La observación atenta del mar, siempre nos da alguna información: un horizonte que amenaza lluvia, una posible borrasca, algún banco de peces ensortijando la superficie marina, un viento que ha rolado y empieza a encrespar con jirones blancos lo que antes parecía un mar en calma. Una de las observaciones más vistosas es cuando, en la lejanía, oteamos multitud de coloridos deslizándose sobre la mar, como golondrinas de muchísimos colores, que agitando sus alas tratan de alcanzar la tierra deseada, o, veleros movidos por una fuerza invisible que los desplaza en un rumbo desconocido.
A medida que esa formación de tonalidades distintas se va acercando, uno empieza a ver las velas inflamadas por el viento, y a los veleros adrizados, exhibiendo la majestuosidad de su poderío. Entonces, uno piensa en la maestría de quien o quienes están manejando el aparejo y hacen posible que, estas golondrinas del mar, naveguen como si tuvieran su propio código genético, sin darse cuenta que, todo ello es posible, gracias a la pericia del velerista, el cuál aprovechando la fuerza motriz de la naturaleza, hace posible este bello espectáculo.
El navegar a vela es una ciencia y un arte. Ciencia porque interviene la física, al incidir el viento sobre la vela; y arte, cuando el regatista aprovecha la fuerza motriz, para hacer de su barco, un verdadero cuchillo con toda su eslora cortando la mar.
El aprovechamiento del viento es un conocimiento que nos da la práctica. En sentido general y dependiendo por donde sople, podemos decir que hay cuatro formas de navegar: a bolina; con rumbo a 90º del viento, recibiéndolo a través de la embarcación; de aleta y de popa cuando el viento entra a 180º.
En la navegación a bolina, rumbo contra la dirección del viento, con el menor ángulo posible, es donde más se percibe la ciencia física en la práctica de esta actividad náutica. Cuando uno navega ceñido con el menor ángulo posible contra el viento, se produce una combinación muy importante para la navegación: una es la descomposición de las fuerzas del viento al incidir sobre el aparejo y la otra, la de la quilla del barco u orza. En el primer caso, actúan dos componentes, una perpendicular a la vela y la otra paralela a la misma. Es la primera con la que maniobraremos las velas para que el viento incida sobre ellas y el barco pueda navegar, pero teniendo mucho cuidado de no coger el viento completamente de proa, porque las velas entonces flamearán; por eso, se navega en zigzag con el viento de proa. En el segundo caso, la quilla u orza hace que cualquier fuerza aplicada de forma oblicua se convierta en longitudinal y obliga al barco a navegar a rumbo.
Por eso en las regatas vemos a las tripulaciones colgados en una de las esloras, tratando de adrizar el barco todo lo posible y así llevar el centro de gravedad hacia el punto donde sopla el viento. Pura física aplicada a la navegación a vela.
Todo velerista con experiencia sabe que cuanto mejor tenga orientada su vela, es decir su centro vélico, mayor será la fuerza propulsora y menor el abatimiento o fuerza lateral. Lo importante es trimar bien las velas de acuerdo a las condiciones de mar y viento a fin de obtener el mejor rendimiento del barco. No obstante, en el trimado se valoran dos situaciones, cuando participamos en una regata y por lo tanto estamos compitiendo, o, cuando vamos de crucero. En el primer caso, lo que trataremos será conseguir la mayor velocidad posible; en el segundo, disfrutar de una navegación serena y placentera, aprendiendo de la infinitud que nos da la mar.