La exposición “Clotilde Cerdá/Esmeralda Cervantes, una mujer ante una época”, es una producción de la Generalitat de Catalunya, exhibida en el Palau Robert y con apoyo mediático del Ajuntamiento de Barcelona. Podría considerarse fuera de lugar porque no responde a ningún motivo concreto, tal que algún aniversario relacionado con ella, arpistas catalanas (C. Cerdá, Lea Bach, Rosa Balcells), prestigiosas barcelonesas del siglo XIX… Nada de eso. La falta que justifique la exposición queda en evidencia en su rótulo: “Una mujer ante una época”, que no dice nada. Al menos, tiene sentido cuando lo han traducido mal al inglés: A woman ahead of her time (una mujer adelantada a su época).
El porqué de la exposición está en su contenido. Es otra iniciativa cultural e histórica de los poderes públicos al servicio de la propaganda. Pura y dura manipulación, por más que sea atractiva y gratis para el visitante conocer la vida y logros de la prestigiosa arpista Clotilde Cerdá. Siempre igual, sea memoria histórica, aniversarios, cambios en el nomenclátor… se aprovecha el potencial ideológico de las exposiciones y demás actos de índole cultural/histórica para convertir al ciudadano en consumidor de propaganda. Realza así los valores que cree exclusivos y expropia los que tengan los demás. Cuentan para ello con la ignorancia, la pasividad, el hartazgo, la resignación del votante y, no menos, con la correa de transmisión de la prensa que toma la línea de menor resistencia ante el poder y, llevada por la flojera, aprovecha las fotos, textos y enfoques que les ofrecen los comisarios culturales para redactar sus artículos.
Sin controles de calidad objetiva y de neutralidad política, exposiciones como la dedicada a Clotilde Cerdá se convierten en folletos de gran despliegue propagandístico gracias al erario. El visitante lo paga consigo mismo, al igual que con la gratuidad en internet, al exponerse a la propaganda a cambio de acceder a un bien cultural de libre acceso. Hay exposiciones de odio, caso de las recurrentes contra el franquismo y contra España (el procés), a modo de los minutos de odio en “1984” (George Orwell); y las hay de adoración hacia una persona, un colectivo o unos acaecimientos. La de Esmeralda Cervantes corresponde a estas últimas. De las que, dado su atractivo, ni parece que contribuyan a la agitación y propaganda. Además, lejos de ser inocente, juegan a la ventaja, confiando que nadie cuestionará la visión que de Clotilde Cerdá ofrece la exposición:
“…extraordinaria concertista de arpa, compositora, escritora, activista en defensa de los derechos de las mujeres y de los sectores más explotados y comprometida con la abolición de las formas de violencia de su tiempo: la guerra, la dominación, la esclavitud y la pena de muerte”.
La Clotilde Cerdá encorsetada por tan excelsas cualidades, expuestas en el frontispicio del texto de la exposición, no se reconocería ni ella misma. Esta excepcional mujer, de existir, sería incompatible con la que se contentó, entre tres y cinco años, a sueldo del sultán turco Abdul Hamid II: un déspota que disolvió el Parlamento (1876), con harén, esclavos, eunucos, pueblos sometidos (masacre de armenios, 1894-97), guerras, mujeres sin derechos ni para salir de casa a cara descubierta y penas de muerte también por apostasía. Dirán que hay que contextualizar. Sí, claro; y solo cuando conviene se aplicará el oxímoron de “Pasados Presentes” tan recurrido por el Comisionado de Programas de Memoria del Ayuntamiento de Barcelona, ente que tiró abajo la imagen del naviero Antonio López.

Una feminista en el harén del sultán
“La Ilustración, Revista Hispanoamericana” dio la noticia: “Madrid se ha quedado sin una de sus artistas predilectas: Esmeralda Cervantes. La popular arpista catalana que era el encanto del público de la corte ha sido nombrada por el sultán de Turquía maestra de arpa de las odaliscas del harén” (29-06-1890). El periodista le pone además un punto de guasa: “Según parece el gran turco está entusiasmado con su adquisición más que si el propio Mahoma (…) le hubiera enviado una huri [mujer bellísima] del paraíso para enseñar a pulsar el laúd a sus concubinas”.
Ironías aparte, Clotilde Cerdá fijó en Estambul su base profesional durante cinco años, durante los cuales realizó giras artísticas (Budapest, Rusia), visitas a la corte griega y un largo viaje a la Exposición Mundial Colombina de Chicago (1893), celebrada a lo grande para conmemorar el IV centenario del Descubrimiento de América. Esmeralda Cervantes conoció así de primera mano las condiciones en que vivían las mujeres en el harén y fuera del mismo sin, al parecer, sentirse agraviada por ello ni posteriormente chistar sobre el sometimiento que les imponía su cultura y el autócrata sultán.
La exposición del Palau Robert disimula el cometido de la larga estadía de Clotilde en Estambul:
“Desde 1890 Esmeralda Cervantes es profesora de arpa y piano de las mujeres del harén del sultán Abdul Hamid Khan II, que proceden de las familias nobles y reciben una esmerada educación. Con algunas de ellas, como Fatma Alié (1862-1936), una de las primeras novelistas de Turquía y del mundo islámico, mantiene una gran relación de amistad. En sus escritos sobre las mujeres turcas, Clotilde se muestra combativa con los prejuicios sobre la situación de las mujeres en el mundo islámico e interesada en sus costumbres, y no basa su comprensión en el supuesto de la superioridad occidental”.
¡Fantástico! Ahora resulta que el harén era un colegio para las mujeres aristocráticas del imperio otomano; y la feminista Esmeralda Cervantes era comprensiva con las condiciones de vida de las turcas al extremo de combatir lo que, según ella, eran prejuicios y supremacismo occidentales.
De entrada, Fatma Alié Topuz no se educó en el harén. Hija de un historiador y alto cargo del imperio, tuvo el privilegio de educarse en casa, vivió desde bebé allí donde estaba destinado su padre y se casó a los 17 años. Fue una activista para la promoción de las turcas, siendo más silenciada por el régimen que suplantó al sultán que por el despotismo de éste.
Tampoco tiene desperdicio la foto que ilustra el harén, presuntamente, de Abdul Hamid II, porque el hombre que aparece no es el sultán y por las barbas que luce tiene los cojones bien puestos, y no capados como correspondería a quienes estaban al servicio de las sultanas y concubinas. Esa imagen debe corresponder a algún harén de menor rango, no solo tenía harén el sultán, y el que aparece sería el paterfamilias. ¡Vete a saber!, pues no existen fotos en vivo del harén de Topkapi ni apenas de mujeres turcas con rostro, porque era un tabú fotografiarlas así, salvo a las, para su tiempo y lugar, casquivanas que se dejaban tomar fotos para ilustrar las exóticas y eróticas postales tan solicitadas por los extranjeros y, claro, por los pervertidos caballeros.

Respecto al harén de Abdul Hamid II habría que puntualizar que no era el ridículo gineceo, entre lascivo y pintoresco, que se ganó el estólido estereotipo de esclavas sexuales en el imaginario de Occidente. Nada de lupanar. Era más complejo que eso. Sus 400 mujeres estaban internadas para cubrir las necesidades del sultán y de los cuadros dirigentes del imperio otomano con esposas y concubinas muy seleccionadas y educadas con esmero. Las que no pasaban los controles de calidad o estaban desilusionadas se las sacaba del harén compensándolas con regalos y dinero al casarse o reemprender la vida fuera del palacio Topkapi. Eso no quita que el harén fuese para dichas mujeres un duro régimen de sometimiento por más que viviesen entre espectaculares mármoles y azulejados y, en muchos aspectos, bien atendidas a cargo del sultán[ER1] .
Llegaban al harén una vez extraídas, por lo general, de las zonas europeas o caucasianas (bellezas circadianas) del imperio, ya fuese por compra o dádivas, cuando no eran las familias pobres quienes las ofertaban para mejorar la suerte de sus hijas. Empezaban de odalisca y en dura competencia por atraer la preferencia, también sexual, del sultán iban subiendo en la jerarquía. De odaliscas pasaban a favoritas, a concubinas… hasta llegar a sultanas, unas de las escasas mujeres del harén que lograban rango de esposa. Siendo la “valida sultana” quien dirigía ese proverbial gineceo por haber dado a luz al heredero del sultán.
La cara sórdida de explotación sexual con eunucos negros cuidando las puertas del harén, con esclavas de las ya de por sí esclavas privilegiadas del sultán… No era difícil de imaginar por Esmeralda Cervantes, aun suponiendo que no conocía del todo el funcionamiento del harén, cuando escribió a su amigo Víctor Balaguer lo requetebién que estaba en Estambul:
“Me llamaron para hacer un concierto en palacio y no me dejaron mover. Soy la niña mimada de las sultanas y se me quiere con delirio.
Mi nido está situado en la punta de una colina que baña el Bósforo, rodeado de jardines, flores y pájaros, me creo feliz, sí muy feliz sobre todo cuando solita con mi adorada Madre sentadas en mullidas otomanas, en la terraza cubierta de enredaderas, ese cielo de oriente en donde aparecen las estrellas más grandes…” (1892).
Clotilde Cerdá no parece lastimera por estar a sueldo del último sultán, sino encantada de la vida y como ajena a la injusta vida de las mujeres a las que daba clases en el harén, parideras de los cien y pico hijos que tuvo Abdul Hamid II. La obra “La verdad sobre el harén” (en español, 1916), del intelectual y diplomático otomano Emin Arslán, y la novela “Las desencantadas” (Pierre Loti, 1906), desvelan que una feminista comprometida nunca miraría para otro lado ante las miserias del harén de Estambul. Y Clotilde no era por entonces una cándida jovencita, sino una veterana profesional que peleaba para vivir del arpa cada vez con más dificultades. Dejó Turquía con 34 años repletos de mundo a sus espaldas. Si fuese feminista de manual no podía hacerse la tonta.
Catalogar hoy a Clotilde Cerdá de destacada feminista podría considerarse un sarcasmo. No sabemos qué pensaba[ER2] del harén, pero sí lo que dijo e hizo en la Exposición de Chicago al formar parte, de algún modo, de la comisión otomana, a pesar de que oficialmente fue en representación de “El Fomento de las Artes” de Madrid y de la “Societat Coral Euterpe” de Barcelona. Se ganó no sólo el sueldo del sultán, también su aplauso, por lo bien que le dejó ante las señoras que escucharon su ponencia: “Literatura y Educación de las Mujeres de Turquía”, en el Pabellón de la Mujer (22-07-1893). Por si fuera poco, recogió firmas entre las asistentas agradeciendo a Abdul Hamid II sus esfuerzos en pro de la educación de las turcas. Total 24 páginas de firmas que al sultán le supieron tan a gloria que le envió una condecoración a la presidenta de dicho Pabellón. A Clotilde le pagó sus emolumentos al acabar la Exposición, señal que formaba parte de la delegación oficial turca.
Más libertad tuvieron para decir la suya las mujeres turcas o relacionadas con la cultura e imperio otomanos que participaron por libre, algunas solo por escrito, en la Exposición de Chicago: Mary Page, Cariclee Zacaroff, Teresa Viéle y Marcellus Bowen. Pero Clotilde Cerda no tenía margen para evitar su, hasta cierto punto, panfleto, y el sultán aprovechó esta ocasión de oro para mejorar su imagen exterior a cuenta de la famosa arpista española.
Su ponencia de 14 páginas apenas se sostiene. No podía esperarse críticas a la condición de las mujeres turcas por parte una conferenciante a sueldo del Sultán, aunque sí le faltó un mínimo de valentía. El ministro de Educación turco habría dicho algo similar. Clotilde Cerdá cargó contra los prejuicios que Occidente tenía sobre las turcas (esclavas, cuerpos sin alma, prisioneras en el harén, ignorantes) y aseguró que según el Corán la educación de la mujer debe ser igual a la del hombre.
Su discurso no fue feminista, sino una loa del sultán porque, según ella, había promovido mejoras en la educación femenina durante los últimos quince años. A fin de cuentas, Esmeralda Cervantes era la única mujer asimilada a la delegación turca que salió a la palestra y, por tanto, debía atenerse al guion oficial. Así que, en vez de abordar temas polémicos, se extendió con el elenco de las mujeres del islam que contribuyeron a las letras, artes y ciencias. Y expuso algunas perlas cultivadas:
“Me honro con la amistad de muchas mujeres turcas y puedo certificar que su instrucción y su progreso en nada son inferiores a la educación de nuestras inteligentes señoras (…) Sus obligaciones normalmente comprenden la observancia de ciertas costumbres que la práctica ha convertido en leyes, por ejemplo, la costumbre de las señoras de no salir de casa salvo que sus caras estén totalmente veladas, y sin son ricas, escoltadas por sirvientes, sus niños, sus amigas e incluso sus esclavas (…) Pido a las cultas y encantadoras mujeres de este gran congreso que se unan a mi para agradecer … al Sultán … sus esfuerzos a favor del progreso de las mujeres [turcas]”.
Clotilde Cerdá revalidó su complacencia con las condiciones de vida de las mujeres turcas al publicar la serie de artículos “Recuerdos de mis viajes: Oriente” (1904). Narra aspectos, en general pintorescos, que ella vivió en Estambul (estereotipos sobre la mujer musulmana; coincidencias entre el cristianismo y el islam; la esclavitud doméstica con eunuco de por medio; el no cortejo, petición de mano y boda en la Turquía islámica). Por entonces, podía decir lo que quisiera. Un lustro después, los Jóvenes Turcos derrocaron al Sultán, quien se lamentaba a sus 68 años de que le dejasen partir al exilio solo con doce de sus mujeres. Si fuese por Esmeralda Cervantes, y no por la Revolución turca, el harén habría estado vigente hasta no se sabe cuándo.
Lo decía Gandhi: lo más fácil es decir la verdad. Y si la en la exposición del Palau Robert la quisieron esquivar, por lo menos deberían haber tenido cuidado de no exagerar el feminismo de Clotilde Cervantes al extremo grotesco de disimular sus largos años en el harén del sultán.