Con motivo de la reciente festividad del 12 de octubre, ha vuelto a salir a flote -cierto que con cierta sordina y escasa repercusión popular- la polémica sobre la figura de Cristóbal Colon y su monumento en Barcelona. La Puerta de la Paz barcelonesa fue escenario de dos manifestaciones de signo radicalmente contrario y, valga la redundancia, protagonizadas por radicales de uno y otro lado del espectro político. Para unos, el Almirante de la Mar Océana personificaría la colonización de América y un tremendo genocidio del que habrían sido víctimas los naturales del Nuevo Mundo entre los siglos XVI y XIX, mientras que para otros de la singular figura de Colón surge la gesta más señera de la historia de España y sería el punto de partida de las glorias imperiales de la nación.
En aras a la tolerancia, vamos a dejar a cada cual con sus propias y libres opiniones y sentimientos. Nos preocupa, en cambio, el posicionamiento de los responsables políticos, que debería siempre responder a criterios de seriedad y de un escrupuloso rigor histórico. La reciente historia de la retirada del monumento a Antonio López, sobre la base de insidias cuya veracidad nunca se ha demostrada fehacientemente, acusado de “negrero”, no debería repetirse nunca más. En este sentido, el pasado 12 de octubre, pudimos ver, con asombro, como un responsable político proponía ante las cámaras de TV someter a referéndum de los barceloneses la posible demolición de un monumento que es, desde su erección, uno de los signos de identidad de la ciudad. No es posible imaginar una iniciativa más demagógica; ¿qué saben el común de los ciudadanos sobre Cristóbal Colón, que pueden saber, si la génesis de su epopeya, sus motivaciones e incluso su lugar de nacimiento, siguen siendo un misterio que ha sido objeto, antes y ahora, de acalorado debate entre los historiadores?
¿Alguien puede sostener, con un mínimo de fundamento, que Colón fue un imperialista genocida? En la opinión generalmente aceptada por la mayoría de los expertos, fue simplemente un marino y un explorador que estaba convencido que la ruta más corta entre Europa y las islas de las especias era la del Oeste. Si Colón merece ser reprobado por ello, también lo sería la pléyade de exploradores portugueses, desde Gil Eanes hasta Vasco de Gama, que buscaron durante más de un siglo la ruta contraria, la del Este, que podría llevarles hasta el rico mercado de la pimienta, el clavo o la canela y a un pingüe comercio.
¿Alguien puede poner seriamente en el mismo plano a Colón, Vasco de Gama, Magallanes o Elcano con Cortés, Pizarro, Orellana o, en tiempos mucho más recientes, con Cecil Rhodes? Cierto es que, tras su primer viaje, el Almirante se presentó ante los Reyes Católicos en Barcelona con el poco oro que pudo hallar en Cuba o Santo Domingo, con el único propósito de inducirles a financiar sus posteriores expediciones, pero caben pocas dudas sobre si hubiese sido mucho más feliz de haber podido regresar con la bodega de su “Pinta” cargada de clavo o nuez moscada, fruto de un legítimo comercio con algún sultán malayo, como hizo más tarde Elcano. Evidentemente, entre un explorador, sea guiado por propósitos comerciales o científicos, y un ambicioso buscador de oro o diamantes con escasos escrúpulos, existe un amplio espectro de matices.
Si el monumento a Cristóbal Colón merece ser retirado de la Puerta de la Paz y su memoria execrada, en aras a una peculiar versión de la corrección política postmoderna, entonces cabría hacer también responsable a Bartolomeu Dias por haber descubierto el cabo de Buena Esperanza e iniciar el camino a la colonización holandesa de Sudáfrica que tanta opresión causó en la población autóctona, a Vasco da Gama por abrir la India a la posterior ocupación y explotación británicas, a James Cook también por abrir las puertas de Australia y a la subsiguiente masacre de aborígenes que ha persistido hasta época no muy lejana, a los peregrinos del Mayflower por las matanzas de indios perpetradas más tarde por los generales Sheridan y Custer en Estados Unidos… ¡Que absurdo! ¡Que atrevida es la ignorancia!