La ruta “El legado de la esclavitud en Barcelona” termina en seco ante la estatua del marqués de Comillas. Misión cumplida, se acabó, para qué seguir si el objetivo de la caminata era tirar abajo esa imagen. Eurom iba tan ciego a por ella que no vio el imponente edificio de la Lonja de Mar situada a espaldas de Antonio López. Claro que tampoco se detuvo frente a la sede de Fomento del Trabajo Nacional, principal organización patronal de la ciudad, cuando poco antes, en la plaza Antonio Maura, había enfilado la Vía Layetana hacia abajo. No es casualidad que el enfoque crítico de “El legado de la esclavitud en Barcelona” haga hincapié en los edificios del Grupo Comillas y obvie los relevantes centros empresariales de la burguesía catalana, partidarios y partícipes del esclavismo: Fomento y la Lonja. La Ruta Eurom usa unas anteojeras que la descalifican. Se mire donde se mire su presunta objetividad es basura. Su legado de la esclavitud en Barcelona es peor que parcial.
En un artículo anterior abordé cómo Eurom tiznó de ciudad negrera a Barcelona, al extremo de que se aboga por un memorial/museo equiparable al de Nantes y Liverpool, sin por ello rematar la acusación con suficientes barcos y apellidos porque ni siquiera están bien dilucidadas las expediciones catalanas implicadas desde Barcelona en el tráfico de esclavos. Faltan datos, las cifras en parte son extrapoladas, los barcos se consideran catalanes en razón de sus nombres o el de sus capitanes, muchos planes de viaje son dudosos… Aportan información e indicios que involucran sin ambages a Barcelona con la trata, aunque muy lejos de poderla catalogar de ciudad negrera. Tampoco el libro “Negreros y esclavos” (2017) deslinda bien la trata ejercida desde Barcelona de la realizada por catalanes sin pisar su tierra durante años.
Por el contrario, la Ruta Eurom, a pesar de contar con plena información, recorre el legado de la esclavitud sin resaltar el inquebrantable apoyo al sistema esclavista por parte de las élites barcelonesas en torno a la Junta de Comercio (1767-1847) y después de sus organizaciones hijuelas, reagrupadas al final en Fomento del Trabajo Nacional (1889). Es de chiste pararse ante los monumentos de dos indianos y no pisar la Lonja, sede de la Junta de Comercio, de la Bolsa… de la burguesía bien pensante, a pesar de que su espectacular Salón de Contrataciones contempló el episodio más incómodo de la memoria esclavista de la ciudad.
La Ruta pasa de largo frente a la sede de Fomento, no entra en la Lonja y, encima, resalta solo la manifestación abolicionista celebrada a finales de 1872. Le ganó el afán de poner el foco en el indiano Antonio López en vez de dar un certero barrido al legado esclavista de una urbe que primó, como tantas otras, el medro económico por encima de consideraciones morales. Esta visión pacata de Eurom respecto al pasado de Barcelona coincide con el acomodo que mantuvo la ciudad con la esclavitud durante el siglo XIX.
Barcelona publicó en 1825 su primera obra antiesclavista: “Grito de los africanos contra los europeos sobre el comercio homicida…” (Thomas Clarkson, traducida por Agustín Gimbernat, 1825); editó su primera novela autóctona abolicionista (“Diario de un deportado”, Antonia Opisso, 1887), y hasta 1901 no estrenó la primera obra de teatro con gran impacto sobre el racismo con los negros (“Llibertat”, Santiago Rusiñol). Demasiado tarde. A la Ciudad Condal le costó tomar conciencia del provecho que sonsacaba de cientos de miles de personas negras. No consta que Barcelona contase con una notable delegación o réplica de la Sociedad Abolicionista Española, como tampoco de prensa abiertamente antiesclavista. El impactante artículo anónimo publicado por “El Corresponsal” (Madrid, 21.12.1840), a favor de la emancipación de los esclavos, habría sido impensable en Barcelona. Y el debate abolicionista, en el que participaron los catalanes Laureano Figuerola y Francesc Pi i Margall, era un asunto más bien de Madrid.
La Lonja de la esclavitud
El lustroso suelo de la Lonja de Mar aún refleja la moral laxa de las decimonónicas élites barcelonesas partidarias, en su conjunto, del sistema esclavista hasta que este modelo de explotación sociolaboral quedó escurrido. Esta complacencia persiste en el Observatorio Europeo de las Memorias cuando la emprende con la imagen del cántabro Antonio López al tiempo que es incapaz de trazar en Barcelona un recorrido palmario del legado de la esclavitud. De las rutas de la esclavitud que pueden trazarse en Barcelona, escogió la menos incómoda para el prestigio de la ciudad; y seleccionó la cabeza de turco que menos la incomodase. Había alternativas más incisivas y reales.
Una verdadera ruta de “El legado de la esclavitud en Barcelona” sería la que parte del monumento a Colón, sube señalando a diestro y siniestro las Ramblas, escudriña la Plaza Cataluña, enfila lenta y reflexiva el Paseo de Gracia, se adentra atento en los Jardinets de Gracia y termina en la calle Miquel Biada, promotor del primer ferrocarril en la Península. Pero ya que la ruta de Eurom acaba en el monumento a Antonio López, a 20 metros de la Lonja, podemos prolongarla desde allí mismo siguiendo un trazado también revelador.

La Lonja de Mar pasó a manos de la Junta de Comercio de Barcelona veintidós años antes de que Cataluña iniciase la trata de esclavos (1789). Y nunca hizo ascos de esta nueva fuente de riqueza. Miel sobre hojuelas del estrenado negocio catalán en el imperio español. Suponía un goloso bote al que la ciudad nunca renunció, de modo que sus ricohombres salieron en su defensa cuando peligró esta melaza esclavista (1841, 1857, 1872). Solo la dejaron estar cuando ya no daba para más.
La primera gran prueba fue en 1841, cuando la Junta de Comercio de La Habana pidió apoyo a la de Barcelona. Se temía que el regente Espartero cediese a la pretensión británica de manumitir a los esclavos desembarcados ilegalmente en Cuba, es decir, a partir de 1820. Habría supuesto el fin del sistema esclavista y, por tanto, pérdidas ingentes para Cataluña en el comercio con las Antillas españolas: “La sola discusión [del abolicionismo] sería una señal terrible de alarma para nuestras posesiones en ultramar”. La Lonja celebró reuniones, creó una comisión y Miquel Biada dio allí un institucional discurso racista y esclavista sin contemplaciones (12.06.1841).
Los comerciantes barceloneses volvieron a protestar cuando la Armada británica apresó en las costas africanas a tres barcos catalanes dedicados (o no) a la trata (1855-1857), entre ellos el “Conchita” de José Vidal-Ribas. Viajaron a Madrid miembros de la Sociedad Económica reclamando amparo al Gobierno de Istúriz para que Gran Bretaña no interfiriera en sus negocios. La polémica fue mayúscula, llegó al Parlamento, porque había grandes intereses esclavistas en juego y la prensa catalana azuzó a favor de estos.
En la Lonja también se defendió la esclavitud contra el proyecto abolicionista del sexenio progresista (o sexenio democrático, 1868-1874) y cuando España era ya la excepción occidental al mantener este sistema de explotación laboral. Barcelona fue el último gran baluarte esclavista de Europa a tenor del espectáculo dado por su burguesía en la Lonja (19.12.1872). Por entonces, ésta era la sede de la Bolsa y el punto de reunión de la burguesía catalana, abrumadoramente partidaria del status quo en Cuba y Puerto Rico. Dos años antes, se había aceptado la ley Moret de “Vientres libres” que suponía el final de la esclavitud, pero a largo plazo. Pero cuando a finales de 1872 el Gobierno de Ruiz Zorrilla abordó la abolición en Puerto Rico, la Lonja fue escenario de la oposición frontal a dicho proyecto legislativo. Temiendo la burguesía que la nueva ley fuese el preámbulo del fin de la esclavitud en Cuba, Fomento de la Producción Nacional y el Círculo Hispano-Ultramarino barcelonés promovieron la Liga Nacional anti abolicionista. Fue al terminar la sesión de bolsa del 19 de diciembre en una reunión multitudinaria y con los ánimos tan caldeados que fue expulsado de malas maneras el único que discrepó de forma extemporánea. Vale la pena resaltarlo con dos recortes de prensa.
En el salón de contrataciones de la Lonja ocurrió ayer una escena tumultuosa que por decoro del comercio de Barcelona no quisiéramos ver reproducida [en relación a las reformas en Puerto Rico] … Uno de los disidentes dirigió a su vez la palabra al público y al poco se levantó la polvareda, tal gritería, mezclada con denuestos y apóstrofes, que el salón de contrataciones quedó convertido en campo de Agramante. Los gritos de `fuera´ y otros que no queremos reproducir ahogaron la palabra del orador (…) Sacó éste [uno que apoyó al orador] una pistola y amenazando a los que se atreviesen a tocarle pudo hacerse paso y abandonó el local. (“La Imprenta”, 20.12.1872).
“La Campana de Gracia” lo reflejó con su ejemplar estilo combativo (22.12.1872):
Ninguno lo diría pero es verdad. En Barcelona, en la democrática Barcelona, hay negreros. Hay partidarios de la esclavitud. Hay seres tan bajos, que aixecan lo gallo cuando se trata de abolir la inhumana institución y hasta responden a garrotadas a quienes en uso del derecho gritan `Abajo la esclavitud´. Eso pasó el jueves último en el salón de la Lonja, en plena hora de bolsa. Algunos que blasonan de cristianos y que harían hecho sudar al mismo Jesucristo en un ingenio, si Jesucristo hubiese sido negro, alzaron la mano contra dos de nuestros correligionarios…”
Pocas bromas. Las clases dirigentes catalanas cerraron filas para que la esclavitud en Cuba no fuese abolida de momento. Y lo lograron gracias también a que les secundó la flor y nata de toda Barcelona: políticos de renombre (Rius i Taulet), grandes empresarios, obispos, rectores de universidad, intelectuales (Milá i Fontanals), prestigiosos entes y asociaciones, el director del Diario de Barcelona (Mañé i Flaquer) y un largo etcétera.
El centenar de prohombres que encabezaron la Liga Nacional constata hasta qué punto Barcelona defendería la esclavitud mientras no se le garantizase en Cuba una abolición pautada, segura y barata. Los esclavos tendrían que esperar. Y a fe que lo consiguió. Es inexplicable que Eurom no incluya en su Ruta los edificios de Fomento y de la Lonja, por incómodo que resulte evidenciar el pasado de la ciudad y de sus clases pudientes. Le bastó con la cabeza de A. López y López. ¡Pobre, víctima de sus apellidos!
De Xifré a Prim, y Eurom como si nada
A 50 metros del monumento del marqués de Comilla y de la Lonja, justo al otro lado del Paseo de Isabel II, están los bloques de viviendas de Vidal-Quadras y de Xifré (1839), construidos por estos indianos enriquecidos en Cuba. Sus edificios representan un notorio legado de la esclavitud. Fijaron un modelo a seguir en las construcciones del Ensanche y, sobre todo, dejaron patente por primera vez que Barcelona ofrecía también grandes oportunidades inmobiliarias para invertir las fortunas de ultramar.
Eurom no resalta este legado porque va a tiro fijo contra Antonio López y la trata, por más que sobre estos indianos también pesa la inevitable controversia del origen de sus riquezas. Es como si a la Ruta no le interesase dar un paso más porque, según el investigador de referencia, no existen pruebas de que José Xifré y los Vidal-Quadras estuviesen involucrados en el tráfico de esclavos. ¡Vaya por Dios!, los ratones de legajos dictaminan quién es y quién no un honorable indiano, conforme una precaria casuística que deslinda culpabilidades en el lejano totum revolutum del sistema esclavista cubano. Es lo que tiene manipular la lupa de la Historia fuera de tiempo y lugar. Ni en la Cuba castrista han manipulado tanto.

La ecuanimidad brilla por su ausencia. Se exonera a Xifré, a los Vidal-Quadras y a Güell y se tira abajo la imagen del marqués de Comillas a pesar de que contra éste np hay pruebas. De todos ellos, López podría ser el más legal si nos atenemos a la aparente menor fortuna que él sacó de Cuba y a que era, de largo, el mejor empresario, al extremo de preparar a sus hijos para dar continuidad al Grupo Comillas. Xifré es distinto. No multiplicó fuera de Cuba su enorme fortuna, su heredero fue un vividor y su nieto obtuvo, comparativamente, las raspas. Puestos a crear riqueza sin esclavos, Antonio López superó por mucho a todos los demás. ¿Por qué no pudo enriquecerse también en Cuba sin ser negrero? Unos cardan la lana y otros llevan la fama, como apuntó Juan Maluquer de Motes en referencia a la trata de personas negras.
La próxima estación de la prolongada ruta que propongo es el monumento del general Juan Prim Prats (1887), que está en la Ciudadela, pasado el Paseo de Isabel II. Eurom parece tener temor divino al respetar esa estatua ecuestre, repuesta por el franquismo tras haber sido derribada por las Juventudes Libertarias de Gracia y fundido su bronce en 1936. Prim es una bestia negra para el legado de la esclavitud en Barcelona; así que, allí sigue a grupas, cabalgando por encima de los programas de Memorias, de SOS-Racismo, de los “pasados presentes” y hasta del “Black lives matter”. No se atreven con él, ni para mentarle de soslayo. Mutis.
Como sucede con Colón, Güell…, se preservan las estatuas controvertidas que convenga. Con menos motivo, cualquier otro ha sido derribado y vandalizado. Y mira que el general de la Revolución Gloriosa se cubrió de gloria por racista y esclavista siendo durante nueve meses gobernador de Puerto Rico (1847-1848). Peor aún, se cubrió de sangre esclava al intervenir militarmente, por su cuenta y riesgo, en la vecina isla danesa de Santa Cruz en apoyo de las fuerzas locales que reprimieron a sangre y fuego una rebelión, saldada con unos 30 esclavos muertos y con cientos de represaliados/deportados. Dinamarca le condecoró. Fue la medalla más obscena de las que obtuvo este militar que, sin pasar por la academia, ascendió a oficial por méritos de guerra.
Y en el propio Puerto Rico, el general Prim, como siempre excesivo, mandó fusilar a dos esclavos negros, cabecillas de una conspiración. Aunque ya su bando militar, (Código Negro), aprobado para evitar preventivamente la rebelión de los negros, merece su descrédito por la brutalidad expresada y por el racismo de referirse a dichas personas solo como de “raza africana”. Se ganó el rechazo generalizado en Puerto Rico y del Gobierno, siendo relevado por el negrófilo general Juan de la Pezuela a fin de arreglar el desaguisado que había dejado él en una colonia que apenas presentaba problemas. Ya no había trata y los esclavos eran pocos (5% de la población), la mayoría de ellos asimilados a la condición servil/familiar (menos dura). Solo 10.000 trabajaban en plantaciones.
Además, siendo el líder de la revolución Gloriosa mantuvo, contra el parecer de otros mandamases, la esclavitud en aras de la soberanía española de Cuba. Se acomodó sin problemas a lo que el empresario catalán José Puig i Llagostera, diputado por Vich, espetó en las Cortes: “Sálvense las colonias y piérdanse los principios! Húndanse los principios, pero sálvese el país”, en referencia al apotegma atribuido a Robespierre: “Sálvense los principios y piérdanse las colonias…”. Por disparatado que fuese, Puig i Llagostera era muy popular en Cataluña, y hasta los industriales le regalaron un grillete de oro cuando estuvo preso.
El general Prim se atuvo a salvar el país a toda costa, como en 1869 cuando dio permiso a la Diputación de Barcelona para enviar voluntarios catalanes a combatir en Cuba en defensa del status quo colonial y esclavista. De todo eso, la Ruta de Eurom pretende no saber nada, ¿nada?, nada, porque en tal caso algo habría que hacer con la estatua ecuestre de Prim plantada en medio de su ciudad natal, Reus. ¡Ah!

Las lealtades de Víctor Balaguer
Víctor Balaguer también figura en esta prolongación de la Ruta, entre el monumento al general Prim y la salida de la Ciudadela al Paseo de Lluís Companys. Quien fue casi todo como escritor y político, también forma parte del legado de la esclavitud porque priorizó los intereses económicos de Cataluña a la abolición de la esclavitud siendo varias veces ministro de Ultramar, además de ejercer otros altos cargos y carteras ministeriales, tanto durante el Sexenio Progresista como en la Restauración.
Balaguer fue un político de múltiples y contradictorias lealtades. Por ejemplo, perteneció a la Sociedad Abolicionista Española (1868) y también a la Junta de la antiabolicionista Liga Nacional de Madrid (1872), pero siempre acababa siendo leal a los mismos: a los intereses económicos de Cataluña y a su ciudad natal Vilanova i la Geltrú, cuyos votantes sistemáticamente le otorgaban un escaño en las Cortes. De aquí su ideario proteccionista y antiabolicionista, favorable a los intereses de la burguesía catalana y a su distrito electoral La Pequeña Habana, coto de indianos (los Guma, Samá, Soler, Salom, Tomás Ventura).
Él se opuso inicialmente a la emancipación de los esclavos de Puerto Rico (1873) temiendo sus consecuencias en Cuba. Aunque viendo que no pasaría nada, la aceptó porque afectaría poco a la economía; no sin antes lograr que sus dueños fuesen compensados con dinero y con el Patronato que, en cierta forma, alargaba tres años el régimen esclavista.
También con los esclavos de Cuba jugó las bazas a favor de la burguesía catalana. Siendo ministro de Ultramar, Víctor Balaguer aceptó sin cambios sustanciales la propuesta abolicionista que le ofreció Julián Zulueta, conspicuo ex negrero y representante de los esclavistas cubanos. Este acuerdo no se aplicó en su momento (10.05.1874), pero en 1880 sirvió de plantilla para dar el carpetazo a la esclavitud. Proponía aprobar una ley abolicionista seis meses después de terminada la guerra, de aplicación inmediata y con un Patronato de 10 años. Los intereses económicos de Cataluña quedaban salvaguardados. La alta burguesía barcelonesa agradeció a Balaguer este y otros muchos servicios con puertas giratorias que le sentaron de por vida en las juntas directivas de sus principales empresas (por ejemplo en Tabacos de Filipinas).
Hay que ser interesadamente ciego para pasar por alto este legado de la esclavitud en Barcelona, como también para no dar un vistazo crítico y rectilíneo desde la Ciudadela al barrio de Gracia. Un ejemplo es el monumento a Rius i Taulet, el alcalde de Barcelona más loado. Capaz, liberal y progresista como pocos. Sin embargo, se adhirió a la Liga Nacional anti abolicionista con el respaldo político añadido de que él era alcalde en ese momento (1872-1873). Pasemos de largo,también del Arco de Triunfo cuyas bases de patas de elefante marcan el colonialismo en África, no exento de esclavos. Y sin pararse demasiado, está el monumento al doctor Bartomeu Robert Yarzaba (1842-1902).
Este alcalde de Barcelona, mexicano de padre catalán y madre vasca, discursó en el Ateneo de Barcelona sobre “La raza catalana” (14.03.1899) haciendo las delicias del catalanismo racial y preludiando el deje que tiene hoy el Procés. Había que tener poca cabeza para ensalzar el cráneo catalán en relación a los del resto de España. Aunque el tema aquí es el legado de la esclavitud en Barcelona, su racismo “muy aplaudido y felicitado por la numerosa y selecta concurrencia” ligaba algo con el esclavismo racista que todavía reverberaba en la Lonja y con la crème de la crème burguesa de 1872.
Verdaguer, el marino
La próxima parada es el monumento de Mosén Jacinto Verdaguer. ¡Ojo!, la vaca sagrada ausente en el legado de la esclavitud en Barcelona. Nadie, tampoco Eurom, ha sacado a relucir la postura que este poeta/sacerdote tuvo sobre la esclavitud en las Antillas. Eso a pesar de que fue durante seis años el protegido, el cura y el limosnero del “negrero” indiano Antonio López. Más aún, hasta entonces había estado dos años (1874-1876) embarcado de capellán en el trasatlántico GUIPUZCOA cubriendo la línea de la Península (Cádiz, Santander) a Cuba y Puerto Rico.
De Verdaguer se sabe mucho, casi su día a día; él mismo solía llevar dietarios de sus viajes. Pero ¡sorpresa!, él no relató sus años de capellán de barco y, que yo sepa, ninguno se ha interesado por el tema. Aun así, me extraña que no se haya encontrado ninguna referencia suya a los esclavos que por fuerza tuvo ocasión de ver, y hasta relacionarse, durante las numerosas estadías en que estuvo atracado en La Habana. Ni que los estibadores esclavos fuesen figurantes y los negros desaparecieran de las calles antes de que él pasara. Imposible. Hoy los barcos atracan y salen de un día para otro, cuando no en horas, y los muelles están tan lejos de la ciudad que los tripulantes apenas pueden ir a tierra ; además son pocos y sobrecargados de trabajo. No sería el caso de Verdaguer. Visitó Sevilla, Córdoba y Granada aprovechando que el GUIPUZCOA estuvo en dique más de un mes en Cádiz. Y en La Habana pasaría varios días cada vez que tocaba ese puerto de destino final, pues las operaciones de estiba llevaban su tiempo y su labor sacerdotal le permitiría la libertad de, en cuatro pasos, ir al centro de la ciudad. Si el arzobispo de La Habana le facultó en su diócesis para confesar, dar misas y predicar sería porque Verdaguer pasaba suficiente tiempo en tierra (licencia fechada el 5 de febrero de 1876).

En la que fue la residencia de descanso de los capitanes generales de Cuba, se levantó en honor de Verdaguer un monolito blanco, con una cruz negra encastrada (2014), que recuerda su vinculación con La Habana. Sin embargo, poco se sabe de sus estancias allí, tampoco de que clamase contra el sistema esclavista o mostrase, ¡qué menos!, conmiseración con los esclavos. Nada de ello aparece en las 16 cartas escritas a bordo a su amigo mosén Jaume Collell que se conservan en la Biblioteca Nacional de Cataluña. El poeta/capellán era hijo de su tiempo y asumiría la esclavitud con una indiferencia o despreocupación que hoy nos puede parecer escandalosa. Pero, era así. Y la ruta de la esclavitud en Barcelona lo debería reflejar tal cual. Sería del todo injusto vandalizar su monumento porque a él no le dolieron prendas la inhumanidad que sufrían los esclavos, ni siquiera para lamentarlo con una frase, o una simple palabra piadosa que haya trascendido. Algo similar sucede hoy con los negros que malviven entre nosotros cuando evitamos cruzar con ellos incluso la mirada. Qué dirá dentro de dos siglos el Eurom de turno en su ruta “El legado de la inmigración sin papeles en Barcelona”. La (probable) displicencia de mosén Jacinto Verdaguer con los esclavos pone el legado de la esclavitud en su sitio, en un contexto histórico que debería aplicarse a la imagen de Antonio López.
Psicoanálisis con Carlos IV, repaso al Padre Claret
El siguiente monumento de la prolongada ruta es la Fuente de Hércules, que también tiene relación con la esclavitud debido a su medallón de mármol con el bajorrelieve de Carlos IV y su esposa, María Luisa de Parma. Si la única estatua a Fernando VII, en espacio público, está en la Plaza de Armas de La Habana es porque de algún modo Cuba le sigue agradeciendo los privilegios que le concedió. Por su parte, Carlos IV es el único careto de rey borbón que campea en las calles de Barcelona y, además, en el monumento más antiguo de la ciudad (1797-1802). Pura casualidad, claro, aunque si jugamos a psicoanalizar Barcelona, igual tiene algún sentido porque él fue quien en 1789 permitió a Cataluña enriquecerse con la trata de negros y a la postre con la esclavitud masiva en las Antillas Españolas.
Sin pretenderlo, este decano monumento aúna la mitológica fundación de Barcelona con el portentoso Hércules desembarcando con su novena barca (Barca Nona), y las portentosas fortunas indianas desembarcadas en la ciudad al auspiciarlas Carlos IV. Una Barcelona tan dada a tirar y retirar estatuas, conserva en el espacio público, y quizás también en el subconsciente, el monumento/fuente relacionado con dos de sus chorros de oro, uno mitológico, el otro indiano.

Elucubraciones aparte, dos manzanas más arriba de la Fuente de Hércules cruza la larga y ancha calle de San Antonio María Claret (hasta 1912, Claudio Coello). Esto sí que es serio, porque llegar a santo después de seis años como arzobispo de Santiago de Cuba (1851-1857), sin ser antiesclavista, no está al alcance de cualquiera. Debería figurar en la Ruta por increíble, porque si Eurom le aplicase al prelado la misma inquisidora doctrina que a Antonio López, este santo de santoral iría de cabeza a los infiernos de lo políticamente correcto. Vivió in situ la esclavitud e incluso su etapa en Cuba se solapó con el último boom del tráfico de esclavos en la Isla (1854-1860), pero ni por asomo propuso la abolición o se encaró con los negreros. Sus aportaciones contra el esclavismo fueron, digamos, muy “modestas”.
El Padre Claret se atuvo a su labor pastoral/evangelizadora con un celo encomiable, muy en especial en su afán de catequesis y regeneración moral de la grey, acorde a unos valores católicos que hoy alguno consideraría ultramontano. Se ganó mucha animadversión por empeñarse en imponer la familia cristiana en una diócesis pasto de parejas de hecho y de amancebados debido, en parte, a que era caro y engorroso obtener las dispensas para quienes querían casarse siendo de distinta etnia. En este aspecto y en aunar a todos, del color que fuesen, en los libros de bautismo, favoreció a los negros y esclavos. Por lo demás, fue más misionero apostólico que obispo influyente y no cuestionó las bases del sistema esclavista en Santiago de Cuba. Como tampoco lo hizo cuando de allí pasó a la Corte como confesor de Isabel II (1857-1869).
Esta actitud, hoy inadmisible, confirma el contexto de tolerancia generalizada con la esclavitud que predominaba en Cuba en tiempos de Antonio López. La inmoralidad para el arzobispo Claret era de otra índole: “De los propietarios de negros, los más malos son los que han venido de España, y en especial los catalanes son malísimos, nunca comulgan ni van a misa. Todos viven amancebados o tienen ilícitas relaciones con mulatas y negras”. Admoniciones así no las tuvo con los negreros. Y el grave atentado que sufrió, aunque perpetrado por un zapatero canario, habría que enmarcarlo en que allí soportaban mal a este Jeremías de la moral católica que intentó salvar una diócesis que estaba en barbecho desde hacía mucho tiempo.
Emilio Bacardí, en sus “Crónicas de Santiago de Cuba” (1908), deja en muy mal lugar a Claret, pero a este criollo cubano le movía su antiespañolismo, no la actitud acomodaticia del arzobispo con la esclavitud, algo por lo demás de curso legal y social en la Cuba de entonces. De hecho, su padre Facundo Bacardí se hizo rico en Santiago de Cuba gracias a la fabricación de un ron con buqué inicial a sudor sufrido de esclavos (1862).
Barcelona recuerda al Padre Claret en el espacio público con dos mosaicos en la fachada del Colegio Claret, en la calle homónima, y con una flagelada estatua en el exterior de la Sagrada Familia. La Ruta de Eurom no pasará por allí no sea que tenga que tirar abajo la imagen de un ilustre y santo catalán o, al menos, contextualizar la condena al marqués de Comillas.
La clave de Anselmo Clavé y la constante de Pi i Margall
Mirando la calle San Antonio María Claret está el monumento de Anselmo Clavé (1824-1874). La prolongada Ruta debería pasar de largo sin cuestionar a este compositor y político progresista, republicano y obrerista; apóstol de la fraternidad y del humanismo, del asociacionismo popular y del compromiso con las mejoras sociolaborales de los trabajadores. Pero algo no cuadra del todo en este personaje por más popular que sea en Cataluña. Es omnipresente con sus estatuas y bustos, preside innumerables instituciones corales y puebla el nomenclátor, también en la calle Ancha de Barcelona renombrada hace poco con su nombre porque nació en ella.
Un borrón racista lo tiene hasta él, con los versos del rigodón bélico “Los nietos de los almogávares” alentando a los 466 voluntarios catalanes en la patriótica guerra de agresión contra Marruecos (1859-60). Evito trascribirlos. Sorprende más que no se implicase en la abolición de la esclavitud en Cuba a pesar de su amistad con Castelar, Pi i Margall… Pasó del tema o lo hizo tan de puntillas que no ha quedado reflejado. Y ésta no era una cuestión menor para un activista y político progresista que llegó a presidir, entre otros entes, la Diputación de Barcelona (1871).
Anselmo Clavé alentó la conciencia de clase agrupando social y culturalmente a las capas populares a través de los coros y bailes, incluso las animó a ser protagonistas, a subir al escenario y a tomar iniciativas para incidir a su favor en la revolución industrial. Pero su entrega al movimiento obrero y a la justicia social no alcanzaba a los esclavos cubanos. Debía de importarle poco la suerte de los más desfavorecidos en Cuba. Y no sólo a él, también a los trabajadores catalanes. Esta es la clave para entender que mientras la burguesía defendía en la Lonja la esclavitud hasta que no hubiese una alternativa segura y rentable, las clases trabajadoras y sus organizaciones no participasen en la manifestación abolicionista celebrada en el centro de la ciudad tres días después (22.12.1872). Uno de los líderes sindicales justificó tal ausencia con el peregrino argumento de que no tenía sentido “abolir la esclavitud para someterles a la nueva esclavitud del salario”. No empatizaban con la masiva inhumanidad que sufrían quienes estaban en peor situación que ellos. Como si bastante tuviesen con lo suyo como para preocuparse por los esclavos. Con otras palabras: “A los que declaman contra los propietarios de esclavos negros, vamos a darles un consejo: que trabajen por la manumisión de los esclavos `blancos´”. (“La Revista Social”, prensa anarquista catalana). El monumento a Anselmo Clavé recuerda este penoso legado obrerista de la esclavitud en Barcelona que Eurom obvia centrando las culpas en el naviero Antonio López acusado en falso de negrero.

A trasmano de la estatua de Clavé, en una isleta lateral de la calle homónima, hay tres bajorrelieves dedicados a Francesc Pi i Margall. Sirven de punto final de esta ruta alternativa del legado de la esclavitud porque nadie como este intelectual contestatario y activista de las cuestiones sociales representa mejor los límites del abolicionismo político y militante. Ni siendo ministro de Gobernación (11.02.1873) y a continuación presidente de la Primera República durante 37 días, hasta el 18 de julio de 1873, intentó en serio acabar con la esclavitud en Cuba. Se conformó con abolirla en Puerto Rico entre los aplausos de quienes tenían esclavos, pues fueron compensados con 35 millones de pesetas por liberar a sus 30.000 esclavos, con un Patronato de tres años sobre los libertos y con otros dos años sin que estos obtuvieran plenos derechos. Así, cualquiera se colgaba la medalla abolicionista en una isla donde la esclavitud no era vital ni urgía mano de obra. La ley fue aprobada casi por unanimidad, solo 12 votos en contra, porque mantenía la esclavitud en Cuba. La abolición fue ejemplar, sin pérdidas económicas ni incidentes. El líder abolicionista Rafael Labra lo confirmó al final del proceso: “La abolición de la esclavitud en Puerto Rico ha excedido todas mis esperanzas”.
Sin embargo, Pi i Margall se permitió dar largas a los esclavos cubanos con su “habráque” de solo dos frases encajadas en su largo discurso del Programa de Gobierno ante las Cortes Constituyentes: “Debemos llevar también a cabo la obra de la abolición de la esclavitud. La esclavitud es ahora más dura para los cubanos que antes, porque tienen el ejemplo de Puerto Rico, donde se han emancipado 40.000 esclavos” (13 de julio de 1873). Nada. Tampoco se implicaron en ello los subsiguientes presidentes de la República: Nicolás Salmerón y Emilio Castelar.
Los tres eran abolicionistas de pro y ninguno gobernó para romper las cadenas de los esclavos cubanos. Asumieron la constante del problema planteado por la esclavitud. La solución dependió siempre de la inamovible postura de los hacendados y comerciantes cubanos de que fueran ellos quienes dictaran cómo y cuándo acabar con la esclavitud. Ni los Borbones, ni el general Prim, ni Amadeo I, ni la República, ni la Restauración pudieron con ellos.
El regente Espartero y su capitán general en Cuba, Jerónimo Valdes, ya sufrieron la intransigencia de los hacendados cubanos. A partir de ahí, 1841, ésta fue una constante de la política esclavista que salió reforzada con la guerra de 1868. Pi i Margall estuvo más constreñido que otros gobernantes. Su ideario de radicalidad democrática, republicano federal y socialista no contaba en Cuba con adeptos y para ganar la guerra necesitaba el esfuerzo de hombres y dinero que aportaban los esclavistas. Por contra, Pi i Margall no podía crear “voluntarios de la república” ni recabar fondos entre sus fieles. Lo tenía perdido. Incluso, el fogoso abolicionista Emilio Castelar, último presidente de la República, aceptó la propuesta de los hacendados de no hacer cambios en Cuba hasta haber terminado la guerra. Llegar a estos tres bajorrelieves de Pi i Margall supone darse de bruces con la realidad de una Barcelona decantada a favor del esclavismo y con un pasado que el Ayuntamiento y la ruta de Eurom quieren lavarlo quitando la estatua de Antonio López y ensalzando un abolicionismo republicano flojo, y hasta incapaz en Cuba.