Entonces era un joven inexperto que militaba en el Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC), donde recalé tras convencerme que los comunistas eran las únicas personas comprometidas y organizadas para derrocar a un régimen político represivo y autoritario, desde luego, pero sobre todo estúpido y mediocre. Me apunté en 1972, cuando mis actividades periodísticas me llevaban a cubrir la información de una huelga en Cornellá, por ejemplo, y descubría que quienes daban la cara eran del PSUC; y cuando entrevistaba a un líder ciudadano que reivindicaba escuelas mejores y zonas verdes para el barrio de Sants, en Barcelona, y me revelaba que militaba en el PSUC. Ambos habían sido detenidos y golpeados por defender lo que obviamente me parecía justo. Huelga decir que los profesores de periodismo que admiraba, Manuel Vázquez Montalbán, por ejemplo, eran del PSUC o colaboraban con él.
Esa militancia me llevó en 1977 a preparar mi voto por correo, desde Génova, con el ANTÁRTICO cargando para varios puertos de África occidental. Creo que fui el único a bordo que utilizó ese mecanismo para votar, entonces farragoso y muy poco conocido. Mi esposa me escribió a Douala, Camerún, para confirmarme que mi voto había llegado a la mesa electoral, en la que ella participaba. En aquella mesa del barrio de Sants el PSUC obtuvo casi la mitad de los sufragios, pero en el conjunto de Cataluña no se superó el 22%, y en el resto de España fue mucho peor. La mayoría de los ciudadanos recelaban de un partido dirigido por viejos combatientes de la guerra civil, unos dirigentes que controlaban el aparato y utilizaban el entusiasmo de muchos jóvenes que como yo deseábamos un país libre, con elecciones libres y libertad sindical.
A bordo del ANTÁRTICO coincidí con una tripulación de profesionales excelentes. En colaboración con el segundo oficial de puente, Javier Brugarolas, editamos durante todo el viaje, algo más de dos meses, un periódico que recogía y comentaba las noticias oídas por radio. Eso nos permitía mantener la vida a bordo informada de los acontecimientos más importantes: el triunfo del partido de Adolfo Suárez; el nombramiento de los ministros, en particular el de Trabajo, Manuel Jiménez de Parga, jurista, profesor de Derecho y autor de una magnífica columna de opinión en La Vanguardia, si la memoria no me falla, que escribía casi cada día bajo el antetítulo de “A 630 kilómetros de Madrid”, a quien conocía pues me había defendido con éxito ante la querella que el entonces propietario del Grupo Mundo, Sebastián Auger, había interpuesto contra mí por escribir que la invención de los premios Mundo, uno de esos premios que siempre le tocan al que el jefe decide, era el recurso que Auger esperaba le catapultaran a un sillón del Consejo de Ministros, su mayor aspiración. A Sebastían Auger le sacaba de quicio que alguien le dijera lo que no quería oír, una característica propia de los jefes inseguros, por incompetentes, de ayer y de hoy.
Xavier Brugarolas era una persona zen, inteligente y ponderada, que me enseñó a ver que la realidad social del buque no era la que yo había vivido en tierra, trabajando en la dirección del Sindicato Libre de la Marina Mercante, escribiendo en la revista Triunfo y moviéndome en ámbitos digamos progresistas y de izquierdas. Poco antes de embarcar había revisado las últimas galeradas de la traducción al italiano de la historia del movimiento obrero en Seat, publicada unos meses después con el título «Le Lotte operaia alla Seat. Barcellona 1952-1975», editorial Einaudi, una obra que me había llevado más de un año escribir junto al histórico dirigente de Comisiones Obreras de Seat, Silvestre Gilaberte.
El periódico del ANTÁRTICO comentaba las noticias con ánimo neutro, liberal como mucho. Subía al puente durante la guardia de Xavier Brugarolas, normalmente después de comer, y allí pergeñábamos los titulares de las noticias que yo pasaba a máquina en folios sucesivos. Coincidíamos Brugarolas y yo en que la información es uno de los pilares de la libertad.
Recordando aquellos años, las ilusiones que vivimos, las esperanzas de una marina mercante mejor, caigo en la cuenta de que muchas ilusiones se quedaron en el camino. Lo intentamos, algo conseguimos, pero muchas esperanzas se frustraron.