El Archivo General de la Marina “Álvaro de Bazán” es un despropósito desde que se creó en 1948 en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no querría acordarme al respecto. Eso a pesar del trato de favor que recibí por parte del mando responsable desde el Museo Naval (Madrid), quien tuvo la consideración de alargar el horario de consulta hasta las 18.00, tres de los cuatro días que estuve allí, para que pudiese aprovechar al máximo mis estadías. También debería estar agradecido al personal que atiende el archivo, incluso tras algún equívoco. Hacen lo que pueden y su predisposición es buena. El problema es otro. Digamos que estructural. Está situado en un lugar descaminado, sus fondos son de aluvión, siete décadas después carece de un moderno criterio archivístico, está infradotado de presupuesto y personal, y lo que es peor, sigue sin catalogar.
¡Pero qué dices! Digo que decenas de miles de legajos, apiñados en 12 km. de estanterías, siguen todavía sin registrar ni clasificar lo suficiente para los investigadores. Y lo cuento, por ingrato que parezca, para no desembarcar allí con grandes expectativas.
La genealogía de este disparate es fruto de esas buenas intenciones que se trastocan en ocurrencias si no se culminan ni prevén las consecuencias de las consecuencias. El Archivo Central de la Marina (Madrid) estaba en 1948 tan saturado que no podía asumir las nuevas remesas. Fue cuando su director, por cuanto que lo era del Museo Naval, el marino e historiador Julio Guillén Tato, recordó que veinte años antes el entonces marqués de Santa Cruz le había mostrado su predisposición a ceder el palacio del Viso a la Armada. No por nada. Esta aristocrática familia está ligada a la Marina por razones obvias. De los cinco primeros miembros que lustraron la saga de los Bazán, todos eran Álvaro; quien la inició, el abuelo del vencedor de Lepanto, fue capitán general en la conquista de Granada, pero al menos los tres siguientes fueron grandes almirantes.
El arraigo emocional de los marqueses de Santa Cruz con la Armada es tan inquebrantable que bien valía cederle un palacio para refrendarlo. Habría que notar que los Bazán pueden perder los apellidos, es inevitable, pero nunca el nombre de Álvaro, a modo de blasón familiar con que recuerdan a su célebre marino invicto. Lo mantienen con el mismo rigor que la Marina siempre tiene a flote una unidad nombrada “Álvaro de Bazán”. En este favorable trasfondo anímico, Julio Guillén planteó la cesión del palacio a la marquesa de Santa Cruz, Casilda de Silva y Fernández, quien aceptó alquilarlo durante 90 años, prorrogables, por una peseta al año siempre que se pagase con el billete de su insigne tatarabuelo.

Si su padre se había mostrado predispuesto, tanto más ella. Su hermano Álvaro, quien habría heredado el marquesado de Santa Cruz, había muerto a los 22 años, en 1938, siendo marinero voluntario en el crucero “Canarias”. Y su marido era un alto diplomático del Régimen. Tampoco estaba mal que agradeciese al franquismo el haber recuperado el palacio del Viso tras haber sido requisado por los republicanos durante la Guerra Civil. En todo caso, no se iba a quedar en la calle una familia que tiene tantos títulos como palacios (Madrid, Santander, Albacete, Cáceres, Ciudad Real…). Total, qué; el del Viso, por muy espectacular y por muy Monumento Nacional que fuera (1931), resultó inhóspito desde el primer día, prueba de ello son sus varias ventanas y grandes ventanales, pensados para Génova, que hubo que cegar para que los rigores de la Mancha no se colasen por las rendijas. Puestos a no estar en el palacio San Carlos (Madrid), la marquesa contaba con mejores residencias que ese palacio del Viso lejos de todo y de todos. Así de claro. El palacio que más adora el actual marqués de Santa Cruz, Álvaro Fernández-Villaverde y Silva, es la Casa de Los Hornillos del ducado de Santo Mauro (Cantabria, estilo inglés, 1900). Ni comparación con el del Viso, ese sí que es un palacio para no moverse de allí ni cederlo.
La jugada era maestra. El marquesado mantenía la propiedad de dicho palacio y la Armada le remozaría y conservaría esa inopinada joya del renacentismo italiano construida a trasmano en la Mancha. Miel sobre hojuelas. Además, esa peseta daba para mucho más que un ínfimo cobro. Conllevaba ser vocal del Real Patronato del Museo Naval, con sus exclusivas reuniones con el Rey, presidente de honor, con el Ajema, con marinos entorchados de contraalmirante para arriba y con distinguidas personalidades. Cuando se tienen títulos de sobrada alcurnia, palacios de ensueño y latifundios inmensurables, este tipo de distinciones es lo que cuenta. Más aún si una cosa lleva a la otra y durante nueve años, hasta 2006, el actual marqués de Santa Cruz logró ser presidente de Patrimonio Nacional, aunque no sin méritos, dada su consideración en preservar los bienes históricos relacionados con la Corona. Lo corroboró hace pocos años cediendo su archivo familiar al antiguo Hospital de Tavera (Toledo) que, entre otros cometidos, guarda el Archivo Histórico de la Nobleza.
La oferta de la marquesa de Santa Cruz fue irresistible para la Armada. Y picó el anzuelo. Por los hoy 0,006 euros al año, la Marina podía presumir de frescos manieristas a tutiplén, un patrimonio cultural que nunca viene mal para que según qué actos de postín y para lo que entonces le urgía, espacio donde archivar más de lo imaginado. El archivo ocupa los sótanos, el ala derecha de la planta baja y algunos recintos de la planta superior. La adversativa era que la Armada debía retener en la Mancha una dotación por mínima que fuese. De aquí la presencia en Viso de marinos uniformados con galones de brigada y de tropa (cabos), lo que le da al palacio un extraño aire de pequeña Ayudantía de Marina, la propia de los puertos menores, organismo tendente a desaparecer desde que en 1992 el Ministerio de Fomento se hizo cargo de las competencias civiles que aún mantenían las Comandancias militares.

La presencia de marinos en la Villa y Corte y ministerios tiene todo el sentido. Lo pintoresco es verlos destinados en Viso a 800 metros sobre el nivel del mar, una altura más propia de aviadores, con sus oficiales en Madrid y en un reducto palaciego que hace de islote/farallón naval a 300 km. del mar próximo. Faltan las gaviotas y un decorado con alguna barca pintada de gris naval. Bromas aparte, ninguna de las dos banderas españolas que ondean en el exterior del palacio (fachada y explanada) es de la Armada. ¡Qué menos que izar el ancla coronada del escudo de la Marina en ese quijotesco arpón puesto en la Mancha! Habrá, quizás, alguna norma que desconozco para que solo figure allí la enseña nacional.
Un archivo sin archivar
Lo peor del caso es que la cesión del palacio sigue sin cumplir la finalidad prevista en 1948. El Archivo General de la Marina ni siquiera podría considerarse archivo, aunque sea más o menos útil. Tiene un deje de almacén porque se creó con carencias que siguen siendo insalvables. Sería una temeridad que fuese tan taxativo al criticar si éstas no fueran tan evidentes como para no comprobarlo de sopetón, a las primeras de cambio. Fui con las ideas claras de investigar tres aspectos concretos entre los años 1820 y 1878: la represión de la trata de esclavos en Cuba por parte de la Armada; la contribución bélica de los buques mercantes en la Guerra de África de 1859-60; y el rol que tuvo el primer marqués de Comillas, con su línea oficial de correo marítimo a las Antillas, en el transporte de tropas y armamento desde la Península a América. Fue una visita fallida por más que algo pesqué al arrastre. Los archivos de las zonas marítimas eran a donde debería haber acudido antes, de haber sido prevenido.
El Archivo General de la Marina parecía el más idóneo. Cubre los años entre 1783 y 1936 y por el excepcional volumen de sus fondos no podía decepcionar. Expuse a los archiveros los temas que deseaba investigar, revisé el índice de la carpeta de la sala de consulta, de tapas desgastadas y folios sin actualizar en años. Descorazonador. Luego supe el porqué. El archivo es un mastodonte de documentación que está muy poco clasificada y, por tanto, sin un ingente e ímprobo trabajo previo no es posible catalogarla; tampoco informatizarla en condiciones para participar, como debería, del PARES (Portal de Archivos Españoles).
Está tan dejado de la mano de Dios y de los presupuestos del Ministerio de Defensa que, por extraño que parezca, mantiene un nomenclátor, diría que decimonónico, en el cual, por lo común, cada sección o asunto a investigar se divide en Generalidades, en asuntos Particulares y en asuntos Personales, y todos estos a su vez desglosados por años o décadas. Esto es lo que hay, sin especificaciones precisas. La moderna ciencia/práctica archivística no ha llegado a este paraje de la Mancha, ni se le espera.
Visto lo cual me quedé tan perplejo que no tuve más remedio que zambullirme a ciegas en cantidad de fardos con cuadernillos de legajos, confiando en sonsacar datos. Tanto más cuando el archivo informático, en ciernes, tampoco es de gran ayuda. Me quedó claro cuando entré a buscar Antonio López y López, marqués de Comillas, y la pantalla no sabía quién era esa personalidad que participó, en especial, en la Guerra Larga de Cuba (1868-78) con su naviera a modo de marina auxiliar de trasporte para la Armada. Claro que tampoco figura en el sucinto índice de la carpeta, a pesar de que al remover legajos salen una vez y otra tanto él como su naviera Antonio López y Cía. y la subsiguiente Cía. Trasatlántica. Sucede que el Archivo don Álvaro de Bazán no es un archivo como tal, sino una mina de documentación poco menos que semi abandonada, donde los investigadores deben cavar casi a la aventura. Kilómetros y kilómetros de estanterías (en cajas idóneas abultarían más), se condensan solo en unas decenas de folios que presentan su contenido.

Lo ponen imposible para los investigadores. Puede que tras muchas horas en la Sala de Consulta encuentren una pepita de oro documental, incluso un filón inesperado para lo que estaban indagando. Y puede que nada de nada. Como sucede incluso en los eficientes archivos, solo que en de Viso es mucho más aleatorio, implica muchas más horas de trabajo en tanteos y sale más caro. Cualquiera no se lo puede permitir, salvo ir algo sobrado o ser el superventas Arturo Pérez-Reverte, quien para documentarse y ambientar su novela “Cabo Trafalgar” (2020) se pasó medio mes en este archivo del Viso ayudado a su costa por dos personas, según me dijeron.
El Archivo General de la Marina depende demasiado de la suerte y del sobreesfuerzo porque de entrada estuvo mal proyectado y peor situado, y a resultas de ello fue difícil modernizarlo y mantenerlo para que resultase más eficaz. No hubo criterio para recoger los fondos documentales que, una vez reclamados, empezaron a llegar a Viso del Marqués en 1950. Tanto el Archivo Central de Madrid como los archivos de las cabeceras marítimas (Ferrol, Cádiz, Cartagena, Canarias…) aprovecharon la ocasión para vaciar los desvanes y sótanos atiborrados de legajos de presumible escaso interés que ocupaban un espacio necesitado para otra documentación u otros fines. Cada cual debió enviar lo que le convino, tanto en cantidad como en temática y relevancia. El del Ferrol fue la cabecera marítima que más remitió. A saber por qué. Se configuró así un muerto archivístico inicialmente difícil de gestionar y que sigue siendo una rémora.
Esta carencia es patente. En el metro de estantería que revisé dedicado a la Guerra de África de 1859-60 falta la documentación esencial. La mayoría de los legajos son, en principio, bastante intranscendentes, como la concesión de medallas, recompensas y reconocimientos que el presidente de Gobierno Leopoldo O´Donnell y su ministro de Marina concedieron a trote y moche, hasta a los grumetes. Si uno desea saber si un marinero de su pueblo fue condecorado en esa guerra, vale, el archivo de Viso es justo a donde debe ir. Pero ¿dónde está el importante cuerpo documental de la participación de la Armada en ese conflicto? No allí; acaso no fui capaz de encontrarlo. Hay que considerar que en conflictos en que interviene la Marina también participan el Gobierno y el Ejército por lo cual la documentación generada se solapa entre diversos entes. El archivo de Viso se creó un siglo después de dicha guerra de África y referente a ella solo le llegó una parte de la que tenía en su poder la Armada. Esta es otra de sus flaquezas: ser un archivo relativamente nuevo y compuesto por aluvión.
La prueba de que los fondos más preciados nunca llegaron al Archivo General de la Marina se revela en el lamentable incendio del Archivo General del Departamento Marítimo del Estrecho (San Fernando-Cádiz 1976) en el que también se esfumó la documentación referente a las Antillas y al norte de América, buena parte de la cual se había traído de Cuba tras su independencia en 1898. Esos fondos nunca llegaron a Viso del Marqués, y documentación de similar categoría ni la he atisbado en los días que estuve removiendo cartapacios referentes a la Armada.
Si no hubo filtros ni imperativos ni criterios para lo que debía remitirse al nuevo Archivo General de la Marina a partir de 1950, la servidumbre humana se concitó para que cada archivo de las zonas marítimas, más los otros vinculados con la Armada (ej. el Instituto Hidrográfico), con siglos de historia, se deshiciese de lo menos importante, de las sobras. Y eso que entonces no existían las Autonomías que hoy, a ser posible, no ceden el patrimonio documental que radican en sus áreas y encima reclaman el que consideran suyo a las otras (ej. Cataluña y los “papeles de Salamanca”).
Esto explica algunas de las miserias de las que adolece el Archivo don Álvaro de Bazán si de entrada ya es no tan general como luce su nombre. Sospecho que parte de sus fondos siguen sin tocar porque resultan casi filfa a tenor de lo que no aparece en la carpeta de la Sala de Consulta y que algunos más que, por su interés, fueron reclamados por diversos archivos y entes (museos…) a modo de soterrado expolio, pues hay lagunas inexplicables. Para que en su conjunto no haga de depósito para el resto de los demás archivos de la Armada, habría que deslindar en Viso del Marqués lo que debería de acabar en el desván y lo que realmente es de utilidad para la investigación. Aunque esto es complicado.
Lo aparentemente descartable, podría luego resultar que no era tal. Ocurrió con el “Caso Odyssey”, en el cual el Archivo General de Viso contribuyó a evitar el expolio del tesoro de la fragata NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES. Razón de más para clasificar y catalogar con profesionalidad un centro que parece el enorme patito feo del Museo Naval, de quien depende el conjunto de los archivos y museos relacionados con la Marina, a su vez subsidiario del Ministerio de Defensa; del Estado, en resumidas cuentas.
Lo ve hasta un lince disecado
El cebo de contar con un enorme palacio gratis donde radicar el Archivo General era tan tentador que la Armada se lo tragó con anzuelo y todo. Siete décadas después se cumple el escatológico refrán marinero: “Quien de joven come sardinas de viejo caga espinas”. Además, no hay modo de que el Archivo pueda librarse sin desgarros de Viso del Marqués por más que lo intentase hace unos años la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, con el amago de llevárselo a Madrid. La España vaciada no va a permitir ahora que le vacíen los joyeros que le quedan con algo, máxime cuando restaría a la zona puestos de trabajo directos e indirectos.

Las consecuencias negativas, de lo uno y de lo otro, recaen en el propio archivo, que no puede reformarse en un lugar tan poco idóneo incluso para contar con archiveros y demás personal especializado que tengan ganas de fondear largo tiempo en la Mancha. También salen perjudicados los investigadores que deben viajar a una población sin transportes ni alojamientos para, encima, aprovechar en lo posible un centro fosilizado en prácticas archivísticas más propias del siglo XIX.
Quienes decidieron crear el Archivo en Viso del Marqués debieron ser poco menos que unos románticos o quijotescos personajes, pues no previeron los inconvenientes que hoy saltan a la vista. Hay problemas evidentes cuando el centro ha estado cerrado unos meses al menos una vez en los últimos años; cuando se recorta los horarios de atención al público (09-00 a 14-00), dicen por causa del covid por no decir que carecen de suficiente personal; cuando quien como yo va a investigar desde Barcelona y si llega a saber las limitaciones de este centro se habría quedado en casa. Es de suponer que a otros les habrá ido perfecto por los motivos que sean. Aun así, tiene unas carencias clamorosas.
Hasta el lince disecado que Viso tiene en el Museo de Ciencias Naturales AVAN es capaz de ver que el Archivo está menos que en mínimos, ya sólo de personal. Hagamos cuentas. Son cuatro o cinco los encargados a la vista y dudo que haya otros tantos trabajando en la tramoya, ni que sean más en Madrid como documentalistas a la distancia. Para atender y vigilar a quienes estén en la sala de consulta se necesitan dos personas para que puedan relevarse o ausentarse una de ellas. Está el portero para controlar el acceso y recibir llamadas y visitantes; y como hay malas comunicaciones con Almuradiel, donde mal que bien aún paran algunos trenes, alguien se encargará de desplazar a los investigadores que lo requiera en la paquetera (vehículo de la Armada a disposición de sus centros y buques atracados). También se necesita quien se dedique directamente a traer-devolver y ordenar los cartapacios con legajos. Y hay más, porque se reciben requerimientos por teléfono o vía digital de quienes por algo muy concreto en sus trabajos no consideran que merezca la pena viajar a Viso del Marqués. Esto supone hacerse cargo de unas investigaciones que de otro modo asumirían los interesados. Parece que no, pero es un suma y sigue que con escaso personal y medios conlleva desentenderse de mejorar y actualizar el archivo.
La dotación apenas da para ir tirando, para que el centro cumpla lo mínimo, lo cual es poco, tan poco que poco a poco el archivo se va relegando. Se podría solucionar en parte este entuerto aumentando mucho su financiación, pero esto es una ensoñación cuando el Ministerio de Defensa y la propia Armada deben cubrir necesidades más perentorias que modernizar archivos insuflándoles algún caudal de un presupuesto crónicamente limitado. Pasan los siglos, persisten las carencias; y el vulnerable patrimonio naval figura como una fatalidad entre los primeros que sufren las consecuencias.

El modo más directo de potenciar el Archivo General de la Marina sería sacarlo de donde está a modo de maniobra de salvamento Boutakow (hombre al agua) para que regrese a Madrid, pues la mayoría de los fondos que recibió hace siete décadas provenían del Archivo Central y parte ya se remitió al Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), un centro moderno y con medios para encarar, supongo, los retos que presenta el de Viso del Marqués. Con decir que el archivo del Museo Naval, heredero del Archivo Central de la Marina, custodia en el Cuartel General de la Armada solo la documentación de gran acervo, o sea, lo selecto, lo más importante.
No fue buena idea justificar la creación en Viso del Archivo General aduciendo su clima propicio y que estaba equidistante de las bases navales. Cómo que esto, aparte de no ser cierto, importaba más que cualquier otro considerando. Porque, entre otros inconvenientes, es una odisea llegar a Viso sin coche particular, tener que ir y volver diariamente a Almuradiel debido a que la única hospedería de Viso, La Almazara, de 30 habitaciones, aún tardará en remodelarse conforme a lo presupuestado de un millón de euros. Y eso para escuchar, una vez en la sala de consulta, que cierran a las 14-00, por lo que pierdes todas las tardes si te resignas o el oficial al mando desestima tu frustración.
Además de para agradecerle su trato a favor, planteé hacer unas preguntas al oficial sobre el Archivo para que los lectores de NAUCHERglobal tuviesen una información contrastada y más completa. Lo dejé estar cuando me dijeron que para ello había que cubrir unos procedimientos y se me planteó qué iba a preguntar. De Viso marché al Archivo Histórico Nacional, centro que conocía. Sin sorpresas. Allí investigar es fácil, tiene documentación marítima bien catalogada y cunde el esfuerzo. Aunque no vale hacer comparación alguna con el Archivo General de la Marina porque su situación, medios y planteamientos en nada son equiparables.