Quizá sea un buen momento. Quizás, ahora, en la quietud de nuestros domicilios podamos empezar a valorar el aislamiento, el abandono y la falta de reconocimiento que sufren los marinos, aquellos que sí o sí están ahora obligados a permanecer a bordo.
La marina mercante es un sector del que somos, muchos sin saberlo, altamente dependientes. Tras una semana de novedoso confinamiento y teniendo por la proa, al menos, otras tres, nos empieza a preocupar el abastecimiento de los súper y mercados, de las farmacias y gasolineras. Ahora que un virus nos ha regalado algo de tiempo, debemos, por fin reflexionar: el 90% del transporte mundial se hace por vía marítima: El pantalón, la chaqueta, el cepillo de dientes, el café, el ordenador o el teléfono móvil desde el quizás alguien lea esto; su pijama… todo llega gracias a ellos. Sin los marinos el mundo sí se para.
Desde la mar, marinos de todas las nacionalidades están ahora más que nunca preocupados por los “terrícolas”, como nos llaman. Preocupados por sus familias, sus mayores y pequeños, sus amigos, preguntándose si seremos capaces de sobrevivir y adaptarnos a lo que ellos tan bien conocen.
Los marinos están acostumbrados a vivir confinados: su celda flota y es al mismo tiempo lugar de trabajo, recreo y domicilio. Con suerte, a veces se convierte en un hogar y esa familia ocasional que surge en un barco crea un vínculo que no se rompe jamás.
Los marinos conocen el silencio; sus hijos y familias no están con ellos, las llamadas, memes y twits que recibimos estos días sin parar, no les llegan casi nunca.
Los marinos saben ejercer liderazgo cuando toca, organizarse, trabajar en equipo y asumir su responsabilidad. Están preparados para adaptarse a los cambios o seguir férreas rutinas y hacen todo eso mirando al horizonte y deseando que no azote un temporal.
Los marinos hacen ejercicio donde pueden y comen lo que hay. Muchos conviven a bordo con otros de culturas diversas, y algunos transportan mercancías peligrosas y ponen en riesgo su salud y su seguridad.
A mayores, en casos extremos, hay marinos que viven en una crisis permanente; confinados a bordo en lejanos confines, algunos son víctimas de abusos y amenazas, pasan miedo, se ponen enfermos, el armador los abandona y trabajan sin cobrar, se quedan sin comida, no hay combustible ni electricidad, enferma o se muere un familiar y ellos, como nosotros ahora, tampoco pueden verlo ni velarlo. Les toca navegar.
Los marinos de todo el mundo viven ahora una gran incertidumbre. Ellos no llevan confinados una o dos semanas, ni siquiera un mes. Muchos están embarcados -soportando balances, cabeceos, calmas y nieblas- desde hace nueve, diez o doce meses, del máximo de 11 que permite la legislación internacional. En las condiciones comentadas, se ven obligados a permanecer a bordo sine die, las fronteras están cerradas, no hay vuelos, no hay relevos.
Nosotros a lo nuestro, sentados esperando los pertrechos para casa, mientras los marinos siguen fuera del mapa, para ellos no hay opción de # QUEDARSEENCASA.