Esta vez, y muy a mi pesar, no voy a escribir sobre grandes travesías, sobre aventuras en mares lejanos o ataques piratas… esta vez, mucho me temo que voy a tener que aburrirles con un artículo sobre el que llevo salivando demasiado tiempo por la cobardía y la hipocresía que dominan el relato sobre la rápida extinción de la posidonia oceánica, en nombre de la cual no solo se ganan el cielo las gentes de bien, sino que también se aplican unas políticas y se generan unas controversias y unos negocios que muy poco tienen que ver con la protección de esta bendita planta, de vital importancia para el equilibrio del ecosistema de las aguas de Formentera en particular y del mar Mediterráneo en general… Este artículo lo escribe un hombre de mar, y nace por la imperiosa necesidad de explicar lo obvio: que la posidonia oceánica se extingue y que las grandes amenazas que han puesto ya en jaque mate la supervivencia de esta especie provienen de tierra y no del mar, lógica esta rebatida por algunos políticos y expertos oficialistas, que se apoyan más en intereses personales o motivaciones políticas que en la propia ciencia; relato oficial que ha conseguido, en estos tiempos de post verdad, calar entre las gentes de tierra adentro, y que supongo responde a agendas ocultas que más tienen que ver con la tan traida privatización del mar que con la protección del medio marino.Vamos por partes, que no quiero atropellarles.
Alex Mestre

Alex Mestre
Letrado deformacion (sic), viajero de vocación y barquero de ocupación. Vivo, oficialmente, entre mis queridas Barcelona y Formentera. Abogado, reportero radiofónico, estibador, timonel de cargo, pescador en el mar de Bering, o buscador de oro, multitud de oficios para multitud de vidas. Vagamundo en ejercicio, soy un enamorado del mar y de la vela, por ser la manera más sostenible, libre y romántica de conocer el planeta azul.
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Me desperté asustado, como si alguna tragedia nos hubiera sorprendido a traición durante mi pesado sueño, que empezó recién acabada mi guardia, sobre las 9 de la noche. Tras los segundos de rigor necesarios para regresar al mundo de los vivos, escuché , alarmado, la razón de tanta angustia… era el silencio, un silencio ensordecedor. Si no se escuchaba el batir del agua en el casco del patÍn, al que, según el día, acariciaba o golpeaba violentamente este mar esquizofrénico, quería decir que teníamos un problema serio, o todo lo contrario… Resultó ser todo lo contrario. Allí estábamos, fondeados en medio de la gran bahía que es el puerto de Djibouti. La calma todo lo abarcaba a esas horas de la mañana en las que el día y sus gentes se desperezan en silencio, ausente incluso una leve brisa matutina, el mar convertido en un espejo interminable.
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La odisea – capítulo ii. por el canal de suez, de port said a djibouti
por Alex Mestrepor Alex MestreLa primera impresión que uno tiene al llegar a Port Said, puerta de entrada mediterránea al Canal de Suez, es que los tiempos de abundancia e impronta hace ya mucho que pasaron para esta ciudad portuaria de elegancia antigua y de encantadora decadencia. Nada más lejos de la realidad. Port Said es hoy un baluarte de la globalición, uno de los enclaves estratégicos del comercio planetario, que concentra el 70% del tráfico mundial de mercancías.
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Felicidad, vértigo, serenidad, miedo, ilusión, nostalgia y respeto, mucho respeto. Un caótico coctel de emociones, un chute de vida se apodera de mi antes de enfrentarme al desafío que siempre supone un gran viaje. Y este, es uno mayúsculo. Una travesía de más de 5.000 millas, que nos llevará desde la antigua Grecia hasta la lejana isla de Mauricio, navegando por tres mares, el Mediterráneo, el Rojo y el océano Indico, dos hemisferios y tres continentes, a través del canal de Suez y del temido golfo de Adén. Todo a bordo de un catamarán de 44 pies bajo el mando del gran Steph, uno de esos lobos de mar en peligro de extinción, al que conocí hace no tantos años en el Pacífico, su hábitat natural.