Hace un tiempo publicamos en NAUCHERglobal la noticia de la aparición de la última novela de Víctor San Juan, “Caudales” (ver artículo) Lo que entonces escribimos era un sencillo saludo al excelente trabajo literario del autor, tal vez el escritor marítimo más solido y brillante de nuestro tiempo en lengua española. Hoy, leída y disfrutada la novela quiero compartir con los lectores la alegría de la confirmación de un grandísimo escritor y de un libro que me ha deparado emoción, ternura, sonrisas cómplices y el deseo de conocer más a fondo el real tránsito de caudales, es decir el transporte hacia España de la plata y el oro que salía de las colonias americanas.
Son legión los aficionados a la literatura marítima que conocen y han leido las aventuras del capitán Jack Aubrey, master and commander, y de mister Stephen Maturin, doctor de cultura oceánica, a bordo de la nave SOPHIE; y desde luego no menos lectores se han adentrado en los avatares que Bolitho padece a bordo del DESTINY. A ellos, a los escritores Patrick O’Brian y Alexander Kent, les debemos en buena parte el mito de un Armada inglesa heroica, perfectamente organizada, justa y bien servida.
La novela de Víctor San Juan nos convoca a sacudirnos el papanatismo, ese valorar siempre con fervor lo que viene de fuera y a menospreciar lo que tenemos, y nos presenta al teniente de navío Pedro Afán, un hombre de una pieza cuya lealtad y sentido del deber no le impide observar con lucidez la decadencia y la miseria de la monarquía española, la mezquindad de muchos gobernantes y los engaños de los políticos y religiosos. Un marino competente y un comandante sensible. “Soy -confiesa Afán en la novela- olvidado guerrero, contador de singladuras, administrador de hombres, esclavo de voluntades librado a la carrera del eterno meteoro que conduce al SAN LEANDRO a una misión estelar”. Y a maese Buena Boya, arquetipo del hombre de mar sencillo y lúcido, contramestre del SAN LEANDRO, o del SAN FULGENCIO como se descubre al final de la novela, en uno de los muchos meandros literarios con los que Víctor San Juan adorna y enriquece la novela. Y a Eligio Abreu, el segundo de Afán, disciplinado, capaz de mandar un barco y por tanto de obedecer con inteligencia.
Además de los personajes, el autor se recrea en detalles eruditos sobre los buques de la armada española a finales del siglo XVIII y principios del XIX, sin escatimar breves pinceladas que sitúan a los hombre y a los barcos en el caos de una nación en bancarrota regida por la familia de Carlos IV, rey Botbón que con tanto arte retrató Francisco de Goya.
Pero, sobre todo, la novela de Víctor San Juan está escrita con pulso magistral, bien utilizado el lenguaje de la época, los giros idomáticos y los vocablos exactos que corresponden a lo descrito tal como se escribían en 1810.
El resultado es una novela estupenda, convincente desde la primera línea, contada con veracidad -una cualidad difícil de alcanzar en la novela histórica- y con una prosa brillante. Que Víctor San Juan siga regalándonos nuevos libros a quienes nos aburre ya la empalagosa literatura marítima escrita ad maiorem gloria del Almirantazgo inglés.