Clotilde Cerdá Bosch (1861-1926), de nombre artístico Esmeralda Cervantes, fue una afamada concertista de arpa que tuvo un fulgurante éxito como niña prodigio y acabó su espectacular vida artística prematuramente. Sus doce composiciones para arpa se han perdido, salvo una, y ni figuraban en los catálogos de obras musicales de su tiempo. Y fuera de su profesión destacó por su filantropía, por ser una incansable viajera y, sobre todo, por fundar, además de efímeras revistas, la memorable Academia de Artes, Ciencias y Oficios para la Mujer (Barcelona, 1885-1887). Su valía es patente por haber sido una consagrada arpista y una impenitente emprendedora. Su reconocimiento actual, más que merecido. La cuestión aquí es otra.
Esmeralda Cervantes seguiría siendo una de esas pequeñas y brillantes gemas femeninas olvidadas en los cajones de la historia si no fuese porque hoy se hace justicia a las mujeres prestigiosas, en especial, si impulsaron el feminismo. Suficiente para entender que el Ayuntamiento de Barcelona le dedicase durante dos meses y medio la exposición: “Clotilde Cerdá, una mujer ante una época” en el Palau Robert. Hasta aquí, loable. El problema surge cuando la intencionalidad política de dicha exposición se plasma en la burda manipulación de su imagen para engastarla en la corriente abolicionista, feminista, pacifista y defensora de todos aquellos valores que la izquierda considera su patrimonio exclusivo. Ya lo hizo así con ocasión de la campaña de acoso y derribo de la estatua de Antonio López.
A Clotilde Cerdá la pasearon, incluso con su grabado, por la Ruta de la Esclavitud, como si en Barcelona no hubiera habido otro abolicionista más comprometido y prestigioso que ella. El Ayuntamiento reincidió con ocasión de la fiesta bufa con la que se retiró la estatua del marqués de Comillas (04.03.2018) cuando Gerardo Pisarello, a la sazón primer teniente alcalde, se refirió a ella como republicana, abolicionista y feminista. Y éste volvió a citarla de tal guisa, aunque sin repetir el disparate de “republicana”, en el Salón del Ciento del Ayuntamiento al presentar la conferencia “La dimensión colonial de la Barcelona contemporánea” (06.09.2018).
Está visto que la izquierda de Barcelona necesitaba una versionada Clotilde Cerdá para denigrar a Antonio López. Y, para reafirmarla también en ese papel, la Alcaldía ha montado la exposición del Palau Robert. No era tarea fácil maquillar a la exitosa arpista para que aparentase ser feminista, abolicionista, pacifista cuando durante unos años dio crematísticas lecciones de arpa en el harén del sultán turco, no dijo nada reseñable durante sus largas estadías en las esclavistas Cuba y Brasil y no se involucró a fondo a favor de la paz y de los derechos de la mujer más allá de su destacada filantropía y de su excepcional Academia donde impartió una innovadora educación para la mujer, incluida su valiente revista “El Ángel del Hogar”.
¡Lo qué hay que ver! La izquierda contestaria de Barcelona en Común pretende apropiarse de quien fue la niña bonita de Isabel II, de Luis I de Portugal, del emperador Pedro II de Brasil, del sultán del imperio Otomano, de varios jefes de Estado de Iberoamérica…, aplaudida por la burguesía de Francia y Estados Unidos, invitada por las monarquías desde Moscú a Londres, pasando por Viena y Berlín, y por los salones de la aristocracia europea que frecuentaba porque durante sus elogiados años solo vivió entre la élite, no solo cultural y artística. Qué manera de falsificar esta Esmeralda por parte de los radicales de izquierdas. Con lo bien que brilla ella tal cual fue, por sí misma incluidos sus claroscuros, sin necesidad de que manipulasen su imagen a fuerza de obviar, mentir y silenciar lo que haga falta para ensalzarla a su conveniencia. Ella pudo ser abolicionista, pacifista, feminista… pero casi nunca con el sesgo y grado de compromiso que se requieren a quienes se les confiere dichos reconocimientos. Por ejemplo, no fue una feminista/abolicionista como Carolina Coronado, ni una feminista/sindicalista como Teresa Claramunt. Ni de lejos. Clotildes Cerdá había muchas, y ella no fue de las más destacadas. Todo en sus justos términos.
La imagen de Esmeralda Cervantes está condicionada por el álbum personal que atesora la Biblioteca Nacional de Cataluña y que recoge sobre todo los momentos estelares de su vida artística (1873-1895). Sus fotos dedicadas, cartas, recortes de prensa, diplomas, carteles…, seleccionados por su madre, revelan su carrera de arpista. Sin serlo, parece un escaparate porque resalta sus logros y apenas aparecen sucesos controvertidos. No es un diario, solo recoge las cartas que recibió; y de las que escribió se sabe poco. Queda al albur lo que ella pensaba de la época, de las personas y de las situaciones concretas que le tocó vivir. Sorprende, pues, que desde la izquierda más a la izquierda se la catalogue sin ambages afín a sus planteamientos.
A ello ha coadyuvado que tanto su primera biógrafa, la historiadora Isabel Segura Soriano (“Les viatges de Clotilde”, 2013), como la comisaria de la exposición del Palau Robert, la filósofa Lorena Fuster Peiró, sean feministas que barren para casa la personalidad de Esmeralda Cervantes. Y a similar enfoque contribuye también la tesis doctoral de la arpista Zoraina Ávila Peña (“Música, textos y filantropía de Esmeralda Cervantes”, 2016), un trabajo biográfico, aunque más centrado en la faceta musical y artística, destacando que fue masona. También publicó sobre ella una monografía la catedrática de arpa María Rosa Calvo-Manzano (“Esmeralda Cervantes y Lea Bach”, 2014). Lea Leach (1891-1988) fue una destacada arpista catalana que siguió los pasos de Clotilde Cerdá al triunfar profesionalmente en Brasil y Argentina.
No consiste tanto en reescribir la biografía de Clotilde Cerdá como en retirar el estucado perfil feminista, abolicionista (esclavitud, pena de muerte) y pacifista que la Alcaldía de Barcelona le fue endosando hasta plasmarlo ahora en la exposición del Palau Robert.
ACUNADA POR LA CASA REAL ESPAÑOLA
Clotilde Cerdá Bosch nació en 1861 en una de las familias más burguesas de Barcelona. Era hija adulterina del ingeniero Ildefonso Cerdá, archiconocido por haber proyectado el plano del Ensanche de Barcelona, y de Clotilde Bosch Carbonell, cuyo padre era el indiano cubano José Bosch Mustich, banquero, industrial del textil y uno de los principales promotores del ferrocarril Barcelona-Mataró (1848).
La vida no podía presentarse mejor a Clotilde Cerdá si no fuera porque una noche de mayo de 1864, en Barcelona, el señor Cerdá estalló (“Trueno grande de familia”) al asumir que dicha hija, la pequeña de las cuatro que tenía, no era suya sino fruto de una relación extramatrimonial de su esposa. Lo tenía claro; se deshizo de ambas enviándolas a Madrid y poco después las borró del testamento a costa de una pensión vitaliza de 6.000 reales para la madre, quien al casarse había aportado de dote 200.000 reales. Así de tajante podían comportarse los maridos despechados por la infidelidad de sus señoras cuando les metían en casa un retoño de padre ignoto. Y eso que Ildefonso Cerdá era de lo más progresista de entonces, tanto en política como en cuestiones sociales.
La pequeña tuvo que arrastrar el triple estigma de ser adulterina, desconocer a su padre y ser repudiada por quien llevaba su apellido. Gracias que la Familia Real española mostró generosidad y gran amplitud de miras acogiendo en su seno a la adultera Clotilde Bosch y a su hija. La madre fue nombrada Dama de honor de Isabel II, exiliada en París desde finales de 1868, y de rebufo la niña aprendió a tocar el arpa aprovechando las clases que recibía la ex reina. Gratis total. La amistad, incluso el cariño, entre ambas Clotilde y la exiliada reina, el príncipe Alfonso y las infantas, fueron estrechas y de por vida. Es imposible explicar el éxito de Esmeralda Cervantes sin admitir que la Casa Real acunó su carrera artística, la promocionó y la sostuvo cuanto pudo. Empezando por las clases de arpa a una niña que con anterioridad su madre había intentado en Italia que aprendiese pintura de la mano del mismísimo Mariano Fortuny (ca. 1865-66).
Clotilde Cerdá fue una niña prodigio en tocar el arpa y a los 12 años se estrenó en Viena con ocasión de un homenaje a Miguel de Cervantes en el aniversario de su muerte (23-04-1873) y al año siguiente dio su primer concierto, despertado el asombro general. Víctor Hugo la apodó Esmeralda porque sus ojos verdes le recordaban a la protagonista gitana de su novela “Nuestra Señora de París”, e Isabel II le redondeó este seudónimo artístico apellidándola Cervantes. Este explosivo éxito sería inexplicable si el arpa no hubiera tenido en la Casa Real española tanto predicamento que la tocaron todas las reinas regentas de España, desde María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, cuarta esposa de Fernando VII, a Victoria Eugenia de Battenberg, esposa de Alfonso XIII.
También dominaba el arpa la primera esposa de Fernando VII, pero fue María Cristina de Borbón quien trajo de la Corte de Nápoles a la de España la afición a este instrumento bíblico. Hasta le confirió rango propio en el Conservatorio de Música y Declamación que ella tuvo el acierto de fundar en 1830. Es sabido que Isabel II recibió desde jovencita lecciones de arpa, piano y canto, incluso llegó a actuar, así que en su exilio en París siguió cultivando dichas aficiones sin escatimar gastos. Contrató al belga Félix Godefroid, uno de los mejores profesores de arpa de su tiempo. Todo esto explica que Clotilde Cerdá se beneficiase de un ambiente musical propicio y de un excepcional maestro de arpa gracias a que su madre era Dama de honor de la ex reina.
También contó en el palacio de París con el apoyo del conde Morphy, un abogado nombrado en 1863 preceptor del príncipe Alfonso, siéndole secretario personal cuando fue rey (1875), cargo que siguió ocupando para la regente María Cristina de Habsburgo. Morphy destacaba en música y estaba bien relacionado con renombrados compositores, tal que los Strauss, lo cual explica que Clotilde Cerdá debutase bajo la batuta de Richard Strauss y a continuación éste la sumara a alguna de sus giras. Tan triunfal arranque, más el espaldarazo de Richard Wagner calificándola de “genio”, le llevó a tocar de inmediato en Viena, Berlín, Londres, París… Y en Barcelona (agosto, 1874).
Claro está que, por mucho genial talento, excelentes profesores (Godefroid, Zamara) e inquebrantable apoyo de Isabel II, Clotilde Cerdá no habría logrado dominar el arpa en cuatro años si no hubiese tenido también sobrada determinación, confianza en sí misma y capacidad de trabajo y sacrificio, virtudes que le acompañarían para sortear la vida.
Detrás de la famosa arpista había una sólida personalidad, aunque siempre necesitó el concurso de su entregada madre, la promoción de la Casa Real y los contactos de múltiples personalidades. No era nada fácil ganarse la vida sobresaliendo con el arpa, un instrumento de salón, tan de minorías que no se prestaba a tocarlo en grandes escenarios, salvo que gozasen de especial sonoridad.
Clotilde Bosch dejó de lado sus prometedoras cualidades de pintora (paisaje “Lago Albano”) para volcarse en la carrera artística de su hija. Y la Casa Real consagró a Esmeralda Cervantes como concertista en cuanto retomó el trono de España a principios de enero de 1875. Un mes después, la arpista prodigio actuó en El Liceo de Barcelona en un concierto para recaudar fondos a favor de las víctimas de la guerra de Cuba, al que acudieron el general Arsenio Martínez Campos y la plana mayor de la Restauración. Sería publicidad, pura promoción, pero allí mismo nombraron a Clotilde Cervantes profesora de arpa, habiendo creado para ella la ficticia Academia Cervantes del Liceo, lo cual luciría a gala en su carta de presentación junto a ser arpista de las cámaras reales de España, Portugal y Brasil. Antes ya obtuvo similares nombramientos por parte de Isabel II e incluso de la embajada turca en Viena. Suficiente o no, daba el pego para abrirle puertas de palacio y subirla al escenario a una arpista, por lo demás, reconocida y aplaudida en media Europa.

DE GIRA PERMANENTE
La decisión de explotar el estrenado éxito emprendiendo una gira por las Américas fue determinante para su futuro profesional y personal. Clotilde Cerdá tenía sólo 14 años y, por tanto, le quedaba recorrido para esmerar su formación si pretendía obtener un puesto profesional en los mejores conservatorios y filarmónicas, o al menos consolidarse como una virtuosa concertista de arpa sin parangón. Lo sopesase o no, apostó por actuar por su cuenta, lejos de los principales escenarios y profesores, apoyándose en la red de contactos que su madre gestionaba a través de Isabel II y del trono de España. Lo suyo acabó siendo una gira interminable que de concertista acabó en 1894; y de profesora de música con contrato, en 1917.
Llama la atención que, desde sus inicios, Esmeralda Cervantes fuera una artista dependiente de las recomendaciones. El embajador de España en Viena, Eduardo Asquerino, ya le confirmó en 1874 que había remitido a los delegados diplomáticos su deseo de que la recomendasen. Pero también es verdad que tanto pedía como más aún era generosa en ponerse a disposición de quienes solicitasen su ayuda, por ejemplo, tocando para fines filantrópicos. La audiencia que le concedió el Papa León XIII, en la que la bendijo (23-12-1879), vendría a agradecer los conciertos benéficos que dio Clotilde Cervantes en parroquias y centros religiosos.
Por cierto, en la exposición del Palau Robert aparecen multitud de retratos y referencias, algún mindundi, pero al Papa León XIII le han esquinado, en un sitio discreto y mal iluminado, a pesar de que cuando analicé hace dos años y medio el susodicho álbum creo recordar que el Papa destacaba en primer lugar. Es el único retrato vistoso, a todo color, del Álbum, y Clotilde lo colocó ocupando una página entera porque estaba orgullosa del Papa. ¡Caramba! Al Ayuntamiento de Ada Colau no le debe caer bien ni el primer Papa que puso el grito en el cielo al ver la explotación laboral que suponía el liberalismo engranado a una revolución industrial sin frenos de justicia social (encíclica Rerum Novarum, De Condicione Opicium, 1891).
Retomemos la gira por América organizada de antemano. Después de actuar en Portugal, Clotilde Cerdá se embarcó en Oporto el 20 de junio de 1875 para Río de Janeiro. Una escala fácil para sus objetivos artístico, porque la esposa del emperador Pedro II era Mª Teresa Cristina de Borbón-Dos Sicilias, emparentada con Isabel II por todos los costados. La arpista fue agasajada con cargos en la cámara de la Corte y deslumbró a las audiencias.
Supongo que en Iberoamérica no sería excesivo el nivel de exigencia respecto a un instrumento tan minoritario como el arpa. El elogio poco menos que lo tenía asegurado, gracias incluso al favor y fervor que le dispensaron los altos cargos en Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Perú, Cuba y México. Pero esto no era un demérito para ella, quien, sin alharacas oficiales, fue también elogiada en sus conciertos por Estados Unidos. De hecho, embarcó hacia Europa hecha una diva en el “City of Berlin”, el trasatlántico más grande y lujoso de su tiempo, que hacia la línea Nueva York-Liverpool ostentando el Gallardete Azul por cubrir dicha navegación en tiempo récord (7,5 días). Asunto distinto fue que en ese viaje el vapor se quedase al pairo doce días por una avería en las calderas. El pasaje fue transbordado y el barco remolcado por el “Egypt”. Clotilde Cerdá pagó cara esta desventura al extraviársele parte del equipaje.
La primera y principal gira artística por América acabó, vía Liverpool, al llegar a Cádiz en agosto de 1877. Volvió con el caché de ser una concertista aclamada en multitud de escenarios y por públicos muy diversos. Poco más, pues el resto sumaban diplomas de agradecimientos y de nombramientos honoríficos que poco le aportaban a su pecunio y a su currículo profesional. Era, pues, una adolescente que empezaba a perder el moméntum de niña prodigio, rubia con bucles y ojos verdes, que había encandilado en sus inicios.
Fijó en París su base de operaciones para aprovechar la Exposición de 1878 en dicha capital, donde comprobó que era una arpista más entre las renombradas concertistas y encima carecía de firmes anclajes que le sostuvieran en el competitivo mundo artístico. Aunque dio algunos conciertos, dependía en demasía de sus propios medios y de la tutela de las de siempre: Isabel II, la condesa de Montijo…
En París, Esmeralda Cervantes dispersó sus esfuerzos y metas al impulsar la revista “Estrella Polar”, prueba de que su carrera artística estaba perdiendo fuelle. Una pujante concertista nunca emprendería un proyecto editorial incompatible con la concentración de esfuerzos y gestión de tiempos que exige tal profesión. Otro indicio de que Clotilde Cerdá había cambiado es la relación que entabló allí con los exiliados republicanos (Castelar, Salmerón, Ruiz Zorrilla) y su entrada en la masonería en 1879 de la mano de Aurea Rosa, hija progresista de Anselmo Clavé Bosch.
Nuevas ideas, otros horizontes lejos de París. Aún dio conciertos, desde el memorable con Franz Liszt en Roma (27-12-1879) a los benéficos de Badalona y del barrio de Sants (Barcelona), más los de Madrid, Palma, Valencia, Córdoba… Estos vendrían a confirmar su repliegue profesional en la Península a falta de claras oportunidades en los principales escenarios de Europa.
El ocaso de su buena estrella empezó a constatarse en su primer fracaso: la revista “Estrella Polar”, del que no ha aparecido ni un solo ejemplar. Mal debía verse de arpista cuando la primera salida que se le ocurre fue fundar una academia para mujeres en La Habana. ¡Con 18 años! Pidió apoyo a Isabel II y, aunque esta se lo prometió (03.02.1879), esa ilusión acabó en nada. Sus tres años en Europa terminaron en julio de 1880, al iniciar la segunda gira por América, haciendo escala en Canarias. Dejaba atrás una época menos brillante que la anterior. Sus conciertos fueron de menor rango y en vez de puestos acordes a su profesión solo sumó más diplomas de cargos honoríficos y de agradecimiento.
Canarias le dispensó una buena acogida. Dio conciertos, también filantrópicos, fue agasajado por el general canario Valeriano Weyler y a principios de agosto hizo la proeza de subir al pico del Teide. No era la primera mujer que lo conseguía, pues consta que una tinerfeña lo culminó en 1860. En todo caso, para conquistar la cima ya se contaba con una infraestructura de guías, ayudantes, caballos y un refugio que facilitaba la tarea. Aun así, Clotilde Cerdá demostró tener arranque y publicó su hazaña en “Recuerdo de mis Viajes. Subida al Teide” (La Ilustración de la Mujer, 15.3.1884).
La segunda gira por América duró solo un año y visitó pocos países (Brasil, Uruguay, Argentina, Cuba), siendo menos aclamada que la vez anterior. El 28 de agosto de 1881 llegaba de regreso a Oporto y tras un periodo de descanso marchó a Madrid.
DE UN DESENGAÑO A OTRO
Cuesta seguir los pasos de una concertista, pero no parece que por estas fechas diera una gira por Europa. Ya en Madrid, volvió a acariciar sin éxito fundar una academia para las mujeres. Estaba claro, su carrera de arpista dejaba de serle prioritaria o iba a menos. Y como suele suceder con quienes fueron niños prodigio, la salida natural a su profesión fue enseñar sus dotes artísticas. Así que en 1883 opositó para cubrir la plaza de profesora de Arpa del Conservatorio Superior de Madrid en competencia con Dolores Bermúdez de Bernis (Lola Bernis) y Vicenta Tormo de Calvo, ambas de sobrada valía. La primera con gran experiencia a sus 42 años y muy relacionada con el mundo artístico de Madrid gracias a las celebradas tardes musicales en su casa; y la segunda había sido alumna de la profesora titular saliente, Teresa Roaldés, y años después en el Conservatorio fue profesora a su vez del famoso arpista Nicanor Zabaleta.
Las tres mujeres se fajaron bien, incluso con golpes bajos, al extremo que Clotilde Cerdá acusó a Lola Bernis de haber plagiado el trabajo presentado “Historia del Arpa”. Todo en vano. Realizadas las pruebas, el compositor Emilio Arrieta, presidente del tribunal y del Conservatorio, otorgó la plaza a Bernis. Ésta era menos concertista que Cerdá, pero el cargo era de profesora, no para subirse a los escenarios, y Lola Bernis partía con ventaja porque desde 1877 daba clases en dicho centro. Primero de meritoria (sin cobrar y encima poniendo su propia arpa para los alumnos) y luego con sueldo de ayudante de la titular. Era la primera vez que el Conservatorio convocaba oposición para profesora de Arpa y habría sido más razonable haberla elegido por promoción interna. Lola Bernis salió de caballo ganador para zozobra de la prestigiosa Esmeralda Cervantes.
Tanto Bernis como Cerdá habían sido alumnas de Félix Godefroid, la salvedad es que la primera después de formar parte de la Sociedad de Conciertos Colonne, de París, se centró en ser profesora de arpa, mientras Esmeralda Cervantes hacía giras sin priorizar la enseñanza.
Clotilde Cerdá aún encajó otro desengaño en Madrid al descarrilar su único, que se sepa, enamoramiento de juventud, el mantenido con Juan Mª Montalvo (1832-1889). Este escritor ecuatoriano tenía 19 años más que ella, era enfermizo y, en cualquier caso, fue un amor imposible porque él no veía claro comprometerse en serio con ninguna de las que le seducían. Había enviudado a finales de 1882 y prefería seguir con los amores libres de la campesina francesa Augustine Catherine Contoux, con la que tuvo un hijo. Ya podía Clotilde Cerdá escribirle: “Adorado Montalvo”, lo tenía perdido.
Esmeralda Cervantes dejó Madrid tras perder en tres frentes claves: fundar una academia, ser profesora titular del Conservatorio y comprometerse con su apasionado amor. No se arredró y a renglón seguido en Barcelona presentó la batalla de su vida. Fundó la ambiciosa Academia de las Artes, Ciencias y Oficios para la Mujer. Casi nada, toda una revolución educativa y femenina en las Ramblas esquina con Plaza Cataluña, en pleno corazón de Barcelona. Asombra ver su prolífico cuadro de asignaturas y su plantel de selectos profesores. Pero aún asombra más la osadía de Clotilde Cerda de crear esta empresa, por y para las mujeres, con un rompedor planteamiento para la formación integral e interclasista que, además, desafiaba los esquemas biempensantes basados en que la mujer debería ser acólita y complementaria del hombre.
Pero no pudo ser. Le faltó dinero, sólidos benefactores y suerte. Aun así, aguantó casi dos años el tirón de mantener la Academia a toda costa. Cargó con sobrados disgustos y pagó de su bolsillo la abultada factura de la quiebra. Culpar de este fracaso a la Casa Real es otra de las burdas falsificaciones sobre Esmeralda Cervantes que rebatiré en el próximo artículo.
Clotilde Cerdá tenía entonces 26 años y, tras dar clases de arpa en Paseo de Gracia, retomó su carrera de concertista, como sucede a los marinos que dejan de navegar para colocarse en tierra y vuelven a embarcarse si les va mal el intento. Su primera opción fue marchar a Cuba, para lo cual su madre pidió cartas de recomendación a Práxedes Sagasta, jefe de Gobierno, pero éste le dio largas a modo de excusas de mal pagador (16.07.1887). Quien sí le apoyó fueron los duques de Coburgo-Saxe-Gotha; por algo Clotilde Cerdá era amiga de la duquesa, Alejandrina de Baden. Fue nombrada arpista de la Corte a principios de 1888 y a partir de entonces dio conciertos en Montecarlo, Niza (palacio Fabron), Berlín, Londres… Quizás también en Estambul. No le faltaron apoyos en Centroeuropa. Su amiga Paz Borbón, hija de Isabel II, estaba casada con Luis II de Baviera; y María Cristina de Habsburgo, segunda esposa de Alfonso XII, pertenecía a la familia imperial Austro-Húngara.
Dos años después, la contrató el sultán turco Abdul Hamid II (1842-1918), para dar clases de música y arpa, tanto a las mujeres de las clases altas del imperio como a las de su nutrido harén. Esto no impedía que Esmeralda Cervantes convirtiese a Estambul en base para sus giras y ser a su vez arpista de Casa Real griega. Dio conciertos en Rusia (Odesa, Moscú, San Petersburgo), en Europa oriental (Budapest), y en Estados Unidos con ocasión de la Exposición de Chicago (1893), a la cual acudió como ponente (“Literatura y Educación de las Mujeres de Turquía”) con la delegación otomana y actúo de concertista y de jurado del concurso de música. Hasta tocó en una sesión privada para el presidente estadounidense Cleveland y su esposa.
El controvertido cometido de Clotilde Cerdá en el harén y en la Exposición de Chicago lo abordo en el próximo artículo, pues las biógrafas feministas, el Ayuntamiento de Colau y los periodistas de corta y pega han pasado menos que de puntillas, con disimulo, sobre esta etapa de Esmeralda Cervantes. En este caso, callar es falsificar.
Por lo que revela el Álbum, su última gira artística la dio Clotilde Cerda en Rusia durante la primavera de 1994. La siguiente pista es la carta de Isabel II, fechada el 21 de agosto de 1895, congratulándose por su boda con Oscar Grossmann. A finales de ese año el matrimonio ya estaba residiendo en Belem do Pará (Brasil) porque el compositor brasileño Carlos Gomes, un viejo amigo, le había ofrecido trabajo en el conservatorio de dicha ciudad.
Es una incógnita dónde y cómo se conocieron Clotilde Cerda y su germano-brasileño esposo, en dónde se casaron…Él mismo ya es un gran misterio, más allá de que quizás tenía inversiones en los tranvías de Pará y en la industria de la cerámica. Oscar Grossmann no aparece en ninguna foto ni carta personal, ni hay indicios de él en el Álbum. La única explicación es que se hayan extraviado las carpetas familiares de Clotilde Cerdá que recogían las fotos, cartas y documentos de toda una vida.
Es imposible que Clotilde Bosch y su hija no fuesen guardando durante muchos años lo estrictamente personal. Y resulta extraño que de la última etapa no haya más imágenes de la artista que las publicadas por la prensa local (“La Prensa”, 28-06-1924, foto de grupo con la agrupación “Santa Cecilia” en el patio de su casa). Tampoco queda huella del hijo que había adoptado el matrimonio.
Lo seguro es que, en Brasil, Clotilde Cerdá dejó sus giras artísticas, se dedicó a dar clases de música y siguió con su inveterada actitud filantrópica dirigiendo el asilo para niños y madres sin recursos (1898) y fundando/editando algunas revistas. Belem do Pará vivía un boom económico porque era el puerto exportador del caucho amazónico y podía permitirse crear centros culturales (teatro, conservatorio) y entes de beneficencia. Esos hitos estaban cimentados, en parte, sobre el trabajo asimilado a la esclavitud que encadenaba a los indígenas, con tramposas deudas, a la producción maximalista del caucho. Pero tal explotación laboral no debería verla así Clotilde Cerdá. Sería absurdo pasarle cuentas por ello.
La muerte de su abnegada madre (Belem do Pará, 17-04-1900) supuso un cambio de ciclo para su hija. Eso sí, nunca se valorará bastante la labor de Clotilde Bosch Carbonell, nacida entre algodones de la burguesía catalana y muerta lejos de todos y todo, salvo de su hija pequeña, tras renunciar a la vida acomodada y a la prometedora carrera de pintora en aras de ser madre coraje. Arrostró las penalidades propias de una trotamundos y, víctima del androcentrismo, apenas si aparece como sombra acompañante y mullidora de los éxitos de la artista. Tampoco es que acabase mejor su marido Ildefonso Cerdá, quien falleció pobre y olvidado en un balneario de Santander (02-08-1876). La vida.
Esmeralda Cervantes siguió en Belem hasta que septiembre de 1901 largó amarras con Brasil y con el sueldo fijo de profesora de música en un centro público. Hasta seis años después, su principal fuente profesional de ingresos fueron las clases particulares, un trabajo precario que explica su peregrinaje por la Península, Canarias (1902-1905), Puerto Rico y Cuba hasta recalar en México en 1907 gracias a la concesión, a dedo por el régimen del Porfirio Díaz, de una plaza de profesora en el Conservatorio de la capital.
Volvió a Barcelona en 1917 al ser cesada por el director del centro, y poco después marchó a vivir definitivamente a Santa Cruz de Tenerife, una ciudad que siempre le había acogido con entusiasmo. Ni tal mal. Llegó rica a las Islas Afortunada gracias a que, residiendo en Barcelona, le cayó uno de los primeros premios de la Lotería (La Vanguardia, 31-05-1964). Valga decir que su marido Oscar Grossmann se supone que siempre la acompañaría a todas partes a modo de Clotilde Boch.
El matrimonio se construyó una casa en Santa Cruz de Tenerife y gozó de servicio doméstico. Ella siguió siendo generosa al colaborar con agrupaciones musicales y con entes benéficos. Murió de un derrame cerebral (12-04-1926). Su marido le erigió un hermoso mausoleo y Santa Cruz de Tenerife le dedicó una discreta calle a trasmano del centro de la ciudad (1999). Barcelona la recuerda con una plaza en el interior de una manzana del Ensanche (2003) y ahora le habrían dedicado la exposición que se merece si no fuera porque han desvirtuado su imagen de tanto ensalzarla y engarzarla a los intereses partidistas del actual Ayuntamiento.