Me entero por NAUCHER, que ha fallecido Cecilio Pineda. Me duele.
Cecilio era el último embajador de una nación que años ha no existe. Esa fue una de sus grandes características: mantuvo su traje de librea raído porque ya no cobraba su sueldo de funcionario de una nación ya inexistente, pero siempre con toda su dignidad. Incluso, más: con toda la dignidad que sostienen los que ya carecen de cualquier otro poder, incluso, de su propia nación a la que representan: la izquierda soñadora, la mar abierta, la cultura de las letras…
Cecilio era un romántico, ya acabado el romanticismo; un marino de compás, escuadra y cartabón, cuando ya se navegaba por GPS; un poeta y un novelista, cuando casi nadie lee algo más que el resumen de prensa y la contaminación del twitter. Como el marqués de Santo Floro decía de sí mismo: era un exiliado en el tiempo, o así siempre me lo pareció.
No voy a dramatizar con la muerte, dramatización sobre lo natural que siempre me produjo extrañeza, aunque respeto, pero sí quiero manifestar, con sinceridad, que me ha dolido. Me refugio en el pensamiento de que la paz es un activo, aún en los momentos más difíciles.