesar de que, por entonces, de ser verdad, habría testigos y datos recientes que lo avalasen. ¿Por qué lo calló en 1857? ¿Acaso su familia Bru-Lassús también estaba implicada en la trata? Elucubraciones. Lo cierto es que entonces él no acusó de negrero a su cuñado y explicó el enriquecimiento de éste exclusivamente en el expolio de su familia política.
Habría que saber si Pancho Bru escribe la verdad ese año o en 1885 cuando asegura que su cuñado se hizo rico también traficando con “carne humana”. El líbelo no tuvo fortuna. Los jueces no le dieron la razón y el prestigio de Antonio López no sufriría menoscabo a pesar de estas acusaciones. Lo extraño es que incluso el historiador de referencia sobre Antonio López obvie esta obra tan relacionada con el origen de la fortuna del marqués de Comillas. El líbelo descuajeringa en parte la leyenda negra de Antonio López, razón para que muy rara vez figure en las bibliografías y no lo traten las obras de quienes perjudican la imagen del marqués de Comillas.
NOTA DEL EDITOR. Este artículo es el segundo de la serie de diecisiete escritos por el marino y periodista Eugenio Ruiz Martínez sobre la leyenda negra atribuida al naviero Antonio López, a quien sin pruebas, sólo con el testimonio de un texto plagado de errores y falsedades, e insinuaciones propias del cotilleo y del fango, se acusa de “negrero”. La foto de portada es de un busto en mármol de Antonio López y López, fundador de la Compañía Trasatlántica Española.
Esta serie es la continuación de los artículos publicados en NAUCHERglobal sobre el naviero Antonio López que el lector puede leer o releer mediante el buscador y, por ejemplo, el item “Antonio López”.