Cecilio Pineda Rodríguez. Murciano, buen conversador, gastrónomo, estudiante en la Escuela Oficial de Náutica (EON) de Barcelona y maestro de cálculos de Astronomía. Formó parte del clan de amigos que fundaron sin saberlo la cofradía del Tequila, un grupo de marinos en agraz cohesionado por una idea de la amistad basada en la solidaridad, todos para uno y uno para todos.

Capitán de la marina mercante, poeta y escritor, una personalidad seminal que deja para la historia varias de las creaciones culturales y sociales de mayor impronta en el mundo marítimo. Contribuyó sobremanera al éxito del Sindicato Libre de la Marina Mercante desde los inicios, 1974, cuando no era más que un simple proyecto indefinido, hasta que en 1979 le tocó vivir los sinsabores de cualquier organización para los dirigentes idealistas y honrados, sin apego a los oropeles y cargos. Y dimitió de la Secretaría colegiada del SLMM.

En 1981 decidió satisfacer las inquietudes sociales y políticas de una persona cargada de ilusiones y se embarcó como cooperante en la recien nacida República Popular de Mozambique. Allí ejerció de capitán al mando del MUANZA, un carguero que él convirtió en un ejemplo de excelente gestión profesional.
Volvió a Barcelona en 1984 con la idea de crear un restaurante-librería, Nostromo, donde los marinos y los amantes del mar pudieran tomar una copa mientras demoraban una copiosa conversación sobre libros, barcos, política, puertos y marinos. Con Nostromo inició, además, una carrera literaria culminada en dos obras memorables, el poemario que tituló ‘Mar de amores’, y la novela ‘El último candray’, un relato con trazos biográficos, escrita con prosa trepidante, premio de novela Mario Vargas Llosa del año 2008.
Pendiente siempre de ir más allá, como don Quijote, creó el premio literario Nostromo, la aventura marítima, con el propósito de impulsar y alentar la literatura sobre marinos y barcos. Tomo del prólogo del libro de poemas ‘Mar de amores’ esta semblanza de Cecilio Pineda:
Un día soñó convertir el trabajo a bordo de los buques en una armonía justa de intereses y recompensas, y porfió para convertir su sueño en realidad. Más tarde, unos cuantos años más viejo, quiso recrear las navegaciones originales y aunque no había leído a Conrad se adentró en el corazón de las tinieblas a bordo de un barco legendario, el “Muanza”. Luego se embarcó en la idea de una librería para borrachos nostálgicos de mares y buques, pero como no lograba asir, a pesar de tantos esfuerzos, el mundo alternativamente soñado y vivido, cayó en la desesperación de escribir.
Una novela, se dijo, una novela que tenga el mar dentro, y en el mar un buque y un puerto con sus autoridades, sus putas y mucho whisky. Pero la novela se le escurría entre los dedos antes de conseguir que el buque no sólo fuera el objeto de sus sueños, sino el universo imprescindible de los marinos del mundo. A mis limitaciones, pensó, hay que sumar los límites de la novela escrita. Y redobló sus esfuerzos en el ejercicio, casi caligráfico, de la poesía. La poesía como principio del mundo y origen de la vida, la poesía mágica que había visto en África componer y recitar a marineros que ignoraban la gramática y a veces el alfabeto, la poesía elemental que no conoce otros límites que los de los propios Dioses.
Y así, durante muchas tardes y muchas noches de imaginación intensa fue labrando cada poema, reescribiendo una vez y otra vez el verso esquivo, tocando y retocando, descubriendo al fin la palabra adecuada, la palabra justa de esa tarde insomne. Y al día siguiente vuelta a empezar (Nostromo fue un día Sísifo), con amor redoblado por las letras, a ordenar los mares recordados.
Muchos amigos se apiadaban de su tormento literario y le pedían que dejara en libertad a las putas, a los capitanes y a los marineros apresados en los papeles que emborronaba. Uno de ellos, amigo y también marino, le vino a decir que ya había muchos mitos narrados alrededor de los hombres del mar, que no malgastara su tiempo creando otros nuevos y se conformara con disfrutar de la obra ya escrita, inabarcable por demás.
Cecilio Pineda no les escuchaba porque a esas alturas había ya descubierto que la poesía es como el amor adolescente: una fuente inagotable de dolor y de placer, de satisfacción y de miedo.
Costó mucho convencerle de que entregara sus poemas, sin restregarlos más, al editor de libros.

Cecilio Pineda fue un hombre generoso que desconocía la avaricia y aborrecía la codicia. Lo daba todo por sus amigos y por sus ideas; y lo dejaba todo cuando creía contaminados o desviados los espacios donde se movía. Así se explica que abandonara muchos proyectos que no habrían nacido sin él. Nunca pensó en el éxito o en el provecho que pudiera obtener de sus iniciativas.
Quienes le conocimos y disfrutamos de su amistad nos hallamos hoy más solos, huérfanos de un referente que nunca olvidaremos.

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