Emerges a mi vida en tu concha de nácar, juvenil, pudorosa, velada por tu
Lozano de Fortuna

Lozano de Fortuna
Cuentan mis biógrafos, Cipión y Berganza —esos perros parlantes cervantinos a los que conocí en la Universidad de Murcia en el tiempo de la licenciatura en Filología Hispánica— que nací en la villa de Fortuna, en la otrora feraz vega murciana. Que muy joven comencé mis aventuras en el puerto de Marsella y en la mítica Róterdam. Con la juventud derramada por Europa llegué a Barcelona, “La ciudad de los prodigios” y en su Escuela Oficial de los mercan-tes inicié mis estudios de puente, recalando en la arena de Riazor para acabarlos. Siguieron años de mar (el mundo es una ruta comercial adobada con "faifa" permanente), que me permitieron comprobar el trato acogedor de los puertos y ciudades a quien gasta sin tasa el dorado vil metal. Mi destino me llevó un martes de carnaval a Santa Cruz de Tenerife y allí, junto a la farola que no alumbra en el cantar de Los Sabandeños, conocí a la bellísima sirena de mis sueños. Se llama Paco González, rematan mis biógrafos, pero cuando firma sus textos amorosos lo hace como Lozano de Fortuna.
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A esos seres de ensueño y de quimera que en los mares horadan horizontes
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El práctico acudió a mar abierto, lejos del delta común de los ríos Mosa,
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El mercante holandés que acababa de atracar me deslumbró. Jamás había visto un bulkcarrier