Después de pasar el ecuador de las 270 páginas de “La verdadera vida de Antonio López y López”, Pancho Bru cae en la reiteración con una filípica dirigida a su sobrino Claudio, segundo marqués de Comillas:
La base de la fortuna que has heredado es un robo monstruoso, robo hecho por tu padre contra tu abuela y contra tus tíos (…) Tu madre le vio robando y se hizo [no sólo] la desatendida, sino que nos vio a todos nosotros en la indigencia, desde su misma madre a sus hermanos y no por eso perdió el apetito ni el sueño…
Toda una página para decir lo mismo con otras palabras más lacerantes. Sin duda, F. Bru había agotado el filón de las manidas acusaciones y necesitaba inflar su difamación con nuevos argumentos. Y qué mejor para desacreditar a Antonio López que poner en la picota su labor empresarial en la Península.
Tendrán mis lectores curiosidad de saber cómo ganó López los millones de duros en que estimé el producto de sus negocios; pues hasta ahora no les expliqué más que los principios cubanos de su carrera y el origen del millón que después le sirvió de base para salir de la ruina que sufrió en Barcelona.
Lo intentó en vano. Él mismo admite que le supera la cantidad de empresas involucradas y le faltarían pruebas con que afrontar posibles pleitos que le acarrearían si lanzaba acusaciones. Empezando con la naviera Antonio López y Cía., fundada en 1857. Pancho describe con oficio y gracejo una acusación que no concreta porque no puede ni se atreve:
La verdad es que, en el fondo, los vapores trasatlánticos no eran más que una etiqueta. Tras los vapores había otra cosa. ¿Y dentro de ellos, nada había?… se me preguntará sonriendo. ¿Nada? ¡Jesús! ¡La mar!… ¡la mar!… queridos lectores. Pero repito que solo me permito tratar este asunto de puntillas. No me gusta ser vago. Se me pedirían pruebas de mis palabras, y de ciertas cosas es imposible alegarlas.
Se limita a lanzar sospechas contra el Banco de Barcelona por conceder un fuerte préstamo para los vapores aceptando como “garantía títulos que con este objeto se habían falsificado.” Queda claro que le viene grande tratar la vertiente empresarial de Antonio López. Ni es experto ni tiene acceso a los círculos económicos. Se vale de interesados recortes de prensa que, leídos a su manera, le llevaron a conclusiones peregrinas que los hechos desmintieron. Más acertado está al acusar a su cuñado, sin nombrarle, ¡ojito!, de enriquecerse gracias a la guerra:
¡Y la guerra de Cuba, qué mina no ha sido para muchos españoles! … ¡Pobres soldados! ¡Pobres españoles! Vuestro oro y vuestra sangre producirán millones y más millones a ciertos personajes que especulan con vuestro entusiasmo.
Es la controversia de siempre. Quien contribuye con su fortuna y medios al esfuerzo bélico de su país, para unos es un patriota mientras para otros será un inhumano especulador. En este caso, Antonio López se benefició de todas las guerras en las que participó España desde 1859 a 1878; por el contrario, su hijo Claudio las tuvo siempre de espaldas. Francisco Bru se apunta al bando de quienes acusan a Antonio López de ganar dinero ensangrentado, acorde a su vengativo empeño de desprestigiarle todo cuanto pueda.
Pancho opina confundiendo sus deseos con la realidad. De modo que describe la precariedad del grupo Comillas cuando sus empresas iban bien, aunque algunas sufrieron un bache con la crisis económica que arruinó las alegrías especulativas del periodo 1877-1882, denominado de “La fiebre del oro” gracias a la novela homónima de Narcís Oller. Venganza aparte, a Pancho también pudo inducirle a engaño que la crisis de 1883-87 coincidiera con la preparación y la publicación de su libro.
No creemos, sin embargo, lejano el día en que el fracaso sea evidente para el Banco Hispano-Colonial, para la Compañía Trasatlántica, para la Compañía General de Tabacos de Filipinas; y quizás para el Crédito Mercantil; y que no sólo nosotros, sino que el público opina también así.
¡Qué se puede esperar de un analista económico de ventura y encima cegado por la envidia, el odio y la venganza! El conglomerado empresarial fraguado por López se acrecentó y aguantó durante décadas y algunas de sus empresas duraron más de un siglo, caso de la naviera Trasatlántica y de la Cía. General de Tabacos de Filipinas.

No merece la pena revisar el despropósito escrito por Francisco Bru respecto a las empresas del grupo Comillas. Sus 90 páginas, un tercio del libelo “La verdadera vida de Antonio López y López”, carecen de valor documental, aburren a las vacas, sirven para ahuecar una obra que, sin ellas, podía darla por acabada con algunas puntualizaciones a modo de epílogo. Ni él confía en lo que delata. Pues no recurre a un bufete especializado en legislación empresarial o bursátil, ni interpone querellas por malas prácticas contra los gestores del grupo Comillas. Se limita a echar basura, envuelta en un collage de recortes periodísticos, para intentar desprestigiar el éxito de Antonio López y negarle futuro a sus empresas. No lo logró. Más mentiras, un fracaso más en una vida emponzoñada por el odio y el resentimiento.
Agotado el tema empresarial, Francisco Bru retoma las diatribas. Esta vez animado por un artículo mordaz del diario crítico/progresista “El Diluvio”, que denuncia:
La construcción del monumental monumento que se está levantando en la Plaza que durante tantos años ha llevado el nombre de San Sebastián, a cuyo santo, después de tantos martirios como sufrió de los gentiles, solo le faltaba ver que se borraba su nombre de una Plaza, para destinarla a honrar la memoria del fundador y presidente del Banco Hispano-Colonial.
Pancho Bru no quiere acabar el libro sin antes recordar al lector todas sus acusaciones contra su cuñado y vuelve a sus viejas cuentas de comparar las ganancias de la Banca Rothschild con las del marqués de Comillas para demostrar que éste último nunca podía haber ganado lícitamente los 42 millones de duros que, según Pancho, legó a su muerte. Más de lo mismo. Beneficios demasiado irreales como para haberlos obtenido lícitamente. Y reta a su sobrino Claudio López a que, tras leer el libro, se querelle contra él por injurias y calumnias. En esta ocasión, le reta a que lo haga en Suiza o mejor ante la opinión pública, porque, avisa, se va al extranjero no sea que le persigan en Barcelona como le sucedió con el líbelo de 1857.
El epílogo del libro de 1885 lo dedica a denostar a su hermana Luisa. Lo empieza negando lo que de verdad va a hacer, con el mismo recurso retórico que empleó contra Antonio López justo al empezar el libro:
No es posible dejar la pluma sin dedicarte algunas líneas y no por afán de mortificarte ni de causarte disgusto alguno. ¡Harto siento que las circunstancias me obliguen a hacer al público juez de nuestras disensiones!
Resulta grotesco cómo a continuación Francisco Bru hace lo posible para ultrajarla, no sin antes destacar de Luisa su buen corazón, los recuerdos felices de su niñez compartida… lisonjas que terminan con una diatriba sobre si ella es cómplice o víctima de su marido. Llega a la conclusión de que Luisa es responsable del daño causado por su marido y le conmina a redimirse ahora que él ha muerto, apelando también a su religiosidad. Chantaje emocional, religioso, moral y por si faltaba algo, Pancho tiene la ruindad de extorsionarle con la presunta conducta sexual de su marido:
¿No concebiste nunca sospechas respecto a la infidelidad conyugal? Pues yo tengo seguridades respecto a este punto y si no atacaran mi pluma altos respetos y consideraciones de delicadeza, citara aquí hechos, personas y circunstancias que te harían ver claramente cuan engañada vivías respecto a este particular.

¡Hay que ser miserable! Y si Francisco Bru no tiene escrúpulos para publicar este indigno párrafo ¿por qué hay quien cree las acusaciones contra López, también sin pruebas y sin la más mínima credibilidad personal, demostrada a lo largo de su libro? Para colmo achaca los horrores provocados por Antonio López, de la que su hermana Luisa era cómplice, las desgracias “que la mano de Dios se hace sentir en la familia, muerto tu hijo mayor en la flor de la vida, fallecido tu esposo sin tiempo para arrepentirse (…); sin salud y sin hijos Claudio, con frecuencia en peligro tu Isabel. ¡Medita si te es posible!”
¡Menos mal que Pancho Bru no tenía afán de mortificar y disgustar a su hermana! Hasta le atribuye un castigo divino. Un cretino con desfachatez sería mejor persona que él. Por muy resentido e infectado de odio que estuviese, estos indignos ataques a su hermana Luisa denotan una maldad capaz de recurrir a la mentira sin miramientos. Una persona así no es creíble, salvo que aporte pruebas incontestables.
El libro termina con la “Advertencia Importante” de que se siente espiado y amenazado, que teme incluso por su vida, y denunciando de antemano por si le agreden o le pasa algo grave:
Es importantísimo advertir que pueden tener interés en cometer el delito, no sólo para vengarse del presente libro; sino para impedir la publicación de otra obra, si cabe más interesante, que estoy terminando y públicamente anuncio.
No le pasó nada a Pancho, salvo que acabó en la cárcel. No le agredieron ni tampoco publicó el presunto libro que estaba acabando. Es sorprendente que semejante bocazas haya merecido algún crédito y que sus mentiras y acusaciones no probadas hayan sido decisivas para echar abajo la imagen del marqués de Comillas.