Juan Díaz Cano, presidente de la Real Liga Naval Española (RLNE), ha escrito y publicado una historia de la Liga Marítima Española (LME), y su sucesora, la RLNE, tras un salto en el tiempo de más de tres décadas; un relato que, a través de los avatares de una organización emblemática, forma parte de la historia marítima de España.
La Liga Marítima se fundó el 16 de diciembre de 1900 en un acto celebrado en los salones del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio. Su objetivo eran formar una gran alianza de todos los sectores marítimos: Armada, marina mercante, pesca, construcción naval, puertos, etc. a fin de defender sus intereses ante la sociedad y los Gobiernos. Su creación despertó una enorme ilusión entre los empresarios del sector y entre los trabajadores y hombres del mar. Los primeros veían en la LME el instrumento para conseguir mejores posiciones y ayudas para sus empresas. La Armada, en sus peores horas tras el desastre de 1898, se puso al lado de la Liga para aumentar su influencia política con la ayuda de todo el mundo marítimo.
También las asociaciones de trabajadores, sobre todo los marinos titulados, y los intelectuales y profesores de las Escuelas de Náutica aplaudieron la creación de la LME en la que depositaron muchas esperanzas de regeneración y mejora de la marina mercante. Ricart y Giralt, director de la Escuela de Barcelona participó en la dirección desde la creación de la LME; y Ernesto Anastasio, creador y presidente de la Asociación Náutica Española desde 1903, escribió en varias ocasiones en favor de la Liga, de la que esperaba un impulso del sector marítimo.
La LME jugó un papel destacado en las presiones y movilizaciones para la aprobación en 1909 de la célebre Ley para el fomento de las industrias y comunicaciones marítimas, una ley unánimemente alabada por el sector marítimo, que sin embargo Juan Díaz, economista de profesión y profundo conocedor de los entresijos de la historia de la marina mercante española, cuestiona con razones muy sólidas. Afirma que la ley estableció una cadena de proteccionismos cuyo beneficiario final era la industria siderúrgica, a la que se le garantizaba el mercado de la construcción naval, obligado a comprar el metal en España. Para compensar a los astilleros de esa carga, la ley obligó a los navieros españoles a contratar sus buques en los astilleros nacionales, sin poder acudir al mercado internacional. Y para compensar a los navieros de ese yugo, se les concedió el mercado del cabotaje, donde los buques extranjeros no podían operar. De esa cadena de proteccionismos surgió un sector de construcción naval adocenado y poco competitivo; y una marina mercante protegida, que amparaba la incompetencia y desincentivaba la salida a los mercados internacionales.
La LME fue perdiendo fuelle con los años, cada vez más cuestionada por los sindicatos y las asociaciones de marinos; y cada vez menos efectiva en su objetivo de canalizar los intereses del sector marítimo. A finales de la década de los años 20 del pasado siglo, y no digamos durante la II República, la LME apenas tuvo presencia pública. Murió por inanición.
La resurrección
Una vez acabada la guerra civil, con el ejército bien instalado en los centros de poder político, la Armada no necesitó recurrir a ninguna ayuda civil, de modo que a nadie se le ocurrió resucitar la vieja Liga Marítima. Pero con el transcurso de los años, sobre todo a partir de la llegada al Gobierno de los llamados tecnócratas, que pusieron en marcha el Plan de Estabilización (1959) para acabar con la autarquía y abrir la economía española, la idea de restablecer la Liga fue tomando cuerpo.
“El 11 de febrero de 1969 tiene lugar el acto constitucional de la Liga Naval Española como heredera y continuadora de la Liga Marítima Española”, escribe Juan Díaz. Heredera hasta cierto punto. Mientras la Liga Marítima tuvo siempre un importante componente civil (el político Antonio Maura fue su mayor impulsor), y su objetivo explícito era la protección y el desarrollo de las industrias navales (de ahí su nombre: Liga Marítima), la organización fundada en 1969 era una creación militar para promover ante la opinión pública “la presencia de la mar en la vida nacional”, de ahí que pasara a adjetivarse Naval. Por supuesto, sus fundadores, con el almirante Martel como primera espada, llamaron a las puertas de políticos y empresarios de renombre para adherirlos a la causa. Pero sólo eran nombres.

Juan Díaz recoge con rigor la cronología organizativa de la Liga Naval, sus presidentes sucesivos y los logros de cada uno de ellos. Y acaba la historia con un texto entre confesional y descriptivo de la vida de la Liga Naval (Real Liga Naval desde mayo de 1993) desde su acceso a la presidencia en enero de 2013. Reconoce Juan Díaz que cuando él asume la presidencia de la RLNE, ésta carecía de influencia real en la sociedad y estaba desprestigiada. Su principal ocupación consistía en aportar un marco con nombre y uniformes al juego de vanidades de la mayoría de los socios. Se limitaba a organizar actos donde lucir galas en público, pero sin apenas conexión con las realidades del sector marítimo.
Se propuso cambiar esa realidad y situar a la Liga Naval dentro de los debates de la vida marítima española. Ha sido una ardua tarea, con muchos obstáculos, pero realizada con éxito, como lo prueban los cuatro congresos marítimos realizados.